4 junio, 2024
por Ximena Ocampo Aguilar
"Plage Nord". Transformación de una glorieta en una alberca pública en el distrito de negocios de Bruselas. POOL IS COOL, 2018.
La sombra […] se ha convertido en un derecho humano inalienable.
Mike Davis, “The radical politics of shade”
De ahora en adelante, no importa cuando leas esto: ¡qué calor hace!
El calor extremo es una realidad que hoy en día afecta a cientos de ciudades alrededor del mundo. El cambio climático está aumentando las temperaturas y la frecuencia, duración e intensidad de las olas de calor. Según C40 Cities, alrededor de 200 millones de habitantes en más de 350 ciudades viven ya con temperaturas máximas por encima de los 35 °C en verano. Las olas de calor se han convertido en uno de los riesgos climáticos más mortíferos que conocemos, y los sujetos más vulnerables son las niñas y niños, los adultos mayores y las personas en situación de calle.
Más allá de los grados de calor que ascienden con lentitud en todos los rincones del planeta, producto del calentamiento global, las ciudades, además, se enfrentan a un reto aún más grande, debido al efecto “isla de calor” producido por pavimentos, edificios y otras superficies que absorben, producen y retienen las altas temperaturas. Esta situación se agrava cuando se contrasta con la escasez de espacios públicos verdes, áreas permeables y otros espacios de mitigación climática. Además, otros factores como la geografía, la contaminación y la pobreza aumentan todavía más la vulnerabilidad de sus habitantes frente a dichas condiciones. Es tal la situación que varias ciudades en distintos continentes han establecido oficinas o secretarías de calor extremo para hacer frente a los riesgos del calor relacionado con el cambio climático e intentar unificar las respuestas de los gobiernos a sus efectos.
La exposición constante de los habitantes de la ciudad al calor ha producido un aumento exponencial en el consumo de aire acondicionado como única solución ante el fenómeno. Hoy en día, aún en ciudades cuyas viviendas ni siquiera contaban con ventiladores o abanicos, la gente se consuela en la fantasía de crear y mantener condiciones de temperatura, humedad relativa y confort personal. Así es que cada vez es más común el aire acondicionado en viviendas y edificios públicos. Según el Lawrence Berkeley Lab, se prevé que, alrededor del mundo, se instalen 700 millones de nuevos aparatos de aire acondicionado de aquí a 2030, y más de 1,600 millones para 2050. Esta tendencia es importante pues, a pesar de que el deseo de confort térmico es comprensible, el aire acondicionado como respuesta al calor urbano es una solución individual a un problema colectivo que, además, produce múltiples efectos perjudiciales a distintas escalas.
Para enfriar un espacio interior, tenemos que calentar el exterior. El aire acondicionado tiene un paradójico efecto secundario: cuanto más los usamos para enfriar los espacios interiores, más producimos y devolvemos calor al medio ambiente, intensificando el efecto de isla de calor urbano. Según un estudio publicado en la revista Environmental Research Letters, el calor residual generado por los aparatos de aire acondicionado de una ciudad puede elevar la temperatura exterior en más de 2 grados centígrados, como sucedió por ejemplo, durante la ola de calor que azotó París en 2003. Entonces, para satisfacer las necesidades de confort de un grupo de personas, se aumenta la vulnerabilidad de otras.
En este mismo sentido, el aire acondicionado también exacerba el calentamiento global debido a la energía que consume —enfriar edificios representa un 10% del consumo de electricidad global— y a las emisiones de los refrigerantes HFC utilizados en dichos aparatos. Tan solo en Estados Unidos las emisiones de efecto invernadero del aire acondicionado son mayores que las que produce todo el sector de la construcción, incluyendo la fabricación de materiales como el concreto, de acuerdo con Stan Cox, autor del libro Losing Our Cool. Esto complica cualquier esfuerzo en la búsqueda de una transición energética. Como apunta el portal de noticias Bloomberg, el incremento en el uso del aire acondicionado implica también un aumento en la presión sobre el suministro eléctrico local y amenaza los esfuerzos por sustituir los combustibles fósiles por energías renovables.
A pesar de lo contraproducente que es esta solución, el confort que brinda el aire acondicionado hace que más gente busque pasar el tiempo en espacios interiores privados — carros, casas, supermercados y centros comerciales— lo que produce cuerpos pasivos y estáticos cada vez más vulnerables a enfermedades ambientales como el asma y con menor capacidad de aclimatarse a las variaciones del medioambiente en general.
Esta retirada al espacio interior, a su vez, merma las posibilidades de la vida cívica y modifica las formas de sociabilidad urbana. Así, las ciudades que privilegian el aire acondicionado como única solución al calor ponen en entredicho el mantenimiento y provisión de otras infraestructuras públicas que pudieran ofrecer experiencias y soluciones de frescura, refugio y confort: banquetas arboladas, bebederos y fuentes de agua, asientos, baños públicos, albercas, jardines, entre otros. Soluciones que, además de mantener a la gente fresca y a salvo, podrían brindar oportunidades para caminar, refugiarse, descansar, esperar, nadar y jugar en compañía de otras personas, una forma de ser y entender la vida en la ciudad, no como un sálvese quien pueda, sino como una responsabilidad colectiva hacia el futuro.
De manera opuesta a la solución privada e individualizante de encerrarse con el aire acondicionado, varias ciudades, junto con urbanistas, activistas, arquitectas y arquitectos, han comenzado a promover proyectos a distintas escalas que, conjuntando propuestas técnicas y sociales y utilizando espacios tanto públicos como privados, generan beneficios y refugios para el confort colectivo y que contemplan aquello que Mike Davis denominaba como una “política radical de la sombra”. Esto, por fuerza, implica la necesidad de cambiar de un enfoque del diseño de edificios autónomos y cerrados para individuos, a infraestructuras compartidas, abiertas a la circulación de aire y personas, así como a una gran diversidad de usos.
En América Latina, Medellín implementó un proyecto de corredores verdes para conectar parques, jardines, arroyos y otras infraestructuras con la siembra de miles de árboles que hoy en día proveen sombra y refugio, no solo a los humanos, sino también a animales y otras plantas. Esta sencilla idea logró, según un artículo de BBC, reducir hasta 2 grados la temperatura en las áreas en que se implementó, lo que permitió el retorno de aves, lagartos, ranas y murciélagos que no se habían visto en años. Otras ciudades, como París, están en proceso de limpiar sus ríos y lagos para hacerlos accesibles a sus habitantes, con el objetivo de reavivar la actividad social de nadar al aire libre. En Barcelona se ha creado la Red Municipal de Refugios Climáticos, una serie de intervenciones para proveer refugio a escala de barrio por medio de vegetación, agua y otras mejoras en la ciudad. El caso es interesante pues no implica necesariamente la construcción de infraestructuras nuevas, sino la accesibilidad, adaptación y flexibilización de espacios preexistentes que se ofrecen como refugios, pero siempre mantienen sus funciones originales. Según el gobierno de Barcelona, al día de hoy el 97% de su población tiene acceso a un refugio a menos de 10 minutos caminando. Por otro lado, el gobierno de Zaragoza está desarrollando el visor de sombras de la ciudad, una herramienta digital que muestra las sombras proyectadas por los edificios a lo largo del día y del año, lo que permite a las personas trazar las rutas menos expuestas a la inclemencia del sol y ubicando fuentes de agua potable.
No hay duda de que los espacios climatizados tendrán que ser una de tantas respuestas a un mundo mucho más caliente. De hecho, existen ya esfuerzos para hacer más eficiente el aire acondicionado —tecnología que no ha cambiado mucho desde su invención hace más de cien años— y un retorno a las estrategias bioclimáticas de la arquitectura vernácula. Sin embargo, la búsqueda por una comodidad climática en la ciudad no debería implicar la inmovilización de nuestro cuerpo o cerrarnos a los demás. Todo lo contrario: la frescura en la ciudad deberá tratarse como un recurso colectivo al que todos los seres, humanos y no humanos, tenemos derecho.