La selva domesticada
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22 abril, 2022
por Miquel Adrià | Twitter: miqadria | Instagram: miqadria
Aurelio Nuño nos deja. Un infarto acabó con la vida y la trayectoria de un arquitecto sólido como pocos. Junto con Clara de Buen y Carlos Mac Gregor conformó uno de los equipos más constantes y consistentes de la arquitectura moderna mexicana. Aurelio Nuño Morales (Ciudad de México, 1949-2022) fue un profesor precoz en la Universidad Iberoamericana junto a Rodolfo Barragán, quien fuera director de la Escuela de Arquitectura y de quien aprendió a proyectar con precisión en su despacho. Rodolfo Barragán y Carlos Mijares lo invitaron a participar en un concurso y, posteriormente, trabajó con Mijares durante 11 años. De él aprendió a ver la historia, a reconocer los pasos andados por tantos arquitectos que imaginaron espacios, formas y conceptos. Aurelio sabía apreciar y reconocer tanto a los clásicos como a sus contemporáneos, sin filias ni fobias.
Desde 1984 hasta la actualidad trabajó con Clara de Buen y Carlos Mac Gregor. Durante los dos primeros años de su oficina incipiente, compaginó su práctica trabajando con Teodoro González de León quien, obviamente, no sólo marcó su arquitectura, sino que también construyó una amistad de por vida. De hecho, esa relación inició con una entrevista, que se convirtió en una serie, en las que el joven Aurelio, como Sherezade, se ganaba la confianza de Teodoro y le sacaba prudentemente, gota a gota, sus reflexiones y anécdotas, que nunca llegó a publicar. No hace tantos años, Aurelio me compartió ese documento inédito, cuidadosamente revisado, que quedó en el limbo de aquellas publicaciones ricas de recuerdos, a las que siempre podremos regresar sin prisas. Teodoro lo invitó a participar en el proyecto del Parque Tomás Garrido Canabal en Villahermosa, junto con otro gran arquitecto y querido amigo, Francisco Serrano, con quien se cruzaría a lo largo de los años en más proyectos, como el edificio Banamex en Santa Fe.
Como relata Jimena Hogrebe en la monografía Nuño, Mac Gregor, De Buen, “tanto en la práctica como en las estrategias de NGB, la influencia directa de todos estos personajes fue notoria: la importancia del dibujo, el uso de maquetas durante el proceso, la constante exploración del detalle, la expresión de un edificio desde su tectónica, las conversaciones, la disciplina, el profesionalismo, la consideración constante de las ingenierías, el interés por el espacio público, la conexión urbana y la conciencia histórica, entre tantos otros aspectos. Asimismo, la obra de arquitectos como Le Corbusier, Mies van der Rohe, Louis Kahn, Rafael Moneo, I.M. Pei y Paul Rudolph ha sido su referente.”
Una constante en la obra de Aurelio, Clara y Carlos es que han sabido mantener y conservar por décadas a sus clientes, algo nada fácil en relaciones donde las urgencias, los presupuestos y las vanidades son difíciles de moldear. Los proyectos para el Metro de la Ciudad de México son un buen ejemplo de la integración entre la complejidad de las grandes infraestructuras a lo largo de décadas y la evolución de soluciones formales en las que se privilegia al ciudadano, desde la experiencia espacial de largas bóvedas de cañón. Igualmente, el Colegio Alemán vio evolucionar sus sedes y sus espacios a lo largo del tiempo con esa combinación delicada y dedicada de continuidad y evolución, al igual que el concurso ganado para el Centro de Congresos y Exposiciones Poliforum León en 1998, que acompañó el desarrollo de la ciudad durante más de 20 años. Como resultado, construyeron una arquitectura tardomoderna, sobria, de concreto y acero, capaz de soportar dignamente el embate del tiempo, incorporando tecnologías y materiales en cada nueva fase. Aurelio fue siempre un arquitecto dialogante, inteligente y sensible, que mantuvo relaciones fieles no sólo con sus socios —y su esposa Clara— sino también con aquellos con los que colaboró, como Félix Sánchez o Isaac Broid.
Tuve la suerte de pasear y comer con él más de lo merecido, mientras gestábamos la monografía que publicamos en 2017. Su pausada plática, rica en detalles, sus ideas que se perpetuaron en excelentes croquis que crecían por cualquier papel como oportunidades para probar y ensayar algunas ideas, o sus reflexiones autocríticas por cada uno de sus proyectos y obras, no hicieron más que exponer a un arquitecto completo, culto, capaz. Recientemente lo invitamos a dar una plática con nuestros alumnos y habló de la luz partiendo de sus proyectos. No vendía soluciones: cuestionaba permanentemente sus decisiones y los aprendizajes. Extrañaremos al arquitecto, grande, apasionado y a la vez discreto. Y extrañaré sobre todo al amigo, a las pasiones compartidas por el mismo equipo de fútbol y a su humor comedido. Descanse en paz.
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