Espacio político: rave y cuerpo
Música y política convergen en las antípodas, y quizás han creado, no un movimiento, pero sí una cultura en la [...]
28 enero, 2015
por Carlos Lanuza | Twitter: carlos_lanuza_
—Porque nuestro mundo no es el mundo de Otelo. No se pueden fabricar coches sin acero; y no se pueden crear tragedias sin inestabilidad social. Actualmente el mundo es estable. La gente es feliz; tiene lo que desea, y nunca desea lo que no puede obtener. Está a gusto; está a salvo; nunca está enferma; no teme la muerte; ignora la pasión y la vejez; no hay padres ni madres que estorben; no hay esposas, ni hijos, ni amores excesivamente fuertes. Nuestros hombres están condicionados de modo que apenas pueden obrar de otro modo que como deben obrar. Y si algo marcha mal, siempre queda el soma.” Un mundo feliz. Aldous Huxley
El uso de la tecnología ha ido infiltrándose en todas las esferas de nuestra vida, desde las herramientas que utilizamos para trabajar hasta, y sobre todo, la manera cómo nos comunicamos. En cuanto a la gestión de la ciudad ha aparecido el término Smart City, un nuevo slogan o adjetivo que quiere acompañar al nombre de algunas ciudades –Oslo, Chicago, Barcelona, Estocolmo- para cumplir con dos grandes objetivos de manera general: el primero, mejorar la gestión de la ciudad a través de la integración de la tecnología, y el segundo, utilizar este modelo de gestión para promocionar las mismas ciudades.
El concepto de Smart City tiene que ver sobre todo con cinco grandes aspectos sobre la ciudad en concreto: transporte, salud, sostenibilidad, participación ciudadana y gestión administrativa; aspectos que van ligados a una serie de indicadores como felicidad, contaminación, ahorro energético, centralidad, entre otros; que a su vez hacen que la gestión de la ciudad esté más cerca del ciudadano, sea más ágil, haga un uso más eficiente de los recursos y sea capaz de “aprender” e “innovar”. Hace pocas semanas se celebró en Barcelona el Smart City Expo World Congress en el que se reunieron múltiples representantes involucrados con las Smart Cities: alcaldes, proveedores de nuevas tecnologías, arquitectos, urbanistas y gestores administrativos, para discutir todos los asuntos concernientes a este tema.
Detrás de todos estos conceptos y baremos, la tecnología entra en juego como medio para captar datos (datificación), materia prima que permite o podría permitir, todas esas cosas buenas que estas ciudades quieren. La datificación es otro de esos conceptos novedosos que ha aparecido con estas “nuevas” maneras de ver la vida y es aún tema de discusión en los paneles de expertos, que muchas veces repiten lo que desde hace años ya se sabe: sin una inteligencia -humana- que sepa gestionar y entender todos los datos, éstos no sirven para nada. Algo de esto le puede estar ocurriendo al proyecto ganador de los Audi Urban Future Award, Living Mobilities de la ciudad de México, pues la adquisición de datos que intenta alcanzar este proyecto, podría quedarse en su acumulación y nada más. Ideas muy claras y prometedoras pero que de momento no aportan frutos tangibles ya que se necesita dinero y planes estratégicos que sepan interpretar los datos para poder ofrecer soluciones a los problemas actuales.
La fiebre de las smart cities ha llegado a todo el planeta. En India planean construir 100 nuevas smart cities para transformar la visión caótica que se tiene sobre las urbes del subcontinente, motivados por la generación de otras tantas en China, y lo mismo pasa en Portugal. La mayor contradicción que surge a partir de estas propuestas es que la gestión urbana en India es tradicionalmente opuesta al régimen que reclama una smart city y es aquí donde surge la duda sobre su posible desempeño; estas ciudades terminarán siendo ciudades tradicionales con tintes de alta tecnología. Y esto nos lleva a pensar que quizá no se necesitan nuevas ciudades para generar una nueva sociedad, sino que baste con transformar la ciudad existente para cambiar la sociedad, adecuar lo que tenemos para ser más responsables con el medio ambiente, una de las máximas de la retórica smart.
En otro orden de cosas, compañías como Siemens, IBM o Cisco proponen sistemas algorítmicos para regular, en un futuro, la vida en las ciudades aunando todas las pretensiones que se tienen sobre la ciudad inteligente. De esta manera será una operación matemática formulada por un diseñador “desinteresado” la que buscará el “bienestar” de la sociedad, pero ¿somos capaces de predecir nuestro funcionamiento y nuestra manera de pensar? ¿qué sería de la ciudad sin errores? La plataforma sobre la que nos movemos se quiere convertir en un discurso estático gobernado por algunos que regirán la vida en la ciudad según las propuestas planteadas.
Y Linda le contaba lo de la hermosa música que salía de una caja, y los juegos estupendos a que se podía jugar, y las cosas deliciosas de comer y de beber que había, y la luz que surgía con sólo pulsar un aparatito en la pared, y las películas que se podían oír, y palpar y ver, y otra caja que producía olores agradables, y las casas rosadas, verdes, azules y plateadas; altas como montañas, y todo el mundo feliz, y nadie triste ni enojado, y todo el mundo pertenecía a todo el mundo, y las cajas que permitía ver y oír todo lo que ocurría en el otro extremo del mundo, y los niños en frascos limpios y hermosos… Todo limpísimo, sin malos olores, sin suciedad… Y nadie solo, sino viviendo todos juntos, alegres y felices, algo así como en los bailes de verano de Malpaís, pero mucho más felices, porque su felicidad era de todos los días, de siempre… John la escuchaba embelesado.” Un mundo feliz. Aldous Huxley
Múltiples escenarios se abren cuando se discute sobre estos temas, uno de los principales es el desfase que existe entre el poder que empiezan a adquirir grandes empresas, como Google o Apple, con respecto a la gestión pública en la monitorización de la ciudad y por tanto en su modificación. Toda esa datificación que está en manos del sector privado influye en nuestro día a día, nos dice qué comer, y dónde, incluso la cantidad de calorías que consumiremos si vamos a un cierto sitio y comemos una cierta comida; y por encima de todo eso, se lucran con la generación de esos datos y no pagan sus impuestos en los países donde se obtienen –un poco de política es inevitable-.
No cabe duda que muchos conceptos empiezan a cambiar y nos enfrentamos a una nueva manera de ver y entender el mundo: soberanía, legalidad, propiedad y comunidad son algunos de estos conceptos, porque ¿a quién pertenecen todos estos datos? ¿A la persona que los da o a la empresa que los obtiene? ¿Quién es el responsable de su uso? ¿Existe una ética establecida o se debe generar una? ¿Qué están haciendo las administraciones públicas al respecto? ¿Y qué pasa con su marco legal?
Al parecer, el sector privado ahora es mucho más importante y tiene más influencia sobre nosotros que los gobiernos, y no porque estos últimos no tengan la capacidad, sino porque su manera de entender la ciudad está todavía basada en la época industrial –limitada a la gestión de infraestructuras físicas como: alcantarillados, tendido eléctrico y recolección de basura, por nombrar algunos-, frente a una época contemporánea que se funda en lo virtual, en la comunicación, y que por lo tanto no es tangible pero si mensurable y pertinente a la gestión pública y las administraciones.
Y es que si una ciudad inteligente es aquella en la que se recicla, se hace un uso eficiente de la energía, se favorece el transporte público y al peatón, se gestiona rápida e intuitivamente, entonces quizá podríamos decir que las smart cities existen desde la antigüedad. Basta con recordar la manera cómo se fundaban y desarrollaban las ciudades griegas para tener una lección de urbanismo. Con la preocupación de que esta nueva manera de ver la ciudad se convierta en una moda, como probablemente pasó con la “green architecture”, se debe atender a lo que realmente significa ser una smart city. La discusión es legítima y las intenciones buenas, pero sus principios han estado siempre presentes, quizás un poco olvidados en la aceleración de este brave new world y su sistema de castas establecido: la gestión inteligente siempre ha sido y será el tema central, los medios una moda.
¿Y en los países emergentes qué pasa? ¿acaso escapan de esta nueva manera de gestionar la ciudad? ¿qué pasará con todas esas personas que no tienen un smart phone? ¿De dónde saldrán esos datos? ¿Son menos “smart” estas ciudades?
Música y política convergen en las antípodas, y quizás han creado, no un movimiento, pero sí una cultura en la [...]
Las superislas, el proyecto urbano que busca recuperar algo del espacio que a lo largo del siglo pasado fue tomado [...]