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Sobre sombrillas, sombreros, sombras

Sobre sombrillas, sombreros, sombras

16 diciembre, 2013
por Andrea Griborio | Twitter: andrea_griborio | Instagram: andremonida

La primera frase de este libro es la pregunta: ¿por dónde se empieza? Y comienza con el principio o los principios que constituyen la vida humana y la arquitectura. En un paseo tan retórico como simple por los elementos y formas – como configuración y proceder – propias de la disciplina, el libro expone axiomas como que la utilidad precede a la forma, o que la arquitectura es la producción de principios como respuesta a ciertos fines.

Sombrillas, sombreros y sombras reúne las versiones y visiones de Alejandro Hernández Gálvez sobre aquello que da el orden y la orden en la arquitectura, un pequeño libro tanto de principios, como de teoría, o como dice en el texto de la interpretación de lo que él ha visto a través del marco. Este manifiesto sobre la disciplina se contiene de aquello que la expresa desde su ethos básico. Su razón y forma de ser. El autor, despieza y despliega en textos breves cada una de estas reglas, fundamentos o principios de la arquitectura. Desde la idea del fuego y la lengua como orígenes describe con detalle cada posible principio, y para esto, se vale de una serie de referentes entre los cuales destaca la numerosa cantidad de citas de algunos filósofos como Aristóteles, Lucrecio, Heidegger, Focault, Deleuze hasta llegar a Trias, o algunos arquitectos como Vitrubio, Palladio, Robin Evans y Le Corbusier, o también las referencias que aparecen a Rimbaud, Borges, de Quincey, Duchamp, Hitchcock y Woody Allen, entre otros.

Es así, como a lo largo de toda la narración, nos acompaña un recurrente Vitrubio que parece que a medida que se van analizando los principios, va re-construyendo su propio tratado sobre la arquitectura. Reaparece, repite, reafirma. Alejandro, describe – y se describe – con precisión el rol del teórico, lo define como aquel que se entrega a verlo todo, con placer y reparando siempre en la distancia precisa que lo separa de aquello que observa, ya que es sólo en ese espacio de separación donde será posible construir una teoría. Así, él construye su propia teoría, se basa en lo que observa desde la ventana a través de la cual capta y selecciona. Lo fija y condiciona en un suelo a partir del cual pueda erigirse. Se vale de objetos, condiciones y deseos para definir las reglas del juego, de sombrillas, sombreros y sombras.

Destaca la narración continúa de construcción de un espacio, partiendo de la nada hasta llegar al punto donde solo la imaginación posea licencia para establecer límites, [de los muros y las puertas]:

Al inicio nada. Un espacio que casi no lo es: pura extensión ilimitada. Vacío. Luego un muro.  O una línea: sería igual, casi igual. El muro es más alto que cualquier persona: ya no es una simple línea, ya no es igual, tiene profundidad y peso: materia. No permite ver nada al otro lado, atrás. No es infinito pero permanece indefinido, aunque define ya dos lugares distintos: adelante y atrás. Como nada en el muro indica qué lado es el delantero, lo será aquel frente a mí. El muro se curva, se dobla o se quiebra hasta que sus dos extremos se tocan y me encierra. No estoy más frente a él, estoy dentro. Al adelante y el atrás se suman ahora un interior y un exterior. Ya no puedo ver qué hay afuera. Lo recuerdo o lo imagino. ¿Podría imaginar ese mundo exterior si jamás lo hubiera conocido? Ahora una puerta. Los extremos del muro no llegan a tocarse: por esa falla el interior y el exterior se comunican. En el límite coinciden. Salgo, cruzo el umbral y por fuera rodeo el muro. Me detengo. Frente al muro estoy yo, viéndolo. No puedo ver lo que hay de cara al muro, atrás de mí, ni lo que está atrás del muro, al otro lado, frente a mí. Tampoco lo que quedó dentro. Lo imagino o lo recuerdo. Continúo mi recorrido, veo primero el muro, después lo que está enfrente. Vuelvo a la puerta. Entro. Recorro ahora el muro del otro lado, el que da al interior. Parado frente a la pared recuerdo lo que está frente al muro y recuerdo también lo que está atrás de mí, adentro, y tras del muro, el otro muro, el de atrás, afuera. Todas estas imágenes se recomponen, imaginariamente, para conformar en mi memoria la ficticia unidad de éste lugar, esta parte del mundo, aparte, donde habito y que llamo mi casa. Multiplica ahora cada elemento infinitas veces. Los muros, las puertas y las ventanas. Los techos. Las partes que los forman. Multiplica las casas y ponlas una junto a otra, no importa si bajo un orden claro y predeterminado o si las calles, las plazas y los jardines se agrupan de maneras confusas e insensatas. Siempre será un laberinto”.

Editado por José Luis Escalera, Marcelo Gauchat y Gabriel Wolfson como parte del Programa de Fomento a Proyectos y Coinversiones Culturales de CONACULTA, si deseas un ejemplar, no dudes en contactar vía tuiter a @otrootroblog.
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