Gobierno situado: habitar
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¡Felices fiestas!
29 febrero, 2016
por Alejandro Hernández Gálvez | Twitter: otrootroblog | Instagram: otrootroblog
El 27 de febrero pasado murió Claude Parent, al día siguiente de haber cumplido 93 años. Su biografía en el sitio de la Academia de Bellas Artes de Francia inicia diciendo que “tras estuciar latín y griego, matemáticas especiales y arquitectura en Bellas Artes en Toulouse y París, Claude Parent afirmó precozmente su gusto por los atajos y su compromiso con la arquitectura de vanguardia.”
En el 2014, junto al piso, el muro, el techo o la puerta y la ventana, una de las salas de los Giardini en la Bienal de Venecia dirigida por Rem Koolhaas, Fundamentals, estuvo dedicada a la rampa. Dos personajes eran los protagonistas principales. De un lado Timothy Nugent, el padre de la accesibilidad: muy pragmático impulsor de las rampas para discapacitados —quien murió el 11 de noviembre del 2015— y del otro Claude Parent y sus postulados teóricos sobre el plano oblicuo.
Fue en 1963 cuando junto con Paul Virilio fundan el grupo y la revista Architecture Principe, cuya idea central fue la función oblicua, no sólo como una condición arquitectónica sino, en términos de Virilio, urbana y geopolítica. Virilio escribió que “tras el primer orden urbano horizontal del crecimiento de población de las aldeas y las ciudades, y luego un segundo orden vertical de las metrópolis en la modernidad, el grupo Architecture Principe anunciaba la llegada de un tercer orden urbano oblicuo,” un suelo para vivir “donde los pliegues arquitectónicos representan el sinclinal y el anticlinal de la geomorfología de la superficie terrestre.” La arquitectura, también, como parte de la geología. En el 2009, Parent escribía que los científicos nos habían enseñado que la corteza terrestre es una fina costra que recubre una materia literalmente en ebullición, cuya estabilidad es sólo aparente. Los humanos confiamos en la supuesta solidez de esa superficie, sobre todo los arquitectos, “construyendo abrigos que se quieren indestructibles y que borran poco a poco la angustia ancestral de los humanos.”
En 1953, en un texto firmado junto con Ionel Schein que reportaba lo sucedido en el 9º C.I.A.M, escribían que «la vivienda» no lo era “si permanece aislada, si la solución arquitectónica elegida no incita al hombre a rebasar el umbral de su puerta.” Quince años después, en marzo de 1968, Parent publicó en L’Architecture d’Ajourd’hui, otro texto titulado La casa, prueba de experimentación, en el que repite la idea de que “la habitación individual aislada, rodeada de un espacio de terreno suficiente para instaurar una distancia superior a la distancia crítica de agresión ya no engendra, en nuestra época, una forma aceptable de aglomeración.” Si bien la vivienda individual puede ser “un laboratorio para la investigación plástica y un pretexto para la investigación formal, que permita todas las audacias dirigidas a la constitución de un nuevo vocabulario arquitectónico,” en general ya no puede entenderse como una forma aislada sino “como un paisaje construido.” Los pliegues y repliegues del suelo, las formaciones sinclinales y anticlinales artificiales de la función oblicua, permiten —e implican— una continuidad entre el espacio urbano y el de la vivienda.
En el 2009, Parent publicó un libro con tres textos, uno de ellos titulado Le declin: la bajada o la decadencia. Tras varios años de reconocimiento y triunfo, un arquitecto despierta incapaz de reconocer lo que lee y lo que ve en las lustrosas revistas de arquitectura presentado como eso: arquitectura. Eso, dice, anuncia su inminente decadencia y segura desaparición en el limbo de los desconocidos. A diferencia de otras épocas en que la arquitectura se entendía como un movimiento cultural generalizado (entre los años 20 y los 30 y los 50 y los 80), hoy “el arquitecto, al contrario, se debe al hecho de blandir su singularidad, de distinguirse por una expresión extremadamente personal que no se liga a ningún movimiento estilístico identificable. El arquitecto se individualiza con ferocidad con el objetivo principal de enfocar la atención sobre sí mismo y su obra, para lo que necesita intervenir con fuerza, determinación y pretensión cultural.”
Parent escribió que siempre ha habido arquitectos privilegiados por el poder, pero que la manera como se otorgaban tales privilegios en el antiguo régimen, según reglas sociales y jerárquicas más o menos claras, fue sido sustituida por un sistema de castas reguladas por los medios:
“Hay una casta suprema cuya razón de ser y cuyos principales privilegios son: atraer siempre la atención sobre los proyectos de los miembros instalados, sobre sus gestos y sus posturas. Conquistar de oficio la inscripción a la lista de invitados a todo gran proyecto y a todo concurso internacional. Recorrer el mundo en todos sentidos, pasando en 24 horas sin transición de Nueva York a Moscú, de Pekín a los Emiratos Árabes.”
A este nuevo “medio arquitectural” organizado por castas, Parent propone lo designemos como “los juegos olímpicos permanentes de la arquitectura”: “un combate permanente entre participantes que se conocen y se reconocen.” Y argumenta que hoy parece no hay nada entre la casta divina y la de los intocables. Nada entre la catedral espectacular y la nada urbana. Nada entre lo excepcional y… la nada. Y nos invitaba a (volver a) ocupar el espacio intermedio: “una arquitectura continua que no sea más una aglomeración de construcciones que encierran sino una textura, un mantel que junto con el suelo mantendrá una proximidad permanente de inmensos puentes urbanos.”
Pensada así, sugería, la decadencia –la declinación— no sería una caída libre sino un cambio voluntario y progresivo sobre un plano inclinado –un plano oblicuo, por supuesto.
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