Los dibujos de Paul Rudolph
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1 septiembre, 2013
por Miquel Adrià | Twitter: miqadria | Instagram: miqadria
Teodoro González de León recibió la presea de la Universidad del Claustro de Sor Juana el último dia de agosto, convirtiéndose en padrino de la generación de licienciados y maestros de este año. En su conferencia inaugural recordó que fue Octavio Paz quien le reveló la obra enigmática de Sor Juan Inés de la Cruz, desde sus conferencias en el Colegio Nacional que antecedieron a su libro Sor Juana Inés de la Cruz y las trampas de la fe.
Desde entonces -recuerda- vive seducido por los textos y el personaje, hasta el punto de preguntarse ¿Qué pensaba sor Juana de la arquitectura, la pintura o la música? En sus pesquisas a través de los textos de Paz, encontró un largo poema que estaba pensado para convertirse en obra arquitectónica y pictórica. Se trata del Neptuno alegórico, una obra efímera, un arco para celebrar la entrada a la ciudad de México del nuevo virrey, el conde de Paredes y marqués de la Laguna, en noviembre de 1680.
“En el virreinato –añadió Teodoro González de León en su ponencia- era costumbre recibir a los nuevos gobernantes civiles y religiosos con arcos construidos a base de estructuras ligeras de madera, forradas de tela enyesada y arquitecturas pintadas. Se encomendaba a un escritor, a un humanista, la concepción, la idea, el tema y el desarrollo del elogio; y a un pintor, la realización de las imágenes temáticas y arquitectónicas.” Este arco según Octavio Paz, estaba frente a la puerta poniente de la Catedral.
El Neptuno alegórico fue pues, un trabajo de encargo, de adulación cortesana, un largo relato salpicado de citas latinas y a su vez, era una guía, una representación visual y espacial que describía el contenido del elogio al virrey en los tableros de la arquitectura ficticia del arco. Según el ponente, varios autores coinciden en que la semejanza verbal entre el marqués de la Laguna y la ciudad de México fundada en una laguna, detonó la alegoría acuática de sor Juana y desencadenó la compleja trama del arco. Octavio Paz la sintetiza así: “…fue efectivamente un jeroglífico. Más exactamente: un emblema, un enigma.”
“El arco –continua el preseado- tenía una sola fachada que se levantó frente a la puerta occidental de la catedral. Medía 30 varas de altura y 16 de ancho (25.5 y 13.5 metros respectivamente). Parece ser que era un telón plano, sin relieves, con el hueco de la entrada. Tenía pintada una arquitectura de tres cuerpos –corintio, compuesto y dórico–, rematados con un frontón roto, con dos puntas, típicamente barroco, con el escudo de armas del virrey en medio. La pintura simulaba piedra de jaspe y bronce. Los tableros que enmarcaba la arquitectura tenían las leyendas y las imágenes en blanco y negro escogidas por la autora. El arco se levantó y pintó en un solo mes. El virrey y su mujer pasaron por el arco el 8 de noviembre de 1680. Sor Juana no estuvo presente, pero si escribió la Versión Sucinta de su relato en verso, para que se recitara en la ceremonia y explicara el complicado elogio. De forma retórica, hizo dos peticiones: que la ciudad de México espera de la mano del virrey que la preserve de inundaciones (hubo varias en el siglo XVII, aparte de la catastrófica de 1629 que duró cinco años) y que terminara la catedral.”
Teodoro González de León concluyó con una confesión: “yo intenté reconstruir el arco de sor Juana para conmemorar los trescientos años de su muerte en 1995, basándome en su Descripción Sucinta. Fue una aventura que no se completó. Empecé a imaginar y salió una imagen que me sedujo: el telón plano pintado con volúmenes sombreados creando una gran trompe l’oeil, una trampa al ojo, no iba mal, pero no hubo eco…, lo abandoné.”
Habría sido una interpretación, claro. Pero las interpretaciones, regresando a Octavio Paz, son resurecciones. Así que habrá que esperar nuevos intentos y más celebraciones para desentrañar el enigma y poder resucitar el Neptuno alegórico.
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