Hugo González Jiménez (1957–2021)
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10 septiembre, 2018
por Juan Palomar Verea
Es un paisaje urbano que enorgullecería a cualquier ciudad civilizada del mundo. Es una monumental plaza de Luis Barragán a la que da entrada un pájaro de concreto que el arquitecto le encargó a Mathias Goeritz. Es un testimonio directo de los años cincuenta del pasado siglo, de la década del ingenuo optimismo y la entusiasta seguridad en la idea de que las ciudades encontrarían al fin, en la renovada modernidad de la posguerra, un mejor futuro.
Peatones, transporte colectivo y autos convivirían armónicamente bajo el apacible cielo azul tapatío, contra el que el anaranjado del escultórico pájaro haría el preciso contraste para expresar esa alegría que tanta falta hace en las urbes contemporáneas. ¿Y luego qué pasó con este paisaje ejemplar?
Que fue destruido insensatamente. Los muros que enmarcaban al pájaro —de similar color anaranjado— fueron demolidos. Las áreas verdes fronteras a los muros fueron bochornosamente “regaladas” a particulares. El pavimento que daba consistencia a la insólita y enorme plaza fue destruido. La fuente del remate fue degradada, a pesar de la tímida intentona por “restaurarla” hace no mucho. El macizo arbolado de la glorieta circundante fue eliminado y nunca ha sido sustituido, y su pavimento de piedra fue trocado por innoble chapopote. Tal ha sido el destino de este espacio que en cualquier otra ciudad civilizada sería celosamente protegido como un valiosísimo patrimonio, local y universal.
Pero vamos a ver: todo esto tiene remedio. Con cierta imaginación y tino los muros anaranjados pueden ser reinstalados. El color original del pájaro, conforme a las evidencias históricas, puede ser recuperado. El pavimento de cuadros de concreto enmarcados por cenefas de rajuela de piedra de castilla se puede fácilmente rehacer para volver a configurar el ámbito de la plaza. La fuente de avenida Niños Héroes y avenida de los Arcos es muy factible de restaurarse adecuadamente conforme a los disponibles testimonios originales. Los árboles de alrededor de la glorieta pueden volver a ser plantados y el pavimento de piedra reinstalado. El tráfico podrá ser sujeto a una adecuada regulación y tranquilización. ¿Qué más?
Pues que Guadalajara acabe de entender y justipreciar a Luis Barragán, uno de sus más altos artistas, que se haga plenamente cargo de su patrimonio, lo goce y lo disfrute. Que se siga el afortunado camino que han representado ya el salvamento de la Casa Cristo por el Colegio de Arquitectos, de la Casa González Luna por el Iteso, de las dos casas de la calle de Rayón por meritorios particulares, del Parque de la Revolución y del Parque de las Estrellas y su capilla abierta por parte del Ayuntamiento de Guadalajara… se avanza.
Por cierto que surgió una pregunta en la versión electrónica de El Informador acerca del pasado artículo sobre la mencionada capilla abierta: “¿Por qué le llaman “capilla” a cuatro muros?” Pues porque eso, precisamente, es. Por el sabio, magistral manejo (casi zen) del espacio. Porque con la absoluta abstracción del espacio sagrado y el cielo y las nubes como techumbre es una invitación a la contemplación, el recogimiento, la trascendencia, Dios. Porque las sombras que los árboles dibujan sobre los cuatro muros superan con creces la más suntuosa ornamentación de las iglesias barrocas. Porque esa capilla es la obra de un genio de talla universal.
Así que Jardines del Bosque, con paciencia y determinación, es una parte de la ciudad, perteneciente a vecinos, tapatíos y mexicanos, destinada a ser un patrimonio invaluable, un justo motivo de orgullo, un ámbito urbano armónico, equilibrado, bellísimo. Vamos siguiéndole con la recuperación total de la plaza del Pájaro anaranjado. Órale.
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