Los dibujos de Paul Rudolph
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4 mayo, 2014
por Miquel Adrià | Twitter: miqadria | Instagram: miqadria
El pasado 8 de abril murió mi padre. Noticia demasiado dolorosa e íntima como para compartirla. La misma noche también murió su amigo el escultor Josep María Subirachs (1928-2014), autor de la obra México que representó a España en la Ruta de la Amistad como parte de la Olimpiada Cultural complementando los Juegos Olímpicos de 1968. Su pieza es una de las diecinueve que conforman el corredor escultórico más grande del mundo, concebido por Mathías Goeritz como parte de la estrategia metropolitana de Pedro Ramírez Vázquez.
Para Subirachs el arte tenia que ser para todo el mundo, por eso se enfocó al arte público, hasta convertirse en el escultor oficial de los gobiernos nacionalistas catalanes y símbolo de identidad. Su obra evolucionó desde la abstracción a la figuración, manteniendo un número reducido de materiales como el concreto y la piedra -que envejecen bien- negándose a usar plástico y experimentar con otros materiales. Su primera obra en un espacio público fue también la primera escultura abstracta que se plantó en Barcelona, en 1957. Poco después realizó el mural cerámico Las tablas de la ley en la Facultad de Derecho de Barcelona -una de las mejores obras de la modernidad catalana- colaborando con los arquitectos Subías, Giráldez y López Iñigo. En los años sesenta incorporó textos y figuras –como el submarino de Monturiol- entre sus prismas arcaicos y rugosos, para decantarse hacia un formalismo exitoso y populista de figuras cóncavas y convexas. Aparecieron deidades griegas de las que quedaba el molde de la cara o el torso en bronce, el perfil torneado en concreto o extruído en piedra.
A mis catorce años sufrí uno de esos moldes. A mi padre se le ocurrió que el mejor modo de pagarme un mes intensivo de inglés en Londres era trabajando como peón de albañil en la escultura que su amigo Subirachs estaba construyendo. Ahí supe (mucho antes de alistarme a cualquiera de los despachos en que trabajé como estudiante de arquitectura, años después) lo que podía llegar a ser la neurosis y la obsesión por los detalles de un artista: cambié de posición algunas barritas irrelevantes del molde de encofrado hasta el punto de querer huir o chillar, repetí infinitas muestras para regresar a la primera, y me convencí de la inutilidad del arte, para lanzarme a Londres ávido de novedades, donde aprendí más italiano que inglés. Años después lo respeté y empecé a entender que tras ese cuerpo minúsculo y frágil del escultor había profundidad y grandeza.
Con una amplia trayectoria, sobre todo centrada en la realización de monumentos públicos, la obra magna de Subirachs fue el diseño escultural de la Fachada de la Pasión del Templo de la Sagrada Familia de Barcelona obra de Antoni Gaudí. Para este encargo, en 1986, Subirachs vivió donde trabajó en una modesta vivienda ubicada en la Sagrada Familia como hizo el arquitecto cien años antes. Subirachs puso dos condiciones para aceptar el encargo: vivir en la obra y libertad de estilo. Con más de cien figuras dramáticas esculpidas en piedra y cuatro puertas de bronce, finalizó el proyecto en 2005. Hasta cierto punto con esta obra Subirachs fundió su estilo expresionista y abstracto de los años cincuenta y la figuración posterior. Sin embargo, su obra en el templo gaudiniano fue muy criticada, tanto por la libertad formal de sus esculturas que poco tenían que ver con el lenguaje de Gaudí, como por implicar la continuación de una ruina sacralizada. En 1990 los arquitectos nos manifestamos frente a la Sagrada Familia en contra de su intervención. Ese día mi padre –mi homónimo, para más detalles- publicó un texto en La Vanguardia de Barcelona a favor de la intervención de Subirachs en la Sagrada Familia. Hoy visito maravillado este templo anacrónico e impresionante, recordando a esos dos amigos que se fueron al mismo tiempo.
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