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Arquitectura, experticia e injusticia

Arquitectura, experticia e injusticia

28 abril, 2020
por Aura Cruz Aburto | twitter: @auracruzaburto | instagram: @aura_cruz_aburto | web: academia.edu

Experticia y legitimidad
Quienes nos hemos formado en las universidades en diferentes niveles para ser arquitectos —así como después hemos seguido nuestra formación a partir de la práctica profesional— hemos adquirido un grado de experticia importante que nos brinda ciertas credenciales. Sin embargo, también existen otros ámbitos de experticia informal que, aunque no validados por los parámetros de las instituciones modernas, no dejan de implicar el dominio de un saber. Asimismo, por otra parte, formamos parte de una disciplina en la convergen diferentes tipos de pensamiento, tan necesarias unos como otros para dar realidad a la obra arquitectónica: el conocimiento técnico, el pensamiento ético y el pensamiento estético. Estas tres formas de pensamiento son profundamente diferentes.

En la primera, el conocimiento técnico, se cuenta con un conocimiento de patrones recurrentes a los que llamamos leyes naturales, que hay que conocer si queremos conseguir que la obra se materialice: el saber ingenieril en tanto tal. Por otro lado, el saber ético parte de la vida social y humana a la que queremos dar lugar: una sociedad ¿ordenada, libre, colaborativa? Se trata del proyecto de mundo al que aspiramos a través de ciertos principios directrices: ciudades utópicas, la Ville Spatiale de Yona Friedman, por ejemplo, donde cada uno estaría en la facultad de dar forma final a su sitio inscrito en una gran estructura común que además compartiría ciertas estrategias básicas, como que todos y cada uno de sus habitantes contara con los conocimientos básicos para la supervivencia: producir nuestros propios alimentos, operar máquinas elementales… ¡Cómo resuena esto en tiempos de Coronavirus! Finalmente, el pensamiento estético que, lejos de consistir en el conocimiento de regla alguna, partiría del encuentro producido entre nuestro entendimiento y nuestra imaginación cuando por la vía de la sensibilidad captamos un mundo tan armonizado que parece demandar una aceptación universal por la belleza. Al menos esta sería la versión kantiana que hará un reconocimiento a un sentido común estético que, no por ser común no requiere entrenamiento, pero que, por supuesto, no está asociado al aprendizaje de reglas fijas ni de leyes universales a diferencia del conocimiento tecnocientífico.

Bueno, y ¿por qué esta explicación conceptual de diferentes formas de pensamiento viene al caso? Porque extrañamente, a pesar de nuestra experticia, como gremio tendemos a confundirlas: creemos que, porque podemos pensar sensatamente en una solución técnica, también podemos imponer a otros lo que es bello, porque somos unos supuestos “dueños del gusto”. Es verdad que nos entrenamos y que todo pensamiento requiere trabajo, pero ¿qué nos hace pensar que en la vida que excede las aulas universitarias y los espacios del taller no se entrena también la sensibilidad? Por otra parte, de lo que sin duda estamos escasos es de pensamiento ético, parece que nos ha vendido muy bien un tipo de mundo al que ni cuestionamos y al que respondemos sólo como fieles modeladores del sueño de otro. Y vaya, estaría muy bien entender los sueños de otro, pero no sólo del capital, sino también el sueño de los colectivos. Y no sólo para responderles, sino para descubrir su saber, su ethos y su sensibilidad que, en una de esas, nos da una buena lección.

 

Grados de experticia
Además de la discusión por la experticia y su naturaleza por tipo de forma de pensamiento, es importante también que destaquemos que, en efecto, se puede ser un desconocedor. Si bien la experticia es más que la formación con credenciales académicas, tampoco quiere decir que todos sepamos hacer todo. Sin embargo, es fundamental que reconozcamos que se puede ser experto fuera de las instituciones que reconocemos como válidas, y este reconocimiento es un acto de justicia. Tenemos el ejemplo de la organización de Milagro Sala en Argentina, donde un gran colectivo social se convirtió en un rival impresionante para las más fuertes constructoras del lugar, como una lección de experticia más allá de las instituciones establecidas y también como un llamado a la autonomía.

Durante años hemos sido muy limitados en la comprensión de lo que es la experticia en nuestra disciplina, pero, peor aún, hemos ejercido un sinfín de injusticias epistémicas y morales al negarle al otro —debido a nuestros prejuicios de clase o etnia, entre otros— su condición de sujeto pensante (de sujeto epistémico), lo cual es ya un atentado ético-moral. Como gremio tenemos mucho que ofrecer a la comunidad. No creo que tengamos que ser hechos a un lado, pero también creo que tenemos un largo, enorme trecho que andar para aprender y entonces sí, poder mostrar nuestro valor a partir del reconocimiento del valor de los otros.

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