Los dibujos de Paul Rudolph
Paul Rudolph fue un arquitecto singular. Un referente de la arquitectura con músculo y uno de los arquitectos más destacados [...]
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¡Felices fiestas!
7 septiembre, 2014
por Miquel Adrià | Twitter: miqadria | Instagram: miqadria
Ya tenemos proyecto para el nuevo aeropuerto de la capital mexicana. Y va a ser el mejor. Después de meses de secretismo y opacidad donde se sabía que -sin ser concurso- algunos arquitectos habían sido invitados a participar, creando unas duplas de conveniencia entre despachos locales y los más notables del firmamento global, se falló el ganador con protocolos imperiales. Fumata bianca, habemus (aero)portus. La lógica oligarca, que poco tiene que envidiar al cónclave cardenalicio, cuidó todos los detalles al extremo. Pasaban los meses y ya parecía que retrasaría el proceso y no tendríamos nuevo aeropuerto para el fin del sexenio, pero el hermetismo no se torcía, ante la ansiedad de muchos de los contendientes. Los equipos binacionales que se conformaron, los altísimos costos de cada proyecto, los chismes, los que decían haber encontrado el hilo negro de una de las tipologías más complejas de la arquitectura contemporánea, los que “ya sabían” que iban a ser ellos (varios, por cierto), eran ruidos sordos ante la contundencia de un gobierno alineado y sin fisuras, que había aprendido la lección de los errores de Fox en Texcoco, que no podía seguir dando señales de bajo perfil a la comunidad internacional si pretendía estar en las grandes ligas del G20, los BRICs y ser el relevo regional de un Brasil de capa caída.
Ganó el equipo conformado por el británico Lord Norman Foster y el mexicano Fernando Romero, aún cuando seguramente todos los proyectos (a ese nivel) debían ser notables. Esta pareja, sin embargo lo tenía todo: ¿quien no se acuerda del joven Foster saliendo de su modesta casa en Manchester donde pasó su infancia, o pilotando su avión sin motor, o esquiando por los Alpes, o dibujando con su mano izquierda unos croquis conceptuales que encerraban toda la cúpula del Reichstag berlinés, o la pregunta que le hizo su venerado mentor Buckminster Fuller: ¿cuanto pesa su edificio, señor Foster?, que dio título al mejor documental que se haya hecho de un arquitecto vivo?. ¿Hay alguien más cercano al Olimpo?, ¿existe un aeropuerto más hermoso y eficaz que el Chek Lap Kok de Hong Kong?… Y que mejor alianza local que la de un despacho como el de Fernando Romero, ávido de proyectos de gran escala, y respaldado por la fortuna de su suegro, Carlos Slim. Sin duda el equipo Legorreta+Rogers+Bancomer también tenía lo suyo, pero no era novedad en México. Quizá nunca sabremos el ticket que cobró el Lord por participar, ni si las fotos que se “filtraron” de Foster en playera y Romero luciendo su anillo de casado, fueron intencionadas o no. Tampoco llegaremos a conocer el efecto corrosivo de otras tantas filtraciones, ni si cuajó la relación entre duplas tan dispares como la de Zaha Hadid y Francisco Serrano. Pero sin duda, ver a Lord Norman Foster, con su impecable corbata, paseando con el Presidente de la República y todo su séquito –incluido un despistado comparsa a cargo de la capital- llegó a ser tan emocionante como la entrega de los Oscar. Todas las frases eran adecuadas, sus aseveraciones oportunas, la presentación impecable (¿cuanto tiempo antes necesitaron saber que eran ganadores para estar “tan” a punto? o ¿siempre supieron que iban a ganar? y en ese caso ¿a los otros contendientes les tienen reservados algunos proyectos compensatorios?). Hasta los contrapuntos de Fernando Romero sobre los valores mexicanos de la forma o el color, que pudieran parecer trillados, en el contexto ceremonial de presidencia, sonaron oportunos. La coreografía del poder está repleta de gestos y formas cuya mayor conclusión es el monumento: y que mejor monumento contemporáneo que el nuevo aeropuerto de la ciudad de México.
Ahora queda el resto, y con el mismo rigor hermético deberán llevar a cabo el proyecto más ambicioso del sexenio, cuidando que no se desvíen los recursos ni los tiempos.
Y ante tanto trajín por el nuevo ícono de la arquitectura, se abre una gran oportunidad: la recuperación del Futuro EX aeropuerto de la ciudad de México. Y lo que ha sido un área de casi 800 Ha cerrada, puede pasar a ser el pulmón de oriente, el generador de actividades feriales y de negocios, el receptor de vivienda mixta que se teja con las colonias circundantes. Puede ser una oportunidad única (probablemente ninguna ciudad de este calibre llegue a tener una ocasión como ésta) para negociar con el agua, que es una riqueza recurrentemente desechada, para reactivar la economía de las zonas más pobres de la ciudad y para dotarla de equipamientos.
Si un aeropuerto es un espacio público, pero cerrado, especifico, hermético, el futuro EX aeropuerto debe ser un espacio abierto para la ciudad y debe partir de la participación. Uno será un monumento para ser admirado y el otro será un espacio de interacción donde las comunidades, el agua, el parque, el recinto ferial, las áreas de habitación, deberán negociar, donde el espacio público pasa a ser un proceso. No puede ser una propuesta enlatada -de serie B- por el mismo gobierno que empacó y destapó el nuevo pastel aeroportuario. (vean donde algunos ya “saben” que van a hacer y otros, como el Delegado, todavía no). Así, convocamos un concurso abierto y universal de ideas para iniciar el proceso de rescate de esta inmensa superficie metropolitana.
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