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12 marzo, 2021
por Pedro Hernández Martínez | Twitter: laperiferia | Instagram: laperiferia
El título marca el camino y con él se presenta la última muestra del Museo ICO, en Madrid, dedicada a una de las principales figuras de la arquitectura de los últimos años: Carme Pinós.
La arquitecta barcelonesa fue reconocida desde sus primeros trabajos, realizados en la década de 1980 en colaboración con quien entonces era su pareja, Enric Miralles. Juntos levantaron algunos de los trabajos más destacados de la arquitectura catalana de final de siglo XX, como el Cementerio de Igualada o las instalaciones de Tiro con Arco para los Juegos Olímpicos de Barcelona’92, uno de los símbolos ante el mundo del diseño local de la ciudad en aquellos años maravillosos, hoy caído en desgracia y en el abandono.
La exposición, aunque está dedicada a la figura de Pinós en solitario, no niega ese pasado, sino que le da un lugar propio y solemne: es el punto de entrada de la puesta, al trabajo que, ya en solitario, realizó desde 1991. Este periodo sirve de introducción y se dormía como un ejercicio ritual de paso: luz escasa pero precisa y fotografías en blanco y negro de grandes dimensiones de ocho de los proyectos que realizaron en conjunto. La sensación ritual se amplía con varios archivadores de planos que contienen los documentos gráficos —los dibujos originales— de esos mismos ocho proyectos y que están cerrados con llave para salvaguardar aquellos primeros con un silencio —que sirve, de paso, como un homenaje a Enric Miralles— que introduce al espectador a la exposición en sí: un espacio luminoso y alegre, en el que visitar, reconocer y descubrir más de 80 trabajos de distinto tipo —de viviendas a grandes proyectos urbanos, pasando por pequeños pabellones o infraestructuras— desarrollados por el estudio de Carme Pinós en varias partes del mundo.
Una diversidad de proyectos que permite recorrer en detalle su carrera y descubrir un trabajo donde la arquitectura, aunque no renuncie a su condición icónica allá cuando se la necesite, nunca olvida su objetivo principal: ser ese escenario para la vida descrito antes; definir un diseño cuyo fin no es el diseño mismo, sino la de la construcción de relaciones, entre el edificio, el paisaje y la ciudad, y entre las personas que lo habitarán. Y no de cualquier manera: “cuando trabajo, considero que mi intervención se propone, en último término, mejorar, embellecer el contexto”.
Una búsqueda que está presente ya en sus primeros trabajos, incluso en los de pequeña escala, como el paseo marítimo construido en Torrevieja o, más aún, la pasarela peatonal en Petrer, un excelente ejercicio de cómo convertir en algo más lo que es simplemente un lugar de paso —un puente— para construir un espacio para la ciudad —una plaza, y se ha consolidado en sus trabajos más grandes, como el CaixaForum de Zaragoza, un edifico que se ‘posa’ —y se levanta— delicadamente en el suelo para construir una plaza de acceso bajo el edificio.
Con su obra, Pinos da un nuevo sentido al contexto: lo amplía, lo lleva a otro lugar. Eso se verá en la forma en la que los edificios ‘llegan’ al sitio, cómo se asientan, se integran y se hacen —o rehacen— parte de la geometría del lugar: el contacto con el suelo pone en relieve cómo el edificio busca extenderse —y entenderse— siempre más allá de sus límites, tanto hacia afuera, incorporando y construyendo espacios, plazas y lugares de encuentro, como hacia dentro, con, con una geometría que parece difícil capturar en un sólo golpe, difíciles de entender sin experimentarlos más allá de la fotografía: siempre hay rincones donde descubrir un lugar nuevo, definiendo espacios generosos que amplían los usos posibles; una arquitectura en la que casi siempre hay quiebres y pliegues, apuntando la intención de construir una topología rica, diversa y compleja, como excavada, de espacios variados que definen una sensible y clara relación hacia el lugar y con el uso posterior. También sus torres, donde el contacto con el terreno —respecto a la vertical— tiende a ser menor, no olvidan esta necesidad: la Torre Cube-I, en Guadalajara, es un ejemplo de cómo convertir un patio central —destinado a la iluminación y a la ventilación— en el corazón del proyecto, configurando un espacio complejo que permiten construir múltiples vistas cruzadas en su interior, y desde ahí desplegar la vida.
La muestra, curada por Luis Fernández Galiano y pensada antes de la pandemia para haber sido inaugurada en octubre del año pasado, se vio retrasada hasta febrero de este 2021. Algo que, en cierto modo, ha permitido poner a prueba la obra de Pinós. Un video sirve de telón de fondo a la muestra y explora un día en uno de sus últimos —y más celebrados— trabajos: la actuación urbana que realizó en la Plaza de la Gardunya en Barcelona, junto al mercado de la Boquería y que se define por un conjunto de proyectos: la propia plaza, un bloque de viviendas, un Centro de Arte y Diseño —la Escola Massana— y la ampliación del mismo mercado, en un todo integral que ha permitido repensar todo el lugar y darle una nueva dirección. Realizado tras la desescalada que vivió la ciudad —como evidencian las mascarillas que llevan las personas que salen en él—, expone la (nueva) normalidad cotidiana del lugar: los paseos, los encuentros (a distancia). En definitiva, que la vida en la calle y en los edificios se sigue desplegando gracias a su diseño.
Vista la incertidumbre que nos ha generado el presente sobre la ciudad y la arquitectura, no se puede pedir más.
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