Saberes al borde. Materialidades para habitar el río Medellín
Construir al borde de la precariedad constituye saberes valiosos que se vuelven ilegítimos en la medida en que existe un [...]
10 agosto, 2021
por Ricardo Vladimir Rubio Jaime | Twitter: VladimirRub
Tercer artículo definitivo de la paz perpetua:
El derecho de ciudadanía mundial debe limitarse a las condiciones de una universal hospitalidad:
Fúndase este derecho en la común posesión de la superficie de la tierra; los hombres no pueden diseminarse hasta el infinito por el globo, cuya superficie sea limitada, y, por tanto, deben aceptarse mutuamente su presencia, ya que originalmente nadie tiene mejor derecho que otro a estar en determinado lugar del planeta.
Hacia la paz perpetua, Immanuel Kant 1
Breve introducción a las líneas:
En su análisis a los elementos básicos compositivos, Wassily Kandinsky define la línea geométrica como la traza que deja un punto al moverse. Es su clasificación, diferencia entre la línea recta y la curva a través de la cantidad tensiones que definen su trayectoria:
Mientras que la línea recta contiene una fuerza única que desplaza al punto de forma continua e indiferente, la línea curva ha sido desviada de su camino a través de una presión lateral constante. Y aunque ambas son definidas como líneas básicas, es el propio Kandinsky quien las cataloga como antagónicas: la primera es un elemento básico con una sola dirección; la segunda, con su tensión lateral, tiene la oportunidad de generar concavidades, espacios y formas que contienen y protegen.2
Esta definición básica, me sirve para describir el principio de lo que llamaré: una geometría básica de la proximidad, llamaré tensiones: a los agentes y valores que tuercen y generan formas afectivas. Es decir, que tiene el don de generar entrega, cuidado, atención y protección.
Mientras que la línea recta es indiferente y prosigue su propia y única lógica, la curvatura se tuerce para generar huecos o estructuras que posibilitan.
Las manos, que siempre han sido símbolo y distinción de lo humano, son un gran ejemplo de esta geometría afectiva, suelen curvarse al dar, al recibir, al cubrir y al proteger, como lo describe de forma inigualable el filósofo Josep María Esquirol en su libro La resistencia Intima:
“El tejado que protege se parece a la figura de las manos juntas mirando hacia abajo; las palmas serian el techo. El cuenco se hace con las manos juntas hacia arriba. Con el cuenco se da y se ofrece: con el techo se guarda y se ampara.” 3
Primeros trazos afectivos:
Físicamente, vivimos en una perpetúa línea que se curva, hasta su cierre. Habitarla, seria entender que toda proyección se inclina, que todo arrojar tiene un declive, que nada avanza hacia el infinito, sino hacia el centro por gravedad; de donde todo surge y hacia donde todo va.
El mundo que nos toca soportar, en cambio, es el que Kant advierte que no puede existir en un mundo que busque paz: un lugar donde los hombres se diseminan y expanden sin límites; línea recta que ignora las leyes establecidas por lo viviente, como la representación de la muerte en una máquina de signos vitales.
El llamado progreso ha sido una línea recta que atraviesa sin sensibilidad los tiempos y espacios naturales: montañas y andes se perforan para “acortar distancias” (aunque cada vez crezca más la del entendimiento y la comprensión), líneas que atraviesan bosques y selvas con indiferencia y que hieren de muerte con la urbanización que surge a sus alrededores. Especulación inmobiliaria y acaparamiento de tierras son los nombres de algunos de estos fenómenos contemporáneos. La misma línea recta direcciona y oculta ríos y causes en tubos, y los llena de desechos hasta su negrura. Cicatrices sin atención que pudre de a poco al planeta.
Una cicatriz suele ser una línea recta porque su causa es cuando menos la distracción o la indiferencia de lo existente. Es la expresión gráfica de la fuerza que sobrepasa nuestra resistencia, que nos abre sin reparo ni consideración, porque ignora la unidad existente con la que se encuentra.
Lo contrario a ese golpe que nos abre, sería recibir una caricia: curva y línea informe que dialoga indefinidamente la superficie que toca, sin por qué ni para qué definido. Ocioso vagar. Hace sentir no invadido, sino atendido y contemplado.
La línea recta es la de las balas en lugar de la escucha: atraviesan pechos e ideas, estudiantes y comunidades enteras. La escucha en cambio, comprende y protege, rodea y sabe retirarse.
Cómo lo dice Esquirol en su más reciente libro Humano, más humano:
“(Lo) que se curva se hace cercano, de modo que la curvatura es, también, proximidad y cercanía.
No es casual que los símbolos fascistas suelan ser rectos y rígidos. La curvatura que cuida —o el cuidado que se curva— no es ni invasiva ni evasiva. No pretende aplastar, ni alejarse en la indiferencia. Se aplasta de arriba abajo. Se mantiene la indiferencia yendo recto, sin mirar atrás. En cambio, el gesto más básico suele flexionarse enseguida. (…)
También el abrazo es curvo. Todo abrigo es una curva. La mejor respuesta nunca es la más directa: es franca, si, pero con tacto. El tacto flexiona la respuesta y no deja que sea ni directa ni indirecta. El tacto es la suave curvatura de la franqueza.” 4
La curva tiene tacto porque vincula; sus tensiones extremas se atan a la tierra (oscuridad fecunda de donde todo brota y a donde todo regresa), y se alza al centro hacia el cielo para crear espacio. Fuerza que se asemeja a la del árbol: crece, no para conquistar, sino para abarcar y generar; sea sombra, alimento o casa; a humanos, animales, insectos, plantas, hongos o a diminutos organismos.
Una arquitectura que se curva
Es consensuado el origen de la arquitectura en dos formas básicas: la curva de la cueva que protege piel y fuego, o rudimentarias estructuras de madera con ejes perpendiculares. Sea cual fuere el primer trazo, ambos provenían de una geometría afectiva del mundo: generar para dar. En cambio, la arquitectura que impera se ha alejado de esta geometría, y se sirve de la línea del progreso para continuar la herida y la separación.
A menudo, las y los arquitectxs ponderan en sus discursos contemporáneos palabras cálidas, conceptos curvados del afecto; agregando a sus descripciones e intenciones palabras como: atención, calma, escucha, lentitud, fraternidad, dignidad, hospitalidad, contemplación, conexión, resistencia y resiliencia, pero su tensión afectiva sigue sirviendo al esquema lineal desarrollista, productivo, extractivista, explotador y burgués. Se curvan los techos y los muros en grandes arquitecturas para resguardar la acumulación de bienes privados, mientras la intemperie impera en los desposeídos. Se rodean árboles y se albergan animales para algo que nombran como autosuficiencia; pero es desde el privilegio que se vive el glamur de la ruralidad: invadiendo territorios y paisajes a través del despojo y, en nombre del empleo, acaparar la vida de otros para cuidar al huerto o las vacas. Personas que no inclinan su espalda para ordeñar la vaca, y consumen el tomate fresco sin cuidar su madurez ni mirar e hidratar la tierra de donde brota.
Que la arquitectura comience a utilizar a las palabras de forma profunda es imperante. A la par, que las escuelas (entendidas como instituciones y como ejemplos morales) despojen a las palabras de su linaje superfluo: que se alejen de entender el cuidado desde el ensamble y deslumbre de los materiales, y cuidar en cambio, a quien amparamos con un techo y a quien excluimos con un muro.
Que la dignidad no sea una cuestión medible y cuantificable; absurda formula que se reduce a la expansión de metros cuadrados o el aumento del tamaño de una ventana para las empleadas domésticas, conservado el sistema de explotación con salarios mínimos y horarios esclavistas. Que se ponga en cambio a la escucha real de lo que es digno para los otros, que se haga hincapié en la etimología de la palabra dignus: merecedor de respeto.
Que no se hable de fraternidad y hospitalidad en un mundo donde el gremio reproduce con sus líneas fronteras, parcelas y propiedad individual. Donde las líneas rectas hieren, dividen, atraviesan. Como lo escribe oportunamente Marina Otero Verzier en un reciente artículo para este medio:
“Los arquitectos han sido entrenados históricamente para trazar líneas; líneas nítidas, abstractas y asertivas. Líneas que definen adentro, afuera, altibajos, líneas que sostienen y materializan condiciones diferenciales y, por tanto, todo el sistema de divisiones, formas históricas de exclusión y discriminación.” 5
La arquitectura debe curvarse hacia la sensibilidad y lo común, y no solo llenar de nuevos discursos el quehacer acostumbrado. La geometría que se utiliza debe curvar ante todo los conceptos, no los objetos; y usar esa línea para el ayuntamiento, es decir, para unir lo que es de todos. Contrario al esquema separatista del progreso lineal, llega el tiempo de pensar nuevas envolturas para un mundo común. Cómo se lo pregunta Peter Sloterdijk:
¿Quién va a ser capaz todavía de crear envolturas protésicas en torno a los que han quedado a la intemperie? 6
Mi respuesta, ingenua y balbuceante, recae en todos, en la capacidad de cada uno de nosotros de atender el mundo para curvarlo de a poco. Ni grandes proyectos ni a través de sistemas partidistas o totalitarios. Y como argumentó Bauman hace casi más de una década:
“Tarde o temprano, ante la evidencia diaria de nuestra dependencia mutua tendremos que darnos cuenta de que nadie puede reclamar su propiedad indivisible sobre el planeta.” 7
Que nos envuelva nuevamente la conciencia de nuestra fragilidad y temporalidad sobre esta esfera amplia y aún fecunda, que seamos capaces de ver, reconocer y repetir la curvatura que nos con-forma, que no permitamos más el oscurecimiento del cielo: que se borre para siempre la línea gris que nos impide ver la curva que es de todos.
Notas:
Construir al borde de la precariedad constituye saberes valiosos que se vuelven ilegítimos en la medida en que existe un [...]
La arquitectura, a diferencia de la escenografía, no sólo genera atmósferas, sino que es un actor y actante de la [...]