Las palabras y las normas
¿Qué decimos cuando hablamos de gentrificación? La ambigüedad de este término y su uso en la legislación podrían ser el [...]
15 agosto, 2017
por Rosalba González Loyde | Twitter: LaManchaGris_
El anhelo de hablarle al celular para solicitarle servicios sigue siendo tema en las películas que se enmarcan en el futuro desde hace varias décadas, hace unos años que ya es realidad. El consumo a través de plataformas digitales se ha convertido en una falsa metáfora de progreso, pareciera darnos control máximo sobre nuestra forma de consumo y los ratings con estrellas nos ofrecen estatus para ser buenos y mejores clientes y prestadores de servicios. El idilio con la tecnología.
En el último lustro se ha masificado el consumo de productos y servicios a través de aplicaciones digitales, desde la comida a domicilio, servicios de transporte, habitación, limpieza doméstica hasta la renta de artículos exclusivos para ser usados temporalmente. Todas estas formas de consumo aparecen bajo el esquema de economía colaborativa, aquella que se da al intercambiar bienes y servicios a través de plataformas digitales. Este sistema, que se ha manifestado y autoproclamado como una poderosa forma de economía de las grandes ciudades, ha también revolucionado – por lo menos discursivamente- los esquemas tradicionales de trabajo a través del lema “sé tu propio jefe”, algo por demás lleno de asegunes que van diluyéndose con la pérdida de las prestaciones y la precarización de los empleos revestido, todo esto, de user friendly apps.
En este esquema aparece Airbnb, plataforma para arrendar habitaciones, departamentos y casas para estancias cortas, básicamente para el turismo. Desde su aparición en 2008 -con un relato emprendedor de dos diseñadores con espacio libre en su departamento- ha tenido un gran auge, especialmente porque el esquema de servicios desbanca en muchos elementos a la industria hotelera tradicional; los costos de hospedaje por persona disminuyen considerablemente a través de esta herramienta, pues los gastos de operación son absorbidos por cada uno de los potenciales hospedantes. Así, para 2011 este servicio ya tenía más noches reservadas que el Hilton.
Pero mientras el sistema de Airbnb crecía, surgían dilemas en torno a temas de acceso a vivienda, habitabilidad y el aumento del costo de la renta en las zonas de mayor auge de la aplicación. En España, Barcelona y Madrid se convertían en mercados importantes de Europa, sin embargo, la aparente fachada de economía colaborativa se vendría abajo luego de percatarse que un gran número de los anfitriones de Airbnb eran empresas hoteleras e inmobiliarias que manejaban múltiples espacios y se presentaban en la app como simples mortales que contaban con hasta 150 espacios para arrendar cada uno, como la humilde “Raquel” en Madrid. Sí, el escenario romantizado del buen samaritano con acceso a tecnología ofreciendo un espacio para acomodar a viajeros, era pues una fantasía.
Airbnb llegó a México en 2013 y desde entonces su crecimiento ha sido grande, antes de la entrada en vigor del impuesto colocado al sistema en junio de este año en la Ciudad de México, Airbnb había crecido 189% en el país y 174% en la capital, según datos de la propia empresa. Durante julio la aplicación en la ciudad tuvo más de 9500[1] espacios ofertados, la mayoría de estos ubicados las delegaciones Cuauhtémoc, Benito Juárez y Miguel Hidalgo, los mismos sectores con mayor inversión en equipamiento y renovación de áreas públicas y, también, la misma zona que ha estado perdiendo habitantes desde la década de los noventa, según datos del INEGI, 2015.
La Ciudad de México se ha vuelto sharing economy friendly, luego de ser una de las primeras ciudades en el mundo en formalizar las plataformas de transporte como Uber y Cabify, ahora se ha convertido en la primera de América Latina en dar reconocimiento a la plataforma de Airbnb a través de colocar un impuesto del 3% que será cargado a los usuarios, sin ningún otro tipo de regulación y con políticas públicas de vivienda bastante deficientes. Un escenario diametralmente distinto a lo que ha sucedido en ciudades como Barcelona, donde el conflicto entre la plataforma y la administración local ha sido bastante ríspida, en ese contexto el Ayuntamiento barcelonés recientemente ha puesto un ultimátum a la aplicación para retirar 1036 anuncios ilegales.
En varias otras ciudades hay regulaciones vinculadas a la estancia permitida para el arrendamiento en términos temporales y de uso de suelo (la delgada y nada clara línea entre habitar y ser turista). En Nueva York, por ejemplo, está prohibido arrendar una propiedad completa por menos de 30 días; San Francisco permite el alquiler hasta por 90 días al año y los propietarios deben ser residentes de la ciudad; Miami ha prohibido la renta a corto plazo en las zonas que no están destinadas para ese uso y ha impuesto costosas multas para quienes violen la prohibición. Esto, sumado a políticas públicas en temas de vivienda y suelo como el tope de renta en ciudades como Berlín y París o incentivos para arrendamiento compartido para estudiantes o jóvenes en su primer empleo, ayuda a equilibrar la relación entre la apertura al turismo y la habitabilidad para los residentes, sin permitir que el primero se apropie permanentemente del espacio de los segundos, fracturando la calidad de vida de los ciudadanos.
Por un lado uno de los discursos del gobierno de la Ciudad de México ha sido el de fungirse como promotor de los jóvenes, del trabajo creativo y de las industrias potenciadas por este sector, muchas de ellas enmarcadas en el concepto de “economía naranja”, impulsada por organismos internacionales, entre ellos el Banco Interamericano de Desarrollo. Por otro, los incentivos y recursos se han dirigido hacia el crecimiento del sector turismo dinamizados a través de intervenciones en las zonas atractivas para este grupo y dando reconocimiento a sistemas como Airbnb a través del cobro de impuestos, más bien simbólicos, que no manifiestan interés sólido en regular lo que sucede en la dinámica de vivienda en la zona central de la ciudad y que, dadas las tendencias[2], continuará e intensificará el aumento del costo de la vivienda en el sector, abriendo aún más la brecha de marginación y segregación en la ciudad.
[1] Según datos del sitio web AIRDNA que ofrece información actualizada sobre la plataforma de Airbnb: http://bit.ly/2hKXOyw.
[2] Según un estudio presentado recientemente, existe evidencia sobre el impacto de Airbnb en el alza del costo de la renta http://bit.ly/2fqsEf0. Este estudio analizó códigos postales en 100 áreas metropolitanas de EEUU donde existía la plataforma.
¿Qué decimos cuando hablamos de gentrificación? La ambigüedad de este término y su uso en la legislación podrían ser el [...]
El cártel inmobiliario, desde una visión crítica, no recae en un partido político o grupo específico, sino en un modelo [...]