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Columnas

20 años del Kuursaal

20 años del Kuursaal

10 octubre, 2019
por Andrea Griborio | Twitter: andrea_griborio | Instagram: andremonida

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En 1999 San Sebastián estrenaba auditorio y centro de congresos. Este nuevo edificio de gran valor para la ciudad había sido el resultado de varios intentos por transformar el solar al que había dado lugar el derribo del Gran Kursaal Marítimo de San Sebastián. Kursaal proviene de los vocablos alemanes Kur (‘cura’) y Saal (‘sala, salón’) y significa ‘sala de curas’. Estos eran un elemento arquitectónico típico de los balnearios decimonónicos centroeuropeos, que por su función se trataban como un edificio multiusos. El Gran Kursaal, había sido un suntuoso palacio inaugurado en 1921 siguiendo la tradición de los casinos europeos. Por estar ubicado en frente a la playa de Gros y junto a la desembocadura del río Urumea en terrenos ganados al mar, los promotores para su construcción tuvieron que realizar una serie de obras importantes como construir el puente que permitió unir el Kursaal con el centro de la ciudad, mismo que por sus farolas con cuerpo cónico y una enorme linterna superior con forma esférica, pasaron a convertirse en uno de los íconos populares de la ciudad.

Sin embargo, las actividades que albergaba este edificio sufrían los inconvenientes de la prohibición del juego y luego de muchos intentos y cambios de uso en sus actividades, los propietarios deciden cerrarlo. Es hasta los años sesenta cuando se convocó un primer concurso internacional que ganó el arquitecto polaco Lubicz-Nycz, pero las dificultades para construir en el lugar obligaron a abortar el proyecto. Más tarde, en 1972, se había encomendado a un equipo de arquitectos formado por Corrales, Peña Ganchegui y Vázquez Molezún la construcción de un complejo residencial que llevo a cabo el cierre y derribo del edificio existente, aunque dicho proyecto quedó quedó a medio construir. Es en 1990 cuando el Ayuntamiento de San Sebastián realiza un nuevo concurso en el solar del antiguo Kursaal, a partir de la cimentación del complejo residencial antes mencionado se debía proponer un nuevo centro con un programa cultural diverso. Los equipos participantes fueron, Mario Botta, Arata Izozaki, Corrales+Peña Ganchegui+Vázquez Molezún, Norman Foster y el ganador Rafael Moneo.

Moneo entendió el lugar donde se implantó el proyecto. Construyó un par de masas abstractas que buscaban integrarse al paisaje, entendiendo su naturaleza de accidente geográfico o topográfico. El Kursaal evita convertirse en una extensión de las formas urbanas existentes, para más bien reafirmar el carácter forzado del lugar al alterar la desembocadura del río que le había dado origen al Kursaal original. Un edificio bisagra que permitía remarcar un hito y convertirse en el enclave cultural de la ciudad a partir de dos cubos irregulares de vidrio espeso y traslucido, abstractos, capaces de contener el programa e insertarse en el paisaje, para rendir tributo a la geografía que les rodea. “Dos rocas varadas” que inmortalizan la geografía y en la medida de lo posible, subrayan la armonía entre lo natural y lo artificial, como las cajas de Jorge Oteiza que exploran la activación de sólidos primarios para dinamizarlos, así Moneo jugó con estos sólidos, su forma y su materialidad para levantar unos cubos que a partir de entender su construcción consiguen la materialidad que buscaba, esa imagen de “escamas” que permite mediar entre las dos láminas de vidrio que los forman y que poseen parámetros diferentes para el interior y el exterior. Dice Moneo que “El que la materialidad de la construcción y la idea abstracta que anima un proyecto coincidan y no se excluyan es condición necesaria para que se de la arquitectura.” En el proyecto del Kursaal esta frase encaja a la perfección.

Veinte años después de inaugurado, podemos seguir considerando al Kursaal un referente arquitectónico, por su capacidad de amalgamar paisaje y formas abstractas con un lenguaje de absoluta sofisticación y contemporaneidad. El edificio ganador en el año 2001 del Premio de Arquitectura Contemporánea Mies va der Rohe, el más importante de los concedidos en Europa, por “el carácter excepcional” del proyecto y su “innovación conceptual, estética, técnica y constructiva” hoy mantiene su vigorosa presencia, estos cubos traslucidos que de día filtran luz y de noche la irradian, han sido testigos en estas dos décadas de la compleja escena urbana donde se insertaron, espectadores silentes del encuentro del río con el mar y constituyen un referente urbano del impacto que puede causar la buena arquitectura, aquella que trasciende al objeto para construir ciudad, naturaleza y cultura.

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