Sobre el cuidado y el mantenimiento de lo común: “Perfect Days”, de Wim Wenders
Bajo una primera mirada, Perfect Days (2023, conocida en español como Días perfectos), de Wim Wenders, es una ficción romántica, [...]
3 mayo, 2024
por Francisco Paillie Pérez
Ha pasado casi una veintena de años desde que Francesco Careri escribiera Walkscapes (2002), libro en el que, entreverando sus propios pasos con los recuentos de andares y viajes de Bruce Chatwin, desarrolló la propuesta de caminar como una práctica estética y confirmó que es en el movimiento, la trashumancia, el trayecto nómada, en donde se cifra el pensamiento antiarquitectónico —o prearquitectónico—. Luego, a mediados de la década pasada, en Pasear, detenerse (2016), confirmó que la arquitectura “no nació siendo sedentaria, sino nómada”, y que es en la pausa —después de que el caminar ha consolidado todo un aparato cognitivo de relaciones, símbolos y lenguajes con el lugar— que el encuentro con el otro es posible y la acción creativa es capaz de transformar un lugar. Al detenerse, el cuerpo puede tomar posición” en el espacio y, desde allí, plantear la hipótesis de “un proyecto puesto en discusión al momento que se ha formulado”, no para representar el espacio, sino para intervenir la ciudad, para producir “espacios nuevos a escala real”. Con estos dos libros Careri reafirma su metáfora sobre cómo aprender y hacer investigación, pero también del “hacer arquitectura con los pies y con el cuerpo”; sobre cómo construir espacios de interacción.
Caminar y detenerse son dos partes de un mismo proceso: ir y estar. Bajo este precepto, el proyecto arquitectónico es un devenir y nunca un producto finito o determinado. Y entonces, la arquitectura es, a la vez, método y medio para la transformación material del espacio en la búsqueda de las hipótesis, la activación de procesos y la indeterminación; pertenece “indiscutiblemente al andar y se va construyendo a lo largo de la vía”. Y en dado caso de que existiera un fin ulterior a ella, sería el de existir para empujarnos a tropezar con los demás.
Es este tropezar con el otro lo que invita a Careri a escribir su más reciente entrega de lo que podría considerarse una trilogía: Hospedar/se (2023). Este libro trata de ese doble rol que desempeñamos: a veces somos huéspedes y otras veces, hospederos; la doble responsabilidad de construir un espacio de convivencia y paz, una intimidad entre desconocidos. Es en la hospitalidad donde “se intercambian valores materiales e inmateriales, se comparten intimidad, comida e historias, pero también aquella porción de espacio que permite compartir”. Una cuestión que compete entonces no sólo a la antropología, la política o el arte, sino al urbanismo y la arquitectura. Hay un eco que resuena con fuerza en un mundo a la deriva, como el nuestro: para reconstruir las ruinas de lo contemporáneo debemos pensar en espacios de intercambio entre anfitriones y huéspedes, lugares de paso y lugares de encuentro para personas distintas entre sí, espacios para la hospitalidad.
Careri nos pide aceptar de antemano una propuesta: la hospitalidad necesita, sobre todo, espacio donde accionar. Pero no de mucho, puede ser suficiente con el espacio mínimo del intercambio o el de un cuerpo en reposo, por ejemplo. Suele pasar que, en un inicio, ni siquiera imagináramos o supiéramos que teníamos todo ese lugar de sobra, pero es la hospitalidad la que permite extender las cualidades de esos espacios a una escala doméstica o urbana. En sus palabras, “hospedar es el habitar que estamos dispuestos a compartir con el otro y hospedamos porque siempre tenemos disponible ese espacio físico que compartir […] No sólo puede brindar hospitalidad quien puede permitírselo, sino todos sin distinción.”
En ese sentido, la hospitalidad es también una suerte de umbral, un espacio que transforma lo externo en íntimo, lo desconocido en habitual, lo foráneo en amigo. Y entonces, quien se hospeda, el extranjero, es recíproco a quien le hospeda, pues este y el espacio se transforman por su mera presencia, existencia, modos, conocimiento e historias. “La arquitectura de la hospitalidad es una máquina teatral que invierte, confunde, suspende y desdibuja los límites de propiedades y papeles”; la hospitalidad y la acogida se fusionan. En una ciudad refundada en la hospitalidad, la agencia de dar y recibir es dialógica y todas las personas podrían disfrutar de los dones que esta otorga.
Para llegar a estos apuntes sobre el espacio de la hospitalidad, Careri nos invita a un errabundeo por 21 relatos autobiográficos que atesoran las claves de su pensamiento. Estas revelaciones cuentan de parajes y paisajes, de travesías y senderos, pero también de una red de personajes y acciones lúdicas que han servido para construir ese puente entre el nomadismo y el sedentarismo, la “danza eterna” de la humanidad. Las epifanías van desde la pasión de Careri por el andar en tribu, hasta perseguir cabras, bailar en grupo, alzar los brazos, dormir en hamacas, tocar una puerta y ser un regalo, comer con desconocidos, lanzar un cohete, comprar una carpa o refundar Roma.
Una de esas epifanías me sobrecoge. Después de haber visto innumerables veces las conferencias de Francesco sobre el andar como práctica estética —y quedar marcado por la idea de que después del caos universal apareció la figura del ka, símbolo del errar eterno—, tuvimos la oportunidad de invitarlo a caminar por Ciudad Juárez y desarrollar en conjunto el proyecto DERIVAS. Junto con él y otras personas caminamos por los Médanos de Samalayuca, también en Chihuahua, y encontramos figuras rupestres de brazos alzados —que pueden verse también al otro lado del Río Bravo, en el Hueco Tanks (El Paso, Texas)—. Durante tres días caminamos a lo largo del muro infranqueable que divide el norte y el sur para finalmente atravesarlo como acción performática. A nuestro paso, Careri insistió en saludar de mano a todos los elementos de la Guardia Nacional para, además, contarles con lujo de detalle la historia de Caín y Abel: la creación bíblica de la propiedad privada, los muros y los homicidios. Al finalizar, Careri dibujó el ka y escribió sobre las láminas fronterizas “aquí Caín mató a Abel”.
Si la frontera es la revelación de una pelea entre hermanos, el muro es un proyecto espacial que repite una y otra vez el fratricidio. Todos los días miles de personas intentan cruzar el infranqueable muro, levantan las manos y claman hospitalidad.
Referencias:
Bajo una primera mirada, Perfect Days (2023, conocida en español como Días perfectos), de Wim Wenders, es una ficción romántica, [...]