13 julio, 2021
por Daniel de León Languré y Oscar Aceves Álvarez
En el año 1900 se completó la Aleksander Nevski katedraal, una iglesia ortodoxa el centro histórico de Tallin; sólo sesenta años después se inauguró Brasilia, una ciudad entera en medio de la selva amazónica brasileña. A pesar de la evidente diferencia de escala, ambas obras se construyeron en un periodo de seis años. En 2020, el hospital de campaña Wuhan Huoshenshan con capacidad para 1.000 camas se construyó en China en menos de diez días, mientras que en Paraguay el Edificio de Aulas de la Universidad Nacional de Asunción aún no se ha completado después de cinco años de construcción. ¿Han pasado más rápido o más lento los seis años en la construcción de Brasilia que en la construcción de la iglesia en Tallin? ¿Se está construyendo el edificio de las aulas en Asunción más lento que la iglesia? ¿Se construyó el hospital en Wuhan más rápido que Brasilia? Como sugirió Albert Einstein en los albores del siglo xx, el tiempo es relativo y, en consecuencia, la condición de rapidez o lentitud también lo es.
Aleksander Nevski katedraal. Mikhail Preobrazhensky. Tallin, Estonia.
Brasilia. Lucio Costa, Oscar Niemeyer, Roberto Burle Marx. Brasil.
Por lo tanto, Brasilia, la Aleksander Nevski katedraal, el hospital Wuhan Huoshenshan y el Edificio de Aulas se han construido a velocidad “regular” dentro de sus propios contextos —sociales, tecnológicos, políticos, sanitarios—, y sólo es posible referirnos a la rapidez o lentitud si los comparamos entre sí, lo cual, valga la aclaración, podría llevarnos a interpretaciones erróneas. Si miramos más allá del velo obvio de la diferencia en el presupuesto de cada caso, reconoceremos que la tecnología, los materiales y los constructores son las variables involucradas en la relatividad de la velocidad en cada uno de los ejemplos. ¿Cómo reconocer entonces el estado de rapidez o lentitud de un edificio, sin tener que compararlo con otro?
Wuhan Huoshenshan. Wuhan, China.
Edificio de Aulas, Universidad Nacional de Asunción. Gabinete de Arquitectura. Asunción, Paraguay.
Esta sucinta reflexión viene a colación ya que recientemente se está incorporando el termino slowbuilding —construcción o arquitectura lenta en su traducción más directa al castellano— dentro de la discusión disciplinar en arquitectura. Por ejemplo, la Tallinn Architecture Biennale 2020 ha lanzado una convocatoria para abordar el slowbuilding como contrapunto a las tendencias imperantes hacia la construcción industrializada de alta velocidad a través del diseño de una intervención en el espacio urbano que durante un año estará abierto al público. No es un misterio que, en el caso de la arquitectura, este término ha sido una apropiación léxica de slowfood, instancia que busca prevenir la desaparición de culturas y tradiciones alimentarias locales que supone el auge de la industrialización de dichos procesos bajo la modalidad fastfood. Queda explícitamente claro que, en ambos casos, se catalogan negativamente a priori los procesos asociados a la rapidez en favor de lentitud como valor per se.
En cualquiera de los casos, para reflexionar sobre estos valores es necesario identificar el punto de inflexión entre calificar cómo rápida o lenta la producción de alimentos o de arquitectura. Podríamos clasificar como acelerados aquellos casos en los que la velocidad a la que se realizan determinados actos hace que quienes los ejecutan pierdan la consciencia de su ejecución. Claro ejemplo de esto es el ensamblaje en serie popularizado por Henry Ford a principios del siglo xx para la fabricación del famoso modelo de automóvil Ford T. Gracias a que cada obrero participaba únicamente en una tarea dentro del proceso total de la fabricación de cada coche, no solo se aumentó de velocidad de ensamblaje sino la eficiencia de cada obrero en su tarea específica. A pesar de esto, si algún obrero quisiera ensamblar por completo un coche no podría hacerlo ya que desconocería la ejecución de todas las tareas ajenas a la suya, es decir, no contaría con la consciencia total para la ejecución de un coche. No hace falta describir el proceso de preparación de alimentos de la mayoría de las cadenas de comida rápida o de la construcción del Wuhan Huoshenshan para reconocer la misma inconsciencia en el cocinero y el obrero sobre el proceso total del cual forma parte.
Línea de montaje Ford.
Ciertamente esta discusión en arquitectura no es nueva, aunque abordarla desde el slowbuilding sea más reciente. John Ruskin y William Morris plantaron postura frente al desarrollo de la revolución industrial en la Inglaterra del siglo xix, destacando la labor del artesano en la fabricación de mobiliario, textiles, calzado, vestimenta e incluso edificios. Para ese momento, ya se había empezado a industrialización y producción en serie de utensilios de uso diario, fabricados principalmente a través de máquinas manejadas por pocos operarios. Cómo respuesta, el movimiento arts & crafts destacaba no solo la belleza de diseños realizados por artesanos, sino además valoraba la propia labor del artesano al poner en práctica las competencias que tenía. Es decir, en este caso cada artesano definía a partir de su propia labor cuando un objeto estaba listo o no, pues tenía clara conciencia del proceso de ejecución. Podríamos catalogar este como un ejemplo de lentitud asociado al diseño y la arquitectura.
Eso sí, no cualquier inglés del siglo XIX podía costearse el diseño y construcción de una casa como la Red House —obra representativa del arts & crafst—, incorporando a un gran grupo de artesanos expertos en sus respectivos oficios. Esta es una de las varias razones del porque el movimiento arts & crafts o el estilo art noveau no cuenta con tantos referentes o de la envergadura de edificios neoclásicos o eclécticos de principios del siglo xx. Aquí no encontramos en las antípodas del punto anterior, pues pareciera que el caso en que el arquitecto tiene total consciencia del hecho arquitectónico no puede ser asumido por cualquier persona o institución que encarga un proyecto. Lo que en la antigüedad podría ser distinguido como un valor intrínseco del diseño, en el contexto contemporáneo se ha vuelto una condición de lujo.
Red House. William Morris, Philip Webb. Bexleyheath, Inglaterra.
Dicho esto, queda claro que la condición de rapidez o lentitud en arquitectura no es mala o buena per se, y por consecuencia lo relevante que el slowbuilding pueda aportar a debate arquitectónico contemporáneo dependerá del contexto en el cual se ponga a prueba. La enorme inercia que posee la arquitectura requiere un tiempo de asentamiento para la aceptación de nuevas ideas y enfoques, pero no siempre la sociedad puede darse el lujo de esperar. Mientras el frenesí de la mecanización empuja gran parte de la producción arquitectónica contemporánea al campo de la técnica y la distracción constante, se crea un ataque a la experiencia de una obra: pensar en ella, ejecutarla y, en ocasiones, observar su transformación con dignidad.
Como en el caso de las obras arts & crafts o art noveau, los ejemplos recientes de slowbuilding no son muchos, pero si muy relevantes cuando dicha consciencia del hecho arquitectónico aparece de manera no premeditada. Un ejemplo sería el Museo del Clima, obra del arquitecto Toni Gironès Saderra en la localidad de Lleida, España. Lo que en 2008 fue diseñado como un edificio cerrado de 3000 m2 en cuyo interior se debía conseguir una temperatura estable todo el año entre 18 – 25 grados C°, diez años después ofrece un escenario muy diferente a quienes visitan Lleida. La crisis económica española afectó el desarrollo de la construcción del museo según el diseño original del proyecto, pero, a diferencia de lo que sucedió con otras obras de envergaduras similares que empezaron construcción entre 2008 y 2014, la obra no fue cancelada, o no al menos en su totalidad. En este caso, el arquitecto afrontó dicha coyuntura y adaptó el diseño para conformar espacios habitables a partir de la infraestructura de hormigón armado de los primeros niveles que llegaron a construirse; lo que inicialmente consistió en un ambiente interior con temperatura regularizada finalmente quedó construido como una serie de espacios abiertos definidos a partir de estructuras livianas y materiales de bajo costo. Los pavimentos originales de materiales sofisticados terminaron siendo superficies rústicas de tierra y rocas, mientras que las cubiertas fueron finalmente resueltas con telas y mallas que propiciaron que la propia vegetación del lugar invadiera -o recuperara- el área del museo. Sin haberlo planeado de antemano, el arquitecto desarrolló a lo largo de diez años un proyecto que se iba construyendo a partir de la contingencia, del ensayo y error, y de los recursos que tuviera a disposición. Pero, además, el arquitecto no ha sido el único en participar en la experiencia de slowbuilding: a lo largo de los diez años los propios ciudadanos de Lleida no solo fueron testigos de la construcción del museo, sino partícipes de la apropiación y reconocimiento del hecho arquitectónico al asistir a las actividades culturales realizadas en el museo a lo largo del proceso de construcción.
Museo del Clima. Toni Gironès Saderra. Lleida, España. Fotografías: Fernando Alda y Estudi d’Arquitectura Toni Gironès.
En casos como el Museo del Clima, a través del slowbuilding es posible enfatizar la experiencia en arquitectura, valorando la aparente “decadencia” de la silueta de un edificio. Para que suceda esto, el arquitecto debe reconoce el abandono de la autoría de una obra -ya que ésta puede trascender incluso la vida del autor-, para propiciar las condiciones que permitan a un edificio abarcar eventos aleatorios, espontáneos, simultáneos y con distintos patrones de uso durante el paso del tiempo. En definitiva, una instalación que renuncia al autoritarismo de la rapidez y encuentra su validación solo a través de la incertidumbre de la lentitud.