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Columnas

Tenemos que hablar de estética (y de política)

Tenemos que hablar de estética (y de política)

12 febrero, 2019
por Aura Cruz Aburto | twitter: @auracruzaburto | instagram: @aura_cruz_aburto | web: academia.edu

Design House, una crítica desde y al adentro

en colaboración con Daniel de León Languré

Hace unos meses que tuvo lugar la edición anual de Design House, en el marco de World Design Capital 2018, en Ciudad de México. La realización de dicho evento dio paso a cuestionarnos varias cosas acerca de lo que el trabajo de algunos arquitectos interioristas y diseñadores mandan y establecen como mensaje acerca de su quehacer. La conversación que esto desató entre nosotros comenzó por una sensación inicial de desagrado por la autocomplacencia disciplinar al interior de este tipo de eventos y por la manera tan superficial en que es concebida la actividad del diseño. Nos parecía que nuestros gremios, aquéllos que conformamos mundo artificial en medio de una dialéctica técnico-estética, nos contentamos con poco. Por un lado, defendemos el valor de nuestra práctica y se nos llena la boca hablando de la importancia de nuestra práctica pero, por otro, somos harto condescendientes con nosotros mismos cuando participamos en exposiciones y eventos con chato contenido —con algunas excepciones, claro está. Pero, más allá de la queja, intentamos construir algunas categorías conceptuales que nos ayudaran a desentrañar la raíz de nuestro malestar, así como para encontrar aquel faltante que nos incomodó tanto.

En el año recién culminado, la Ciudad de México ostentó el título de Capital Mundial del Diseño. Pero no solo eso, sino que la propuesta sobre la que se planteó ser tal, se fundamentó en el “Diseño Socialmente Responsable”, algo que podríamos constatar en el sitio web mismo de la iniciativa mencionada. La búsqueda de este nombramiento, a su vez, fue gestionada por un evento llamado Design Week México, que lleva alrededor de 10 años de existencia, así como por el Gobierno de la Ciudad de México a cargo entonces. Si bien no todos los eventos que compusieron el programa caben en la crítica por desplegar, la Design House es un representante perfecto para dibujarla. Dicha actividad se autodefinió como un ejercicio de intervención que integra disciplinas como el diseño, arquitectura e interiorismo.

 

Design House y sus propósitos

El montaje de la famosa casa dio lugar a dudas y, sobre todo, preocupaciones acerca del abordaje de la labor de la constitución del espacio interior, concebido como espacio suntuoso y escaparate. No porque la apuesta por la configuración de una apuesta estética no sea importante, sino porque la concepción de la experiencia estética está pobremente entendida a partir de su asociación con determinados patrones del gusto (de una clase dominante, de una clase que “gobierna” al resto), de ciertos cánones formales y muy alejada de la exploración de la experiencia vivida imbuida de experiencia cultural, aunque sí, digámoslo, con algunas excepciones donde se decidió hacer algo más que una decoración doméstica.

Asimismo, si la experiencia doméstica del habitar se plantea como un tema público y, sobre todo, si se construye a través de supuestas apuestas por la sustentabilidad, Design House parece no ser más que un simulacro que no es público, sino para un sector social selecto, y que no es sustentable, sino a duras penas llega a ser “Green Design” —“Green Wash”. Pero, ¿por qué decimos que no es sustentable? Porque la tarea consistió en modificar el interior de una casa preexistente, cuyo destino terminaría en poco tiempo desechado sin siquiera un estudio de ciclo de vida de todo aquello que fue utilizado para realizar los montajes. Además, el análisis quedó lejos de las patrones de consumo y se centró solamente en utilizar una que otra ecotecnia y material reciclado.

Por otra parte, la importancia de emitir esta crítica se aúna a una razón de orden público más fuerte: el impacto pedagógico que estas prácticas tienen al exponer una valoración particular del quehacer arquitectónico y en lo que éste debería consistir. Pareciera que estamos formando cuadros de altos diseñadores, “exquisitos” todos ellos (según un determinado patrón de formación del gusto), para que configuren propuestas destinadas para los más selectos. Una disciplina que así se concibe pierde su relevancia social —aunque sea relevante para algún socialité— y, más aún, su sentido público. Pero vamos por partes.

 

Diseño: entre el artefacto y la experiencia vivida

Ante nuestra inconformidad decidimos enfrentarnos al fenómeno para, por un lado contrarrestarlo y, por otro, poder desentrañarlo mejor. Para ello, como ejercicio didáctico, y al notar una presencia importante de estudiantes, decidimos conversar con ellos con una mirada puesta en la “experiencia vivida”, es decir, observando que si Design House se trata de propuestas domésticas, se revisarían con relación a las posibilidades que abren para la interacción con los potenciales habitantes: con sus potenciales sensibles y afectivos relacionados también con su memoria y con sus deseos singulares y diversos.

Para explicar la revisión de esta exhibición, es preciso exponer muy brevemente desde dónde estamos hablando acerca de experiencia vivida. Pues bien, la experiencia vivida, en principio, es un concepto acuñado en la fenomenología que considera el impacto afectivo y las posibilidades hacia la acción del sujeto; es decir, el centro de la idea se desarrolla alrededor de la experiencia subjetiva y no de las cualidades del artefacto arquitectónico, como si este fuera autónomo. El foco se vierte sobre los efectos que el medio tiene sobre el habitante, a la vez que el habitante posee un margen para apropiarse el espacio en función de sus rituales de vida. Así, el objeto arquitectónico es un medio que posibilita las experiencias y no es un fin en sí mismo.

El resultado nos sorprendió (no necesariamente para bien): con excepción de un caso, donde se planteó un espacio que estaba lejos de “representar” una habitación doméstica y que llamaba más bien a una suerte de experimentación abierta a la especulación sensorial, el resto de los ejercicios eran una especie de showrooms con la última tendencia de “cómo decorar la casa”. El enfoque consistiría en dejar que los expertos del gusto mostraran a un público obediente cómo deberían configurar su espacio vital y qué clase de objetos deberán comprar para ello. Muy lejos estaba el diálogo con el habitante (aunque fuese efímero), y mucho más lejos estaba la apertura para que se suscitara.

 

Lo público y lo social

La filósofa Hanna Arendt propone el rescate de la distinción de la Grecia clásica entre lo político (lo público) y lo privado (lo social). Su distinción señala que, si bien la modernidad desdibujó esta diferencia, es necesario recuperarla en aras de la libertad, así como de la diversidad y de la democracia. En este sentido, y muy esquemáticamente, lo social proviene de lo doméstico, de la reunión de personas “llevadas por sus necesidades y exigencias” donde además no hay espacio para el desacuerdo ni la diferencia. Por otra parte, lo político es el encuentro de las personas libres, es decir, aquéllas que no gobiernan a otros ni son gobernadas: quienes por el disenso y la política construyen acuerdos dialógicos. 

Y, ¿esto qué tiene que ver con Design House? Pues, sobre todo, por la manera en que se ejecutó y dio cuenta de que, lejos de tener interés por lo público, por la diversidad y la manera en que la arquitectura y el diseño juegan en éste y como muchos eventos de esta naturaleza, se trató de la reunión de quienes pretenden “gobernar el gusto” —primer acto antipúblico, si seguimos a Arendt— y que además se complacen en el eco mutuo que responde a que son miembros de una misma “sociedad”, de una élite que deja fuera la divergencia, el discurso y, sobre todo, a la mayoría de los habitantes de la Ciudad de México, a excepción de buscar marcarles la pauta de lo que debe ser de su complacencia “estética” (así, con comillas). 

 

De la labor pedagógica

Mucho suele decirse del compromiso social de la arquitectura —que, por cierto, en estos eventos fashionistas suele brillar por su ausencia— pero también es muy necesario hablar del compromiso por abrir la crítica, la diversidad y problematizar nuestra actividad. Nosotros creemos en la formación de personas singulares que sean capaces de reconocerse, divergir y concertar en las comunidades en las que habrán de intervenir desde una dimensión estética, en efecto, pero en un sentido complejo de este concepto: en tanto sensibilidad que permita dar concreción a los mundos que la libertad imagina y que las condiciones materiales de existencia permiten. Design House es el claro contraejemplo de esto y por ello llamamos a la crítica ejerciéndola en este texto. 

Nos parece importante debatir y llevar el tema de la arquitectura y el diseño interior a campos que puedan trascender la simple y vacua exposición de tendencias que uniforman y eliminan singularidades (en muchos casos, que no en todos), porque si bien el interiorismo puede trabajar desde la superficie de los materiales, un tratamiento acaso más reflexivo le puede permitir adquirir el espesor y profundidad de la que en muchas ocasiones carece. 

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