Casa manifiesto
El primer manifiesto en México se escribió en 1921. Anuncios, carteles y publicaciones como Irradiador e Urbe consumaron la vanguardia [...]
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¡Felices fiestas!
26 marzo, 2013
por Juan José Kochen | Twitter: kochenjj
En 2007, Deyan Sudjic publica La arquitectura del poder, y tres años después, Llátzer Moix Arquitectura milagrosa. Sudjic ya decía que “(la arquitectura) refleja las ambiciones, las inseguridades y las motivaciones de los que construyen y, por eso, ofrece un fiel reflejo de la naturaleza del poder, sus estrategias, sus consuelos y su impacto en los que lo ostentan…”; mientras que Moix afirmaba que “un signo trazado por aquitectos con frecuencia ha primado la forma sobre la función, porque asumieron que la principal función de ciertas obras es la icónica o propagandística, y por políticos ilusos o ensobercidos que no vacilaron a la hora de apostar los dineros públicos en la ruleta del milagro arquitectónico”.
La arquitectura tiene una estrecha relación con el poder político y económico, con la voluntad colectiva de lo social y de lo común, de lo público y de la ‘permanencia en el futuro’, ahora en México más que nunca. Tanto Sudjic como Moix escribieron sobre ciertos casos para indagar e inferir las condiciones ‘evidentes’ de la gestión arquitectónica y el poder, a través de periodos y programas de gobierno, intereses privados, partidistas e intervenciones ciudadanas. Si bien los reportajes de Moix resumían las Hazañas de los arquitectos estrella en la España del Guggenheim, ahora el país ibérico sufre su peor crisis económica luego de la burbuja inmobiliaria iniciada a finales de los noventa, en buena medida por las esperanzas promisorias puestas en la práctica encabezada por los arquitectos más afamados. ¿Qué tan lejos estaremos de este boom ‘milagroso’ que vivió y ahora sufre España?
“En la era de la imagen y la simulación, un edificio de rúbrica selecta y formas espectaculares adquiría el potencial renovador que antaño se atribuía a una sociedad organizada y emprendedora. La arquitectura pasó a ser considerada mano de santo”, continúa Moix. No sé si antes hubiese existido una sociedad más organizada o emprendedora, pero sí que inmersos en la misma era dela imagen simulada, los edificios ‘marca’ comienzan a adquirir protagonismo en México durante esta incipiente década del siglo 20, lo cual antes no ocurría. Y es que los integrantes del star-system arquitectónico internacional han dejado dejado atrás el momento de efervescencia europea –ahora en extinción– para voltear a las economías asiáticas y latinoamericanas, especialmente la china y la mexicana. No es casualidad que Richard Rogers (Torre BBVA), Richard Meier (Liberty Plaza Santa Fe, W Retreat Kanai, Mítikah), César Pelli (Mítikah), Antón García-Abril (Teatro Cervantes, ahora de Grupo Carso), David Chipperfield (Fundación/Colección Jumex), Tadao Ando (UDEM Monterrey), Toyo Ito (Museo del Barroco en Puebla), Zaha Hadid y Norman Foster (torres híbridas en Monterrey), Populous (Estadio de Futbol Monterrey), y Herzog & de Meuron (Jardín Botánico de Culiacán y recientemente con los ‘barrios temáticos’ en la delegación Miguel Hidalgo), por mencionar algunos, tengan proyectos en México, ya en curso. Si bien los proyectos financiados por iniciativa privada –la mayoría de los casos en España– como las torres de departamentos o de oficinas, o el caso del jardín botánico de Culiacán o la UDEM, al final responden encargos personales por una ‘obra de arte’ de autor, los proyectos públicos como el caso poblano y el de la ciudad de México requerirían cierta transparencia, análisis exhaustivo o licitación pública, incluso los proyectos desmedidos ‘privados’ que impactan de forma directa a la ciudad, como el megaproyecto de ‘La ciudad viva’-Mítikah en Río Churubusco que en pocos meses colapsará Coyoacán. Se trata de proyectos que, ahora sí, han iniciado, luego de algunos intentos fallidos en años anteriores como la Torre Bicentenario de Koolhaas, la Biometrópolis de Foster o en otra circunstancia, el concurso que perdió Chipperfield para la Biblioteca Vasconcelos.
Si bien la economía mexicana disfrutó de uno de sus mayores periodos de crecimiento económico durante los años sesenta. El entonces “Desarrollo Estabilizador” (1959-1970) conjugó la estabilidad macroeconómica, en términos de baja inflación y tipo de cambio bajo, con una adecuada asignación de recursos para la inversión, como la fórmula para el exitoso crecimiento en la economía. México estaba de moda, y aunque la profusión arquitectónica fue nacional –repartida entre Pedro Ramírez Vázquez y Pedro Ramírez Vázquez– su crecimiento sostenido le dio la sede de los Juegos Olímpicos en 1968 y el Mundial de Futbol en 1970, por citar algunos ejemplos de miradas puestas en el país. Más de 40 años después, ante las crisis europeas y nuestro crecimiento sostenido, México es tierra fértil en el mapa internacional y latinoamericano, especialmente para una revolución arquitectónica del star-system.
Tada Ando decía que “la vanguardia arquitectónica fue la respuesta a unas condiciones y realidades sociales, una aspiración idealista. Pero nuestra sociedad no es la de principios del siglo 20. Ahora es consumista, y casi todos nos entregamos al deseo y al ego. El equilibrio forma-función va a afrontar una total revisión”. Y sí, un edificio marca o franquicia arquitectónica posiciona, al arquitecto, pero sobre todo al ‘poderoso cliente’ como coleccionista de arquitecturas escultóricas o al político hambriento de ‘iniciativas ciudadanas’ con intervenciones de ‘talla internacional’ que justifiquen o aplaudan su toma de posesión o gestión. En ambos casos, arquitecturas de importación ante la mediatización del producto y su propaganda de consumo. ¿Está mal traer arquitectos –por cierto casi todos ganadores del Pritzker– extranjeros a México para desarrollar megaproyectos? No. ‘Hay que evitar esa mezcla de xenofobia y chovinismo’ (Herzog & de Meuron), sí. Son proyectos para un sector muy específico que seguramente propiciará competencias de forma y exuberancia, para bien, aunque seguramente habrá despachos locales de igual o menor envergadura que pudieran desaparecer. Aunque también debería tener una repercusión positiva, al interior, para replantear ‘estándares de calidad’, formatos de colaboración y gestión en los proyectos de una arquitectura falta de rigor, descuidada, politizada, ‘culturizada’ o mal realizada.
Más allá de la resonancia mediática o prestigio hacia afuera, estos proyectos icónicos deberían analizarse, o revisarse –siguiendo a Tadao Ando– si bien repercuten con la ciudad, con los ciudadanos. No es lo mismo un edificio de marca para una universidad o un corporativo, que barrios temáticos o ciudades vivas que arrasan colonias y planes urbanos. En ambos casos, es el inicio de un periodo de firmas selectas que tardó años en entrar al mercado nacional, de arquitecturas que van del poder al milagro o del milagro al poder.
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