Gobierno situado: habitar
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5 marzo, 2016
por Alejandro Hernández Gálvez | Twitter: otrootroblog | Instagram: otrootroblog
En 1996 la Universidad Autónoma Metropolitana y Verdehalago editaron tres libritos, por su pequeño tamaño: poco más de 6 centímetros de ancho y 10 de alto, de Luis Villoro. Se trataba de una serie sobre el silencio y algo más.
En uno, La significación del silencio, Villoro explicaba que “cuando los griegos quisieron definir al hombre, lo llamaron zoon lógon éjon; lo que, en su acepción primitiva, no significa «animal racional» sino «animal provisto de la palabra.» El silencio que ahí describió era una forma del habla y, por tanto, significaba. “Desde la piedra burda con que erige sus edificios —dice— hasta el sutil ademán de la danza, todo podrá servirle de signo para nuevos lenguajes.” El lenguaje nos dice lo común de las cosas y, de algún modo, elimina su singularidad. Esa silla deja de ser sólo esa cuando ya es una instancia más de la silla. La poesía intenta devolverle al mundo o, más bien, a cada cosa y situación del mundo, su singularidad en la palabra: “el intento de mostrar el mundo tal como es vivido” conduce la palabra a su negación y, en el límite, al silencio. Ese silencio “acompaña al lenguaje como su trasfondo, o mejor, como su trama” —que Villoro equipara al “vacío que separa y enlaza las masas arquitectónicas.”
El segundo librito también habla del silencio: Una filosofía del silencio: la filosofía de la India. Al explicar que la filosofía griega es ante todo visual, Villoro afirma que “decir de alguien que es un «teórico» vale tanto como llamarle un «mirón» que anda metido a curiosear todas las cosas.» La filosofía griega es de normas y de formas, de palabras y de ideas. La india, en cambio, es una filosofía de lo encubierto, de lo informe y del silencio. “Al nombrar las cosas, las separo y defino; la palabra saca al ente de su anonimato y lo muestra; a la vez, lo determina. Por su parte la forma permite que unos entes se destaquen frente a otros, establece lindes entre las cosas.” Para la filosofía india, el continuo del ser sólo puede ser nombrado sin nombre, entendido sin forma. Silencio.
El tercer libro es el doble de grueso de los otros dos. Su título es La Mezquita Azul: una experiencia de lo otro pero Habla también, de algún modo, del silencio y de nuestro empeño en no callar, sobre aquello de lo que no podemos hablar. Se divide en tres partes. La primera da cuenta de una experiencia: la visita a la Mezquita Azul, construida en el siglo diecisiete por el sultán Ahmed. Villoro describe la arquitectura como un pasaje y el espacio como un gran signo y una experiencia en la que el yo se disuelve. La segunda parte intenta analizar esa experiencia o, más bien, la dificultad que presenta al análisis: hay, dice, “una inadecuación entre la fluidez y la homogeneidad de lo vivido y la fragmentación y heterogeneidad a que se le somete al tratar de analizarlo con conceptos.” También en la segunda parte al análisis sigue una crítica de la experiencia, la única que “puede suministrarnos una aprehensión directa, sin intermediarios, de la realidad,” pero que, a su vez, en esa singularidad, se queda aislada si no se abre en la interpretación. Esa diferencia se hace patente, por ejemplo, en el conocimiento estético, en la distancia que se abre pero también se tensa entre la sensación, la sensibilidad y el sentido. Al análisis y la crítica sigue la justificación: la interpretación que ilumina la experiencia.
La tercera parte llena apenas cinco de esas pequeñas páginas. Regresa a la experiencia para mostrar que si, para entenderla, hay que pensarla, hay también que, de algún modo, perderla. “No hay maravillas ni esplendores para el pensamiento,” dice. Lo que la razón le hace a una experiencia extraordinaria, agrega, es “quitarle su carácter disruptivo para poder asimilarla.” El pensamiento profana esa experiencia de lo otro —de lo sagrado, pues. Y es lo único que puede hacer: “su empeño paradójico ha sido convertir en razonable lo indecible. ¿Pero en qué otra forma —concluye— podría la razón dar testimonio de aquello que la rebasa?”
Villoro nació en Barcelona el 3 de noviembre de 1922 y murió en la ciudad de México el 5 de marzo del 2014.
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