Hugo González Jiménez (1957–2021)
Hugo González Jiménez nació en Guadalajara en 1957. Se inscribió en la Escuela de Arquitectura del Iteso hacia 1975 y [...]
22 enero, 2018
por Juan Palomar Verea
Durante demasiado tiempo el mecanismo que dominó el transporte público en Guadalajara consistió en la “automovilización” generalizada de amplias capas de la ciudadanía. Mientras que los medios de movilidad colectivos resultaban insuficientes y de mala calidad, las aspiraciones de una gran cantidad de usuarios se limitaban a adquirir lo antes posible un auto particular que los “liberara” de la servidumbre cotidiana que significa soportar un servicio deficiente. Aunque esto significara someterse a otras muy onerosas servidumbres.
Las consecuencias, desde hace años, están a la vista. El aumento del parque vehicular privado ha sido explosivo, rebasando por mucho la capacidad vial de la ciudad. Los efectos económicos, ambientales y sociales de esta situación resultan escandalosos. No se conocen objetivamente, las cuantías de estos daños. Ciertamente son exorbitantes, y constituyen un impuesto no por informal menos perjudicial para las mayorías ciudadanas, y particularmente para los segmentos de la población más necesitados. Pero gradualmente se ha extendido una conciencia entre la ciudadanía: el modelo es inviable.
La bicicleta constituye, en términos reales y concretos, una alternativa para cambiar el estado de las cosas. De unos años a esta parte, gracias a la emergencia de grupos que impulsan este medio de transporte, y a una serie de medidas oficiales que han tratado de hacer de la bicicleta una opción, la marea ciclista ha crecido aceleradamente. De ser este vehículo un reducto para una población de marginal cuantía, se pasó a su uso y visibilización en términos recreativos (Vía Recreativa, “rodadas” nocturnas), y desde hace algún tiempo –afortunadamente– a una alternativa asequible para muchos (programa de bicis, establecimiento gradual de ciclovías). Esto ha sido un avance. Es necesario consolidarlo.
Hay una clave esencial: la bicicleta ciudadana. No un medio de transporte más o menos precario, destinado solamente a ciertas capas de usuarios, todavía marginado por los excesos automovilísticos. Sino algo normal, usual, plenamente aceptado y respetado. Una alternativa de movilidad en toda la extensión de la palabra.
Entre ciertos sectores de los automovilistas es detectable una cierta irritación, aún animadversión, frente al uso de la bicicleta y sus consecuencias. Acostumbrados a usufructuar totalmente las vialidades, no terminan de aceptar el hecho de que la bicicleta reclame su legítimo espacio en nuestras calles. Ante esto, es necesario establecer una conciencia clara: mientras que el uso indiscriminado del coche particular es parte de un gravísimo problema, la práctica del ciclismo cotidiano es, claramente, una parte significativa de la solución.
La bicicleta, usada adecuadamente, tiene plena carta de ciudadanía, con sus derechos y obligaciones, con orden y respeto, con seguridad. Esta noción, bien implantada entre la población, permitirá ampliar el panorama, mejorar objetivamente las condiciones de habitabilidad de la ciudad.
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