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Entrevistas

Territorios en movimiento. Conversación con Brigitte Baptiste

Territorios en movimiento. Conversación con Brigitte Baptiste

18 octubre, 2022
por Christian Mendoza | Instagram: christianmendozaclumsy

Brigitte Baptiste es una bióloga colombiana. Estudió en la Pontificia Universidad Javeriana y realizó estudios de maestría en la Universidad de Florida. Actualmente es rectora de la Universidad EAN.

En su “Manifiesto ciborg”, la bióloga Donna Haraway planteaba que la manera de aproximarse al territorio que habitamos debía ser mediante una mirada que desmontara las certezas científicas, ya que el punto de vista humano es la única manera de entender lo que nos rodea, lo que trae como consecuencia que sólo miremos nuestro entorno para poder someterlo y explotarlo. Décadas más tarde, cuando es más que necesario repensar nuestra relación con el territorio, Brigitte Baptiste, igualmente bióloga, afirma que la lectura del territorio tiene que ser diversa y multiescalar, ya que los humanos cohabitamos con lo vivo y lo no-vivo, con un ecosistema del que sólo representamos una mínima parte. En esta conversación, la rectora de la Universidad EAN da algunas claves sobre su pensamiento respecto al territorio, las consecuencias de la arquitectura y las posibilidades que tiene el diseño ante un mundo cada vez más convulso. 

Christian Mendoza: Las maneras de entender el territorio son diversas y amplias. Disciplinas como la arquitectura y el urbanismo, tal vez hayan tenido una visión reductiva o limitada del territorio. Desde tu práctica científica, ¿cómo entiendes el territorio?

Brigitte Baptiste: Hace muchos años, yo inicié mi carrera como estudiante de arquitectura. Fui pasando del proceso creativo del hábitat humano hacia una construcción que fuera sensible al sitio. Hay muchas escuelas que hablan de eso. Sobre todo, recuerdo a Kevin Lynch, quien influyó mucho en lo que hice después: convertirme en bióloga y en ecóloga del paisaje. Con esto, cambia un poco la lente con que uno mira lo que llamamos “territorio”. Fundamentalmente, creo que el descubrimiento que hice fue que el territorio es un poco más complejo de lo que siempre creemos y requiere un análisis que lea simultáneamente varias escalas, que es a veces lo que la arquitectura no logra, sobre todo cuando no se conecta bien con el urbanismo y con procesos que se dan cuando se agregan otros fenómenos que rebasan a la arquitectura misma. La lectura que yo hoy hago del territorio está muy basada en la ecología del paisaje, la cual a su vez reposa en la complejidad física de procesos biológicos, así como en procesos culturales que no pueden controlarse y que, de hecho, son a menudo espontáneos. Si uno interfiere, se arriesga a muchas sorpresas.

CM: Has dicho que “nada es más queer que la naturaleza. ¿Cómo puede ayudar la teoría queer a entender un territorio cada vez más convulso y en disputa?

BB: La imagen que tengo es que los componentes del territorio los hemos tratado de definir demasiado. Hemos tratado de exprimir la cualidad ontológica de las cosas con las que nos encontramos para poder operar sobre ellas. Eso ha generado una ruptura. Diría yo que incluso un congelamiento de la realidad. Entre más tratas de definir los objetos como objetos puros, pierdes la noción de los efectos que tiene la conectividad y las relaciones que se pueden establecer a partir de la funcionalidad. La ecología queer intenta mirar a los objetos de soslayo. Si no tratas de iluminarlos de frente, probablemente se verán un poco más difusos y, por ende, más dispuestos a formar parte de una red de sentido de un ecosistema que ya está en movimiento. Este método puede ser muy pertinente porque reconoce que no hay nada puro, que no hay nada que cumpla las expectativas al cien por ciento. Es muy bueno ese gesto irónico que tenemos que hacer para acomodarnos a la realidad. Es una mirada torcida que, obviamente, tiene que ver con el deseo y con el temor a lo desconocido, pero también con la búsqueda de experimentar cosas raras. Eso es muy inspirador para mí. 

CM: Has hablado sobre cómo la ciencia moderna ha vuelto al territorio mero objeto de estudio. ¿Cómo se puede superar esa visión y entender, de otras maneras, la relación entre el territorio, los cuerpos que lo ocupan o los sujetos políticos que buscan controlarlo o gestionarlo?

BB: Hay que ablandar nuestra posición. Debemos confiar menos en las taxonomías, en el ordenamiento basado en la estructura. Hay que preferir una mirada relacional entre los sujetos que forman parte de un sistema. Hay que buscar pensar siempre más en sinergias que se establecen constituyendo niveles superiores de estabilidad o de funcionalidad. Sobre todo, se debe reconocer la complejidad de que el territorio es inabarcable e inagotable, además de que es perjudicial la pretensión de agotar al mundo con el conocimiento. Pareciera que siempre estamos a un paso de controlarlo completamente y esa aspiración simplemente es destructiva, porque deja en claro que no queremos formar parte de un sistema capaz de evolucionar y desplegarse a lo largo del tiempo para poder disfrutar lo que significa la vida. En este sentido, por eso creo que es tan importante la visión artística en la ciencia, la cual debe tener la capacidad de innovación y de interpretación libre de la realidad que esté lejos, por ejemplo, de la mera mímesis. Debe crearse un espacio que busque crear puentes entre las ideas de la funcionalidad territorial, la sostenibilidad y el futuro de lo humano. Definitivamente, se necesita una visión artística capaz de interpretar nuestra posición en él. 

CM: ¿Crees que la arquitectura y el urbanismo también tengan que ablandar sus posiciones?

BB: Por supuesto. En retrospectiva, mi experiencia en la arquitectura me reafirmó esa idea de una arquitectura más emparentada con el arte que una arquitectura cercana con la ingeniería. Estoy segura de que han sido los últimos años en los que la arquitectura ha tenido que resolver problemas prácticos muy urgentes, como la vivienda popular, la vivienda para millones de personas desplazadas. Eventualmente he tenido que hacer ciertas concesiones y ciertos sacrificios, pero esto también tiene que ver con la formación de los arquitectos y el poder del mercado sobre la arquitectura, ya que se da prevalencia al costo-efectividad y no necesariamente a las soluciones creativas, a las alternativas que pueden establecerse en todos los campos de la acción humana, entre un pensamiento creativo y un pensamiento eficiente.

CM: El diseño puede jugar un rol muy importante ante la crisis que ya llegó. ¿Cómo entiendes, desde tu propio trabajo, al diseño y de qué manera piensas que puede incidir positivamente para atender tal crisis?

BB: El diseño nos va a permitir crear nuevos mundos siempre y cuando se permita la libertad en la experimentación. El diseño tiene que ser experimentado, correr riesgos que tuerzan su sentido. Tiene que reorganizar los sistemas de relaciones que están presentes partiendo de una intervención que se hace bien con un objeto, bien con una institución, bien bajo la idea de que uno puede diseñar políticas o, incluso, diseñar planetas. Lo importante es el efecto disruptivo del diseño y los principios que guían su actividad. Es muy importante la premisa de que hay que sanar el planeta, de que hay que sanar las relaciones entre los seres humanos, reconstituir la viabilidad de la forma del habitar. Siendo más estrictos, hay que reconstituir el hábitat: nosotros tenemos la responsabilidad de compartir esto con otros seres vivos. El diseño tiene una potencia gigantesca en la medida en que, guiado por principios éticos y políticos, puede proponernos esas nuevas alternativas a partir de nuestra experiencia histórica, por lo que el diseño obviamente puede ser retro, puede ser lateral, puede ser queer, puede ser muchas cosas. Lo importante es que exista la voluntad del diseño.

CM: Por otro lado, cierta concepción del diseño, desde objetos hasta ciudades, ha tenido una cara hoy ya no tan oculta: colonial, extractivista, excluyente en muchos casos. ¿Cómo podemos pensar otras ideas de diseño? ¿Y cómo lograr que esos diseños atiendan a los lugares donde surjan y entiendan las historias que les dan origen, más allá de la hegemonía del diseño “moderno” posterior a la revolución industrial?

BB. Lo primero que debemos hacer es rescatar el papel de la complejidad y la relación de esa complejidad con la diversidad. Igualmente, debemos reconocer la diversidad como un producto de la historia larga. La diversidad que se consolida a lo largo de los siglos y de los milenios tiene un componente biológico, geológico, climático y, por supuesto, un componente de relacionamiento. Esta capacidad de volver a historizar  al territorio con otros ojos es muy importante. Por ejemplo, el sur estaba abocado a recuperar esa visión de sí mismo ante otras múltiples visiones, ante el multiverso. Todas esas lecturas que resultan invisibilizadas o exterminadas por el colonialismo tienen que resurgir en la medida que los discursos externos puedan ayudar a descubrir ciertas cosas o a innovar. Se deben crear perspectivas híbridas. Por supuesto que se puede evolucionar mediante las evidencias, pero eso puede llevar a que se implante un esquema completamente violento que destruye o desaparece a la diversidad. Ese proceso causa mucho daño. Todos los días trato de que las personas sean más sensibles al contexto en el cual están habitando y entiendan o construyan una interpretación propia, afectiva e interesada consigo mismas, y no una extractivista, temporal o efímera. Concluyo con eso porque estamos trabajando en una zona de deforestación en la Amazonia. Ahí decían que la gente es la que tumba la selva, buscando asentarse y hacer una vida. Pero, al momento siguiente, dicen que ese habitar es temporal y que quieren volver a la civilización. No tenemos ni siquiera un proyecto colonizador con aspiraciones de permanencia en donde hasta podamos ver una semilla de futuro, pero no por eso deja de ser un proyecto colonizador expropiador. Necesitamos hacer muchos experimentos con base en conocimientos que provengan de muchos frentes diferentes porque, de no ser así, el experimento lo único que va a hacer es tener un efecto recalcitrante sobre la línea de pensamiento que busca rediseñar el mundo. Una escuela de pensamiento unívoco sólo profundiza los problemas y no entrega un conjunto de soluciones posibles. Los experimentos debemos hacerlos hibridando puntos de vista.

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