Gobierno situado: habitar
Un gobierno situado, un gobierno en el que quienes gobiernan se sitúan, que abierta y explícitamente declaran su posición y [...]
14 mayo, 2017
por Alejandro Hernández Gálvez | Twitter: otrootroblog | Instagram: otrootroblog
Según los plazos establecidos, faltan poco más de tres años para la inauguración del Nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México, que se construye en el lecho seco de lo que fue el lago de Texcoco, y por lo mismo, faltan poco más de tres años para que las más de 700 hectáreas que hoy ocupa el Aeropuerto Internacional Benito Juárez queden sin uso. La gestión de ese terreno, hoy bajo control federal al tratarse de un aeropuerto, debería pasar a manos del Gobierno de la Ciudad de México, que ya ha iniciado algunas consultas.
Al respecto, hace unos días se presentó un documento con el largo y enredoso título “Para la opinión de la ciudad: documento para la discusión de los ciudadanos, segunda entrega: ¿qué hacer si el aeropuerto se va de la ciudad?, corregir un error de cinco siglos,” en el que se reconoce que las decisiones que se tomen sobre qué hacer con ese terreno tal vez constituyan “la última oportunidad para ordenar el territorio de la ciudad a gran escala.” En las conclusiones a dicho documento, Salomón Chertorivski, secretario de Desarrollo Económico de la ciudad, plantea tres características únicas de ese sitio: la primera, su cercanía con el antiguo lago de Texcoco que abren la posibilidad de “comenzar una nueva visión y construcción de ciudad, esta vez reconciliada con el espacio y el ciclo natural del agua;” la segunda, ser “un lugar estratégico para la movilidad urbana, dentro de la ciudad —y desde la ciudad— con decenas de municipios masivamente poblados de la zona metropolitana;” y, en tercer lugar, ser “la oportunidad para «jalar» y emparejar el desarrollo de la zona oriente con el resto de la ciudad.”
Por supuesto, estas tres características se pueden leer como oportunidades pero también como interrogantes, tanto a las decisiones al rededor de la construcción del nuevo aeropuerto en ese sitio—aunque Miguel Angel Mancera, Jefe de Gobierno de la ciudad, juzga ese proyecto como indiscutible—, sin tomar realmente en cuenta la posibilidad de replantear las condiciones del ciclo hídrico ni de ordenamiento del transporte a nivel metropolitano, como por la confianza en que el desarrollo económico de una enorme región de la ciudad y sus habitantes dependa directamente de “jalar” inversiones.
En la presentación del documento, Mancera fue más lejos que Chertorivski y dijo: “¿por qué no pensar en una Ciudad Universitaria, otra Ciudad Universitaria en este espacio que dejará el Aeropuerto de la Ciudad de México. No se trata de llegar y destruir todo lo que está ahí porque hay una gran infraestructura. Habrá cosas que sí, pero hay oras que se pueden planear en un aprovechamiento sustancial.” Planteada así, la pregunta de Mancera parece una ocurrencia, otra más en esa serie que caracteriza lo que ya se ha calificado como urbanismo de ocurrencias. Más que preguntar ¿por qué no otra Ciudad Universitaria?, habría que esperar que se nos mostraran las razones de por que sí. Por supuesto, podemos entender esa propuesta más como una promesa de campaña, no sólo por las declaradas intenciones de Mancera de buscar la presidencia del país, sino porque esa parece ser la tónica actual de casi cualquier político: ideas que no rebasan los 140 caracteres y muchas veces sin planes que las sustenten.
¿Estaría mal construir otra Ciudad Universitaria en los terrenos que deje libre el actual aeropuerto? Tal vez no, pero antes de decidirlo e incluso de plantearlo como objeto de una consulta ciudadana, habría que estudiar las condiciones de la ciudad, en particular en relación a la educación pública de nivel superior. En la Ciudad de México, además del campus de la UNAM en el Pedregal, existen al menos otros 14 planteles de educación superior pública, incluyendo otros dos de la UNAM, a la Universidad Autónoma Metropolitana, al Instituto Politécnico Nacional (IPN), a la Normal Superior y a las cuatro sedes de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM). Puestos en un mapa de la ciudad, al menos seis de esos planteles se encuentran al oriente y varios en las cercanías del terreno que hoy ocupa el aeropuerto. No cabe duda que cada año miles de jóvenes no pueden entrar a ninguna de esos centros de educación superior públicos, pero también parece que, por otro lado, muchos egresados de esas escuelas no encuentran trabajos bien remunerados en la carrera que estudiaron, ya no nos preguntemos por la localización geográfica de esos escasos trabajos y por la posibilidad de conseguir vivienda asequible en la cercanía del sitio de empleo. ¿Se resuelve esto proponiendo otra Ciudad Universitaria en el terreno del actual aeropuerto? ¿Y por qué no?, pregunta el jefe de gobierno, a lo que habría que responderle con más preguntas: ¿de qué universidad dependerá ese nuevo campus? ¿Sería de la UACM, aquella que depende del gobierno de la ciudad? ¿O sería como el IPN, una escuela con vocación técnica o científica? ¿Sería esa nueva Ciudad Universitaria capaz de recibir a todos aquellos que no pudieran ser admitidos en los otros planteles de escuelas públicas en la ciudad?
Se puede seguir con más preguntas. No tiene caso. Se dirá que fue sólo un anuncio como el de cualquier político y que, después, viene el trabajo de hacer posibles las intenciones. Pero es curioso, por decir lo menos, que en el capítulo titulado El futuro que se asoma del documento que se presentó ese día, no se hable específicamente de otra Ciudad Universitaria. Entre las propuestas se mencionan la “construcción de la primera ciudad de la megadiversidad biológica y las culturas mundiales,” una “comunidad industrial,” el “Parque Ecológico de Texcoco,” el “Pulmón Metropolitano de Oriente” —en referencia al concurso organizado por Arquine—, un “nuevo centro urbano ciudadano y gubernamental,” un “panteón civil”, el “nuevo Estadio Azul,” la “Ciudad del ocio, cultura y deporte” o la “Ciudad del conocimiento y la innovación.”
¿Será que cabe de todo en el terreno de un ex-aeropuerto sabiéndolo acomodar? ¿Y por qué no? Tal vez porque así no se planea el futuro de una ciudad de más de veinte millones de habitantes.
Un gobierno situado, un gobierno en el que quienes gobiernan se sitúan, que abierta y explícitamente declaran su posición y [...]
Paulo Tavares sostiene que debemos cuestionar radicalmente una de las presuposiciones que sostienen a la arquitectura moderna: que toda arquitectura [...]