Historias de inclusión y exclusión: ningún espacio es autónomo. Conversación con Diane Davis
Lo que identificamos como público es un artefacto, una consecuencia de cómo pensamos a quién pertenece, a dónde y quién [...]
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¡Felices fiestas!
3 enero, 2017
por Francisco Brown | Twitter: pancho_brown | Instagram: pancho_brown
Tatiana Bilbao forma parte de la generación de arquitectos mexicanos de lo bien pensado y lo bien hecho. Este grupo vivió la paulatina regeneración económica de los 90 con nuevos despachos, la mayoría sin clientes, pero con ideas. Fue el caso de Tatiana Bilbao; de un par de concursos y colaboraciones, ahora cuenta con una oficina de mas de 40 empleados, con proyectos en México, Estados Unidos y Europa; además de su cátedra compartida entre las Universidades de Yale y Columbia. La evolución del despacho en 15 años es exponencial, no sólo en la cantidad de proyectos, sino también en su escala. Sin embargo, lo más fascinante es la manera en la que Tatiana y su equipo ven los problemas, se formulan las preguntas y negocian las respuestas con los clientes y usuarios. Cuando Tatiana te explica un proyecto, la hace de la forma mas honesta y autorreflexiva; te detalla sus ideas con las misma pasión con la que te cuenta sus errores, de manera positiva pero pragmática. Su naturaleza, y por extensión la de su obra, tienen una combinación de curiosidad y rigor, desde la aparente arbitrariedad formal, hasta la precisión del detalle constructivo.
La Architecture League de Nueva York invitó a Tatiana a dar una conferencia en la prestigiosa Escuela de Cooper Union en Manhattan y nos sentamos justo antes a charlar con ella.
Francisco Brown: Revisando tu trabajo, me llama mucho la atención cómo en gran parte de tu obra existe algún tipo de multiplicidad; como si tus proyectos partieran de un pabellón para convertirse en un edificio, una casa o un barrio. ¿Es tu método resolver la unidad para resolver el conjunto?
Tatiana Bilbao: Qué curioso que me dices eso. Hace unas semanas que me hicieron una entrevista en Madrid me preguntaron que cómo podía hacer una casa de 42 metros cuadrados por 7000 dólares y una de 7000 dólares el metro cuadrado. Y supe que una idea alimenta a la otra. En el despacho, el proceso es un poco entender el espacio desde el usuario, dónde está y con qué recursos cuenta. Tal vez, intuitivamente, haya un proceso de reflexión en la unidad en sí.
FB: Al ver la evolución del estudio, ¿crees que ha habido un cambio en el lenguaje y en las estrategias de diseño en los últimos años?
TB: Sí claro. Este cambio fue drástico de hecho y está enmarcado en la apertura de México a la Globalización. Mientras estábamos en la Universidad, nos llegó de todos lados el parametricismo y estos diseños generados por computadora, mientras nosotros todavía dibujábamos a mano. Empezamos a emular estas formas pero en vez de estar diseñadas por algoritmos, estaban diseñadas por accidentes y experimentación. Cuando ayudé a Gabriel Orozco a construir su casa me di cuenta que teníamos que repensar muchas cosas.
FB: ¿Te inclinaste por investigar sobre materiales y construcción, en vez de explorar sobre formas?
TB: Exacto, nos inclinamos más a entender cómo materializar el diseño en los sitios donde se sitúan, la gente que lo usa y la forma de hacerlo.
FB: ¿De qué manera haberle ayudado influyó la forma en la que diseñarías de ahí en adelante?
TB: Ayudarlo me hizo poner los pies sobre la tierra. Todo fue un proceso de aprendizaje completamente distinto para nosotros, tuvimos que repensar como construir en un lugar tan aislado, enseñarles a los constructores de nuestros métodos y, al mismo tiempo, aprender de ellos. Aprendimos que había mucha complejidad en una geometría tan sencilla como la de la Casa-Observatorio.
FB: En el caso del Jardín Botánico, pareces explorar la naturaleza del pabellón, no sólo como unidad, sino como un sistema organizacional.
TB: Acá empezamos a entender cómo el programa arquitectónico puede ser un punto de partida para la exploración formal, si lo dividíamos y aprendíamos a conectarlo a través del jardín botánico. El visitante nunca debía perder el contacto directo con éste. Así que subdividimos el proyecto, casi que por usos específicos, por ejemplo, debías pasar por el jardín para ir del salón de charlas a los baños y, si llueve, te mojas; si hace calor, pues te soplas. Es un jardín botánico y debíamos forzar a sus usuarios a descubrirlo. El trabajo de diseño se relegó a un disminuido número de pequeños pabellones y nos enfocamos en el plan maestro y cómo conectar estos pabellones. Fue ahí cuando empieza ese nivel de análisis mucho más serio, con el análisis del contexto, no sólo a nivel estético, espacial y de orientación, también a nivel de conexión e interacción.
FB: Te formaste como arquitecta y urbanista en la Universidad, pero es hasta ahora, con tus proyectos de vivienda pública que trabajas a esta escala. Cuéntame de la decisión de entrarle a este tipo de proyectos.
TB: Nos interesa mucho la conexión entre el edificio y la ciudad o, mejor dicho, la desconexión. La ciudad se acababa donde empieza el lobby y, así, el trabajo del arquitecto parecía terminarse después de la puerta de la casa. Nos dimos cuenta que debíamos diseñar y pensar el espacio entre cada unidad de vivienda con el mismo rigor que el de una vivienda en sí. Debíamos dotar a la comunidad con la mayor cantidad de infraestructura y servicios, pues el espacio publico también es espacio y necesita de diseño; conectar a los usuarios de muchas maneras alternativas. Nos inspiró mucho el ejemplo de Nueva York, cómo la gente paga muchísimo por espacios tan pequeños; porque están en una ciudad que te da lo que tu casa no te ofrece, con costos compartidos de manteniendo y forzando la interacción urbana. Suena muy simple pero la verdad así funciona y es muy difícil hacerlo bien.
FB: Estas dando clases acá en Nueva York, ¿por qué crees necesario dar clases acá?
TB: Porque aprendo muchísimo y de verdad me esfuerzo mucho para que los alumnos aprendan más que yo. Me he vuelto una provocadora, más que enseñarles algo, traigo temas que les obliguen a cuestionar y a investigar. Y como enseñar implica aprender pues me obliga a aprender a mí también.
FB: La mayor cantidad de estudiantes de arquitectura son mujeres, sin embargo, son una verdadera minoría los estudios liderados por mujeres únicamente, no sólo en México, también en el Mundo. He de admitir que me molesta un poco cuando se refieren a ti con una especie de excepcionalismo de género, cuando tu trabajo esta al mismo nivel que cualquier otro arquitecto de la región. Las arquitectas no necesitan su propia categoría para que su talento sea reconocido como tal, como en las Olimpiadas. ¿Cómo has lidiado con este tema?
TB: Pues es interesante porque cuando me empezó a molestar el tema, hace ya varios años, un amigo me dijo: “entiendo que no te gusta hablar de ello porque hacerlo implica autodiscriminarte, pero ¿dime todas las arquitectas que tengan estudios como el tuyo?”; fue ahí que pensé que realmente hay muy pocas. Para mí nunca fue un tema, nunca me lo cuestioné y al comienzo no lo entendía. En mi clase éramos los mismos hombres y las mismas mujeres, en mi casa jamás hubo ningún tipo de distinción. Fue una ventaja, porque nunca me puse limite, ni barreras, porque la mayor parte de las trabas, nos las poníamos nosotras mismas. Tengo claro que mi realidad es muy distinta a la de la gran mayoría de mujeres del mundo, pero creo importante fomentar este tipo de ambientes para nosotras. De forma contradictoria, he de admitir que se me han presentado oportunidades gracias a mi género y me molesta muchísimo, sin embargo pasa. Yo espero que las próximas generaciones no deban pasar por este juego de contradicciones de género, y puedan hacer lo que sea sin mas distinciones. Parafraseando a González-Iñarritu: que el género sea como el color del pelo, no haya que hablar de ello.
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