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Columnas

Una señora llamada Jane Jacobs

Una señora llamada Jane Jacobs

6 mayo, 2014
por Rodrigo Díaz | Twitter: pedestre

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Tengo en mis manos una copia polvorienta de The Death and Life of Great American Cities (Muerte y Vida de las Grandes Ciudades Norteamericanas) de Jane Jacobs. Entre las páginas 128 y 129 se encuentra un viejo boleto de trolebús cumpliendo las funciones de marcador, mudo testigo de papel que evidencia que el lector fue incapaz de alcanzar siquiera un tercio de la maratón de 448 páginas propuesto por la autora. El libro no es una obra cualquiera: es considerado una Biblia por quienes plantean concebir la planeación urbana desde la escala del barrio y sus habitantes. El sitio especializado Planetizen lo colocó al tope de la lista de publicaciones que todo urbanista bien formado debiera leer. El mismo medio distinguió a la autora como la pensadora urbana más importante de toda la historia, toda una gracia si se considera que la persona que ostenta ese puesto jamás estudió formalmente urbanismo ni disciplina parecida.

Tengo el libro en mis manos y al hojearlo me acuerdo perfectamente porqué fui incapaz de terminarlo. Recuerdo que me agotó la falta de datos cuantitativos que respaldaran las (muy certeras) observaciones de la autora. Ni una sola cifra, ni la más mínima estadística que diera sustento numérico a la percepción hecha a pie sobre el urbanismo en su escala más pequeña. Recuerdo que me aburrí buscando una bibliografía que jamás existió, que me cansé de escudriñar ejemplos que se salieran de las manzanas del Greenwich Village que inspiraron la obra (alguna referencia al North End de Boston, alguna a Philadelphia, una que otra a Chicago y no mucho más).

Y sin embargo creo que la figura de Jane Jacobs es importante. Muy importante. Y es que analizar su relevancia tomando exclusivamente en cuenta su obra escrita nos puede distraer del legado mayor, que es el de una actitud coherente hacia la ciudad y la manera de pensarla y vivirla, centrada en la escala del barrio, entendido éste no sólo como una construcción física, sino también social y cultural. Jane Jacobs incorporó en la discusión de lo urbano a su actor principal, que es el ciudadano, a quien dotó de un discurso articulado para establecer un contrapeso al despotismo ilustrado (todo para el pueblo pero sin el pueblo) que había reinado la planeación urbana hasta ese entonces. Con Jacobs los urbanistas bajan de su Olimpo y deben rendir cuentas ante una ciudadanía que es más sensible a las necesidades de su entorno inmediato que a las grandes intervenciones urbanas. Jane Jacobs no sólo democratiza, sino también humaniza al urbanismo, que a lo largo de buena parte del siglo pasado fue visto como una disciplina eminentemente científica (todavía hay varios que entienden la ciudad como un laboratorio). Añadió la observación cualitativa como contraparte de la planeación basada en fríos y duros datos cuantitativos. Fue la primera mujer en hablar de tú a tú sobre visiones de ciudad en un mundo eminentemente masculino. La saludable patada al tablero que ella dio a una manera autoritaria –que todavía tiene muchos adeptos– de ver la ciudad, fue una bocanada de aire fresco que sigue inspirando a quienes entienden la planeación urbana como un ejercicio colectivo en el que la comunidad juega un rol preponderante.

El tiempo se ha encargado también de mostrar las limitantes del discurso. Si bien es cierto la escala del barrio es fundamental, jamás debe perderse de vista que debe estar inscrita en un contexto mayor que proporciona la escala de la ciudad, donde la noción de comunidad empieza a diluirse en un todo más grande y complejo. Asimismo, la visión de un mundo separado por los discursos antagónicos de la comunidad -los buenos- y  autoridades y técnicos –los malos– no se condice con una realidad en que más bien predominan los tonos grises (favor leer los análisis en frío que han hecho Anthony Flint[1] y Paul Goldberger[2] sobre la figura y obra del todopoderoso master builder de Nueva York Robert Moses, némesis de Jane Jacobs). Finalmente, la defensa a ultranza de la permanencia en el tiempo de las características físicas de un barrio puede a veces volverse un búmeran contra los propios vecinos. Valga el propio ejemplo del lugar que inspiró a la señora Jacobs: la casa de tres pisos y 200 metros cuadrados en el 555 de Hudson St. donde vivía en el Greenwich Village no fue demolida por las retroexcavadoras de la modernidad. Tampoco se la ha comido la voracidad de los desarrolladores inmobiliarios (todavía). Hasta hace unos pocos años había una tienda de diseño en la planta baja que ofrecía un solo producto: vasos de colores a 45 dólares la unidad. Hoy hay una boutique. En 2009 fue vendida en 3.3 millones de dólares. Con las propiedades vecinas ha pasado más o menos lo mismo: el Greenwich Village es hoy uno de los sitios más apetecidos para vivir en Manhattan. Jane Jacobs ganó la batalla, pero quizás fue un triunfo a lo Pirro. Se preservaron las casas, pero no sus antiguos habitantes, particularmente los de menos ingresos, que no fueron capaces de soportar la fuerte presión inmobiliaria y el encarecimiento de la vida en una zona donde los ricos hipsters de hoy poco tienen que ver con la comunidad que Jane Jacobs defendió en 1961. Son otros los que cosecharon los frutos de la victoria.

Alguien dijo que las buenas ciudades nacen de una mezcla de la capacidad de Moses con la actitud de Jacob. Puede ser. En la ciudad nada es en blanco y negro. Predominan los grises.

GW

555 Hudson St. Greenwich Village. Nueva York

 


[1] Anthony Flint, Wrestling with Moses: How Jane Jacobs Took on New York’s Master Builder and Transformed the American City. Random House Trade Paperbacks, 2011

[2] Paul Goldberger, Eminent Dominion. Publicado en The New Yorker, 5 de febrero de 2007. Aparece en su libro recopilatorio Building Up and Tearing Down. Reflections on the Age of Architecture. The Monacelli Press, 2009






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