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La obsesión con Chapultepec

La obsesión con Chapultepec

7 mayo, 2016
por Alejandro Hernández Gálvez | Twitter: otrootroblog | Instagram: otrootroblog

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En menos de un año el gobierno del ex Distrito Federal ha presentado tres proyectos que se relacionan, al menos por nombre, con Chapultepec. Primero fue el llamado Corredor Cultural Chapultepec, que no era ni lo primero ni lo segundo sino una construcción innecesaria sobre la avenida Chapultepec. Un paseo elevado y un centro comercial que alcanzaba, en el extremo contiguo a la glorieta de Insurgentes, una altura de hasta siete niveles. La idea de construir un segundo y hasta tercer nivel de pasarelas y locales comerciales no prosperó. Era una ocurrencia sin otro fundamento que garantizar el negocio a un inversionista con el pretexto de lograr mejorar la muy deteriorada avenida sin que el gobierno de la ciudad invirtiera un solo centavo. O al menos esa era la propaganda oficial, del todo engañosa pues la ciudad invertía el bien más escaso en la zona: el terreno, en este caso, peor aun, la calle misma.

 

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Después vino la desafortunada idea de instalar una rueda de la fortuna —temporalmente “por diez años”— en un estacionamiento al lado del Museo de Arte Moderno, convirtiéndola así en una de las caras oficiales del Bosque. El pretexto era atraer turistas —que vendrían en masa a la ciudad de México para ver lo que, más o menos, ya pueden ver desde el Castillo de Chapultepec, si la contaminación se los permite. Se argumentó otra vez que la ciudad no invertiría nada —más que el valioso terreno— y que ganaría parte —mínima— de las entradas —cuyo costo sería demasiado alto para los ingresos del mexicano promedio, aunque habría visitas gratuitas para que los niños de escuelas públicas pudieran darse el gusto. De nuevo hubo descontento y la instalación de la rueda, que carecía de todos los permisos necesarios, se cambió de sitio, al lado del Auditorio Nacional.

 

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Tercer acto: CETRAM Chapultepec. Cualquiera que haya visitado la estación de metro Chapultepec sabe lo conflictiva que resulta, sobre todo si se trata de llegar a una micro. No hay duda de que se necesita mejorar la zona, como de que se necesita mejorar la avenida Chapultepec y muchísimas otras de esta ciudad. ¿Pero cómo? El proyecto del CETRAM que propone el Gobierno del ex Distrito Federal —y que viene arrastrando de la administración anterior— supone hacerlo mediante una inversión privada a cambio de permitir la construcción de un edificio en una zona que, hasta hace unas cuántas décadas, era parte del Bosque de Chapultepec y que ahora califican de residual pese a que la ocupen algunos árboles —esos seres vegetales que con su terca presencia parecen oponerse a varios proyectos de desarrollo del gobierno capitalino.

 

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En general la operación no es muy distinta a lo que suponía el Corredor Chapultepec —mejor conocido como Shopultepec—, sólo que en vez de un kilómetro se trata de una zona de poco más de 200 metros de largo, aunque en vez de un paseo de tres niveles ahora se proponen un centro comercial, un hotel y una torre de oficinas, ésta de 40 pisos. El modelo es el mismo: el paquete se arma de acuerdo a las necesidades del inversionista, no de la ciudad —que recibirá el 2% de las ganancias del conjunto a cambio de un terreno de gran valor inmobiliario que antes no existía— y viene con proyecto arquitectónico incluido —es decir, sin concurso de arquitectura.

Otra vez, buscando arreglar una zona de la ciudad el gobierno, bajo pretexto de no tener dinero para hacerlo, fabrica la “necesidad” de un proyecto que, además, adolece de varias contradicciones en su planteamiento, empezando por construirse no en un terreno de propiedad pública, con límites y usos definidos, sino en el espacio público. Por supuesto, no es que la ciudad no pueda cambiar, que donde alguna vez hubo una plaza no pueda construirse un edificio, ¿pero qué edificio? ¿Un centro cultural o un centro comercial? ¿Un complejo de vivienda social o una torre de oficinas? El desarrollador inmobiliario, cuidando su inversión, dirá que los primeros no son viables, ¿qué debiera hacer entonces el gobierno? ¿Buscar los mecanismos para desarrollar proyectos que beneficien a todos los ciudadanos o propiciar un nuevo centro comercial donde, tal vez, no podrán comer muchos de los que antes lo hacían en los feos y sucios puestos del paradero?

 

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El proyecto, construido con el pretexto de mejorar una estación de intercambio entre el metro y otros medios de transporte público, parece que tendrá cinco niveles subterráneos de estacionamiento, algo que resulta de menos incomprensible para un gobierno que, dadas las circunstancias actuales de la ciudad, debiera estar buscando la mayor inversión en el transporte público y desalentar al máximo el uso del automóvil. ¿No se debería llegar a la torre, al hotel y al centro comercial en metro o en micro, que para algo están ahí, enfrente? Por supuesto el reglamento de construcciones exige otra cosa, pero ¿no podrían en este caso hacerse excepciones ya que se trata de un proyecto excepcional? ¿No debería aprovecharse la ocasión para pensar ese modelo de desarrollo tan ligado al automóvil? Por supuesto, la necesidad de la torre, el hotel y el centro comercial es todo menos evidente y la desaparición de parte de esa zona de lo que se puede seguir pensando como el Bosque de Chapultepec es indefendible. Por otro lado, no sólo el nuevo conjunto empequeñecerá aun más al edificio de la Secretaría de Salud —diseñado en 1929 por Carlos Obregón Santacilia— y a la polémica Estela de luz —que aunque no nos guste, ni modo: ya está ahí y mucho costó— sino que el Gobierno de la ciudad parece no tomar en cuenta la posibilidad de conectar de mejor manera el paseo de la Reforma con el Bosque de Chapultepec —algo como lo que propusieron Arquitectura 911 (Jose Castillo y Saidee Springall) y Fernanda Canales en el concurso del Arco del Bicentenario. Eso hubiera sido una manera real de entender el desarrollo urbano más allá de la pura inversión.

 

Algunos apóstoles del “desarrollo urbano” lo confunden ciertas veces con una torre o una colección de éstas. Ni siquiera la evidencia de un desastre urbano como Santa Fe, donde las torres y los corporativos abundan, parece convencerlos de que no es así. Construir mucho no es sinónimo necesario ni inevitable de desarrollo urbano. Convencidos que “al igual que sucede en la economía” —lo que muchos hoy discuten— en la ciudad el desarrollo termina distribuyéndose como por goteo, aplauden la inversión pidiéndonos compartir su fe en que, más tarde que temprano, los beneficios serán compartidos. Tres altas torres a la redonda de donde se plantea el CETRAM Chapultepec no han traído a la ciudad mejoras visibles para todos: no hay mejores banquetas, no hay más y mejor transporte público, no se invirtió en mejorar la estación del metro —¿y si a la torre BBVA se le hubieran ahorrado los sótanos de estacionamiento y ese dinero se hubiera invertido en desarrollar el mejor CETRAM posible donde ahora se propone una nueva torre… con estacionamiento? La responsabilidad de esto es, sin duda, de gobiernos incapaces de plantear modelos efectivos e inteligentes de desarrollo que implican concebir un plan general y un reglamento acordes con las condiciones actuales.

El terreno se abre para otra batalla entre un gobierno incapaz de construir grandes propuestas desde la participación y la comunicación con los ciudadanos y la cada vez más férrea negativa de éstos a cualquier proyecto. La posición de los segundos se entiende: la burra no era arisca. La incapacidad del primero no: el Gobierno de la ciudad debiera poder entender cuáles son las prioridades compartidas y en qué casos tiene que saber convencer sobre acciones que no a todos convencen, debiera tener la capacidad de proponer una idea común de ciudad y al mismo tiempo asumir que el consenso es imposible, buscando modelos de desarrollo y comunicación consecuentes. Dejar de imaginar proyectos sólo para turistas y consumidores y pensar en una diversidad de ciudadanos, con intereses divergentes, con gustos, necesidades e ingresos distintos, en vez de un ciudadano tipo.

La contingencia ambiental que en los últimos días ha azotado a la ciudad de México es uno de los más claros ejemplos de la urgente necesidad de nuevas estrategias de planeación, eficaces y que incluyan, sí, construir más y con mayor altura en zonas centrales de la ciudad. Eso debe hacerse con imaginación e inteligencia y con adecuada planeación y participación si se busca el beneficio y, así, la aceptación de la mayoría. Este año el Jefe de Gobierno tal vez lo dedique casi exclusivamente al Constituyente y el 2018 a emprender una campaña por la presidencia. Sólo nos quedará el 2017 para imaginar, en conjunto, qué ciudad queremos y necesitamos. ¿Ya para qué, entonces?, dirá el funcionario haciendo maletas. La obsesión con Chapultepec parece resultado de la obcecación, de la necedad y la terquedad, de no querer ver que no están viendo todo lo que debieran ver.

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