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26 enero, 2024
por Olmo Balam
DJANGO CON LA SOGA AL CUELLO
Sobre el escenario, al centro, hay un hombre frente a su computadora portátil. Por lo que dice, está escribiendo una obra de teatro durante la pandemia: es la cuarentena de 2020, que ha convertido casi todo lugar cerrado en una oficina remota y, con ello, inaugurado la era de las llamadas interminables por zoom y múltiples crisis de salud mental teledirigida. Así, sobre una mesa iluminada de forma cenital, a la que apuntan cámaras, conocidas y desconocidas, empieza a tejerse un mundo que parece idílico: bosques frondosos de dudosa ubicación —lo mismo tienen grandes praderas que ríos, florestas y cielos en los que de noche brilla la aurora boreal—. El pueblito, de inspiración europea, cuyos habitantes son títeres que hablan en perfecto español (algunos con acentos inesperados), parece perdido en algún momento del siglo XX (tienen teléfonos de disco y nociones de psicoanálisis).
En ese contexto, los pensamientos suicidas no se hacen esperar mucho tiempo, ni en la mente del dramaturgo ni de sus personajes. La mesa con una computadora encima se irá convirtiendo, frente a las cámaras de smartphones cuyas imágenes terminan proyectadas en una pantalla grande, en diversos escenarios: un carrusel con cabañas, valles que corren de izquierda a derecha, riberas de agua azulísima, pantallas para las sombras de caninos que pelean bajo la luna o, simplemente, una habitación vista simultáneamente en varios de sus cortes, en la que descansa una guitarra y donde, por intervención divina o no, el dramaturgo y su protagonista tendrán que buscar una salida al deseo de autodestrucción.
Esa es más o menos la atmósfera que originó (y refleja) Django con la soga al cuello, obra escrita y dirigida por Antonio Vega que, al mismo tiempo, es una producción audiovisual que se graba en vivo, bajo la dirección de cámaras de Ana Graham. La historia es simple: un dramaturgo tiene que cumplir con el objetivo de escribir una obra de teatro completa, de preferencia feliz, en ocho semanas. El plazo se convierte, como lo dice el término en inglés, en una verdadera deadline, una línea entre la vida y la muerte. Esto lleva al teatrero a escribir un personaje que trae, como él, la soga al cuello: Django, un hombre de mediana edad, soltero, bigotito, traje desastrado y una cabaña en medio de un bosque donde por la noche rondan los lobos. Django ha perdido el sentido de la vida y sólo la indecisión, su guitarra (que retoma, por supuesto, la de Django Reinhardt) y la procrastinación lo han salvado de consumar su suicidio. Cuando por fin va a lograr su cometido, con ayuda de un banquito en el bosque, un perro mestizo y malnutrido hace que Django se olvide por un momento de la muerte propia. Lo que parecía un encuentro fortuito se convierte en una relación que le da sentido a la vida de Django y a la del perro, que a la postre se llamará Tripi.
Lo escueto de la sinopsis no alcanza a reflejar la experiencia de ver la obra en vivo. El espectáculo, así como la propia obra, que entra y sale de manera constante de la ficción, puede verse tanto como una puesta en escena tradicional de títeres como la grabación, montaje y edición de una película. Todo esto ocurre gracias a una coordinación entre actores y utileros, que combina el teatro de títeres con la plasticidad de la edición cinematográfica (a cargo de Xicoténcatl Reyes), que recurre a ángulos de cámara diversos y que por momentos se permite montajes (al estilo de Wes Anderson) con gráficas que simulan estar en dos dimensiones, o planos simétricos. El sonido está a cargo de María Kemp, quien logra con su foley todo tipo de sonidos: truenos, armas de fuego, pasos sobre hojas secas que se combinan con algunas pistas de música original, compuesta por Cristóbal MarYan. El diseño de escenografía, de Anna Adrià, así como la iluminación de Víctor Zapatero y Sheila Piedras, y el diseño multimedia de Héctor Cruz le dan vida a la idea original de Antonio Vega y Ana Graham, quienes montaron en su momento esta obra de manera casera, comisionada por la compañía PlayCo, como parte del programa #PlayFrom6FeetAway que se realizó en Nueva York, Estados Unidos, durante la pandemia. Así, por fin, el 20 de enero ocurrió la primera función en vivo de esta pieza teatral en la sala Juan Ruiz de Alarcón del Centro Cultural Universitario.
Detrás de cámaras Django – HD 1080p from Por Piedad Teatro on Vimeo.
La dinámica de la obra oscila entre el virtuosismo técnico de los titiriteros (en un ensamble conformado por Ana Graham, Belén Aguilar, Emmanuel Lapin, Alfredo Veldañez y Mónica García), que además son, por turnos, camarógrafos, tramoyistas, cantantes, narradores y actores. La manera más simple de describir el resultado, como se mencionaba más arriba, es decir que es como ver una obra que se graba, monta y posproduce al mismo tiempo. Sería posible ver Django con la soga al cuello tan sólo por medio de la pantalla grande que se coloca encima de las distintas maquetas y marionetas. Pero también es posible observar sólo el escenario, en el que los titiriteros manipulan muñecos y escenarios para crear la ilusión de movimiento a campo traviesa, por ríos, o el recorrido por un pueblo, y, sobre todo, un espejismo de simultaneidad.
Aunque en la información oficial de la obra se dice que los creadores no han llegado a un consenso de si Django con la soga al cuello es un western o un cuento para niños, esto último sería el género más adecuado en el cual inscribirlo, ya que el diseño de los personajes, la estructura narrativa y la espectacularidad tienen ese elemento de oscuridad que caracteriza a relatos como los que en su momento recopilaron los hermanos Grimm: historias que hablan de las belleza del mundo y la rotundidad de la muerte, dos cosas casi inseparables. No se abunda en las razones por las que Django quiere suicidarse, al fin y al cabo, no importa tanto como la pulsión de muerte que habita en muchas personas y se manifiesta como un terror que puede ser real o imaginario, en este caso particular, un lobo que es metafórico y real al mismo tiempo. La obra plantea además un problema que no le corresponde resolver: la de si el arte es suficiente para reemplazar la ayuda profesional y comunitaria contra el suicidio. Ese es un enigma que emparenta, y conecta en última instancia a Django con la soga al cuello con las Märchen —término originario de las historias folclóricas alemanas— que dejan entrever un mundo bello, pero brutal, en el que es posible cantar la propia desesperación y, quizá, llegar al plazo de entrega con una historia de final feliz, lo más extraño que uno puede esperar incluso en los cuentos de hadas.
Django con la soga al cuello se exhibe en el teatro Juan Ruiz de Alarcón del Centro Cultural Universitario desde el 21 de enero hasta el 3 de marzo.
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