Carme Pinós. Escenarios para la vida
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5 febrero, 2016
por Pedro Hernández Martínez | Twitter: laperiferia | Instagram: laperiferia
Diecisiete meses después de iniciarse los trabajos, ayer se inauguró el Museo del Barroco en Puebla, la primera obra del arquitecto japonés ganador del premio Pritzker en México. Con una estructura ordenada, que parte de una retícula, el japonés pliega las superficies de los muros de las salas –siguiendo un esquema formal explorado en los últimos proyectos por el arquitecto— estableciendo una transición fluida entre los espacios. El museo busca convertirse en “un ícono cultural”.
En la inauguración estuvieron presentes el nuevo Secretario de Cultura, Rafael Tovar y de Teresa, y el gobernador del Estado de Puebla, Rafael Moreno Valle, quien según reportó el periódico El Universal— apuntó que siguieron “en parte el ejemplo de España”, añadiendo “en Bilbao el Guggenheim se convirtió en un ícono de la ciudad,” haciendo turística a una ciudad industrial y “ese ejemplo” muestra “lo que es posible cuando hay visión y proyección cultural.”
De ser así, y si el Gobierno tiene la mirada puesta en conseguir un efecto Guggenheim –la construcción de un hito arquitectónico sobre el que debe recaer todo el esfuerzo de regeneración de una ciudad– cabe, cuanto menos, ser precavidos sobre las posibilidades reales de un complejo como éste. ¿En qué medida necesitaba Puebla un museo del Barroco? ¿Existe un proyecto museográfico detrás del mismo? ¿Quién pensó el nombre de Toyo Ito? ¿Se eligió por su experiencia o por ser uno de los grandes nombres del panorama arquitectónico actual? ¿Por qué se dice que la primera opción, antes de entender que Puebla tiene una “historia barroca,” fue hacer un museo “tipo Guggenheim”? ¿Acaso se aspiró antes a la creación de un contenedor que del contenido?
Preguntas importantes y necesarias que esperemos hayan sido formuladas mucho antes de emprender la construcción. Primero, porque pensar el éxito de Bilbao como consecuencia de la construcción de un museo es uno de los mitos peor entendidos de los últimos años del urbanismo. La regeneración de la ciudad fue un proceso complejo que sí bien contó con destacados nombres del starsystem –como Norman Foster, Frank Gehry, Zaha Hadid o Cesar Pelli– fue como parte de un proyecto mayor que incluyó la regeneración del rio, la creación de un proyecto cultural —entre los cuales el museo de Gehry sólo es una parte— y la mejora del espacio público y las redes de transporte. Segundo, porque ese mal entendimiento propició, también, ruina y descalabro de muchas ciudades en España –expuesta públicamente con la llegada de la crisis. Conocidos son la Ciudad de la Justicia en Madrid o la Ciudad de la Cultura, que Peter Eisenman imaginó a las afueras de La Coruña. Dos entre muchos, pues se podría decir que no hay ciudad —con o sin arquitecto famoso— que no tenga un proyecto-fiasco en su agenda.
En tal situación el caso de España puede ser un mal ejemplo a seguir, al menos si, como pasó allá, se cree que un proyecto de arquitectura —por mucho que haya costado un total de 1742 millones de pesos— basta para situar a una ciudad en el mapa de la cultura.
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