Gobierno situado: habitar
Un gobierno situado, un gobierno en el que quienes gobiernan se sitúan, que abierta y explícitamente declaran su posición y [...]
6 diciembre, 2016
por Alejandro Hernández Gálvez | Twitter: otrootroblog | Instagram: otrootroblog
La tarde del domingo 6 de diciembre del 2015 algunos esperábamos atentos los resultados de la consulta ciudadana que el gobierno de la ciudad de México había organizado para decidir sobre la construcción de lo que llamaban el Corredor Cultural Chapultepec. La historia había empezado unos meses antes, en agosto, cuando en una reunión no muy pública en un hotel de la Zona Rosa se presentó el proyecto. A mi, todavía antes, uno de los arquitectos de la propuesta me había mostrado su idea de duplicar el espacio público en la calle construyendo un techo con jardines sobre la avenida Chapultepec. Temía que los promotores del proyecto y el arquitecto principal no le dieran el crédito correspondiente. Al final, sería incluido como coautor.
El argumento oficial era simple, demasiado simple. Una calle con una larga historia y una posición central en la ciudad sufría un notable deterioro. Cruzarla era un riesgo para peatones y ciclistas. Hacía falta mejorarla pero eso requería una gran inversión, dinero que el gobierno no tenía. Lo que se podría haber resuelto disminuyendo carriles y ampliando y mejorando banquetas, se transformó en un paseo peatonal elevado —cuando hoy el consenso entre urbanistas es que al peatón no hay que andarlo paseando y menos por las alturas. Para cubrir el gasto, el terreno —esto es, la calle— se ofrecía como concesión en un acuerdo con un inversionista privado, a cuarenta años y que, a cambio, construiría un enorme centro comercial en uno de los extremos del paseo. Para que no sonara tan despiadada la operación, se repartían a lo largo zonas de uso indeterminado pero dedicadas vagamente a las artes, que avalaban el calificativo de cultural. Unas semanas después de la presentación del proyecto habría una consulta ciudadana que consistía en sugerencias sobre qué hacer en esos espacios. Nada más.
La oposición al proyecto fue casi inmediata: un despropósito urbano, un absurdo, una ocurrencia y, peor, un pésimo e innecesario negocio para la ciudad. Se discutió y se debatió y se aplazó la fecha de la consulta, sin modificar mucho las formas. Se nombró un consejo de notables. Algunos no lo eran tanto, otros rechazaron participar y la mayoría parecía convencida por las “buenas intenciones” con que se envolvía al proyecto. Avenida Chapultepec es un desastre, era el acuerdo general, ¡algo hay que hacer! Las opiniones en contra fueron cada vez más. Se volvió a posponer la consulta y se cambiaron sus formas, aunque seguía siendo un cuestionario poco claro y que parecía hecho a modo para beneficiar a quienes proponían el armatoste. Más debates, más discusión. El gobierno no pasaba de mostrar la misma propaganda, como si de un desarrollo inmobiliario comercial se tratara —¡y eso era! Al final, diversos grupos de vecinos presionaron para que la consulta fuera organizada y vigilada por el Instituto Electoral de la ciudad. Eso tampoco parecía garantía de transparencia, pues el proceder de esa institución fue todo lo contrario: opaco. Una sesión clave para decidir cómo sería la consulta y quiénes participarían dio muestra de hasta dónde el gobierno de la ciudad pretendía manipular personas y condiciones para conseguir construir lo que propuso.
Más debates. El tema saltó de blogs, redes sociales y medios especializados a la prensa, el radio y la televisión. Algunos consejeros del grupo de notables empezaron a dudar y acusaron la poca transparencia de todo el procedimiento. Se fijó el 6 de diciembre como fecha para la consulta y un día antes, el sábado cinco, varios cientos —nosotros decimos que miles— salimos a la calle a protestar no sólo contra ese proyecto sino contra el modo como el gobierno capitalino procedía en temas urbanos, sobre todo cuando había participación privada. La propuesta del Corredor Cultural había logrado unificar una oposición diversa pero consistente: grupos de vecinos y de arquitectos y urbanistas, escritores, actores, representantes de partidos políticos distintos al que gobierna la ciudad: a la derecha y a la izquierda y al centro, e incluso desde dentro del gobierno de la ciudad hubo voces discordantes. Contra la campaña publicitaria oficial, se organizó otra sin centro visible pero que al final coincidió en una proclama: ¡así no!
La tarde del domingo 6 de diciembre del 2015, algunos esperábamos atentos los resultados de la consulta aunque no pensábamos ganarla. Era claro que el gobierno de la ciudad había hecho todo por vencer y convencer. Pero no fue así. Ganamos, era el mensaje que empezó a circular en los grupos de whatsapp que, aunque mudo, leíamos con tono entre sorprendidos e incrédulos. No votó más del cinco por ciento de los convocados, pero el no —el ¡así no!— ganó con más de 60 por ciento de esos votos. Muchos vieron ahí un triunfo de eso que se califica como la sociedad civil, una demostración fuerte y clara de que los habitantes de la ciudad no querían más proyectos decididos a sus espaldas. Seguía entonces, dijimos, preguntarnos ¿cómo sí?, ¿cómo se podría hacer un proyecto de esa envergadura? ¿Qué sí queríamos?
Por instrucciones del Jefe de Gobierno se buscó a los representantes de vecinos y a las cabezas más visibles del rechazo al Corredor Chapultepec. En una gran mesa redonda —pero vacía: un aro, pues— nos sentamos y el Jefe de Gobierno habló. Habían oído y entendido —muy tarde y tras mucho gasto y desgaste— que eso no era lo que se quería y, en el acto, instruía a la Secretaria de Gobierno a realizar mesas de trabajo con todos los involucrados para decidir qué hacer. A cargo de llevar las mesas estaría la directora de la Autoridad del Espacio Público. También estuvo presente el Secretario de Desarrollo Urbano y Vivienda. Todo muy oficial. Pero eso sí, aclaró: no hay presupuesto aun.
Hubo varias sesiones de trabajo y dos o tres oficiales, frente a los encargados del gobierno. Del lado del ¡así no!, entre todos pedíamos todo. Había los pragmáticos que ofrecían la solución más simple: buenas banquetas, buen mobiliario público, buena iluminación. Más árboles, menos coches. Había los utópicos que planteaban ese momento como la posibilidad de pensar otra manera de hacer ciudad, de concebir y planear proyectos urbanos, nunca sin nosotros, se dijo. Como cuando la campaña contra el Corredor, se organizaron grupos, se hicieron propuestas, pero del lado del gobierno sólo se sentaron a esperar. A esperar, a mi parecer, que el grupo se fracturara, que las discrepancias internas terminaran por ser más fuertes que los acuerdos, que todo se olvidara. Y así fue. La encargada de dar seguimiento a las mesas dejó su puesto y nunca nadie más volvió a hacer caso de las instrucciones del Jefe de Gobierno —a menos que hubiera otras, dichas en corto: déjenlos, que se cansen. Uno de los que se sentaba en las mesas oponiéndose al Corredor terminó ocupando el cargo vacío en la Autoridad del Espacio Público. Eso no implicó que las mesas de trabajo para replantear qué hacer en avenida Chapultepec se retomaran. Los términos legales de la concesión y el fideicomiso aun no se han aclarado y probablemente en unos años alguien encuentre en un cajón papeles a los que intentará sacar provecho.
Hoy hay quien piensa que no se ganó nada. Estoy seguro que varios suponen incluso que habría sido mejor aunque fuera eso para transformar Chapultepec. No lo veo así. Me parece que el affaire Chapultepec nos enseñó varias cosas. Románticamente, que sí se puede, que un grupo de ciudadanos con ideas diversas y hasta divergentes pueden reunirse alrededor de algunos acuerdos básicos —no queremos eso, así no— más allá de sus diferencias. Pasó y sigue pasando. Pragmáticamente, que debemos aprender a articular esas diferencias: el consenso total y permanente es no sólo una ilusión sino probablemente algo indeseable y aunque defiendo la posibilidad y el derecho de oponerse sin estar obligado a proponer algo —uno de los reclamos con los que unos quisieran detener que cualquier cosa es mejor a nada—, sí hay que poner a trabajar estrategias para lograr actuar cuando así se desee o haga falta. Cínicamente, aprendimos que en el gobierno de la ciudad —y no sólo en esta— la idea de participación ciudadana se sigue viendo como un obstáculo, reduciéndola a consultas que buscan la aprobación ciega o a protestas que hay que desarticular.
La participación casi siempre es reactiva a falta de instrumentos y procedimientos que la permitan e inciten desde que se inicia la planeación de propuestas urbanas. Las que ha hecho después el gobierno de la ciudad de México demuestran que su visión sigue siendo imponer desde arriba una sola idea. En particular, el gobierno de Mancera parece incapaz de articular propuestas que se hayan trabajado desde un principio con todos los afectados e involucrados y no sólo acordado en una mesa de negociaciones entre funcionarios e inversionistas. El cambio de su lema de campaña y gobierno de decidiendo juntos a por ti, es sintomático.
El resultado en avenida Chapultepec, por supuesto, no se logró. La calle sigue como estaba hace un año, quizá peor. Eso no es culpa ni responsabilidad de quienes rechazamos una propuesta absurda sino de un gobierno que tiene un sólo modelo de acción en la ciudad: la asociación público-privada poco transparente y que no ofrece beneficios claros para todos —véase ahora lo que pasa con el CETRAM también en Chapultepec y otros casos similares. El ¡así no! sigue vigente, pues el modelo de desarrollo urbano que propone el gobierno de Mancera sigue siendo excluyente, parcial, opaco y, peor, torpe. Pero nuestra tarea será pasar del ¡así no! al cómo y a qué sí. Será una tarea larga.
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