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Columnas

Instalación del silencio

Instalación del silencio

5 julio, 2017
por Anna Adrià

 

Doug Wheeler consigue alterar la estructura y la configuración de una sala de museo con el fin de controlar la experiencia visual y acústica con su PSAD Synthetic Desert III (1971), que monta actualmente y por primera vez en el Museo Guggenheim de Nueva York. Se trata de una instalación inmersiva en la que el ruido se minimiza y se genera la sensación de infinito. Wheeler inició este proyecto después de conocer el desierto de Mojave, entre California y el norte de Arizona, a finales de los años sesenta. Según él, la sensación de inmensidad, vacío y silencio la experimentó por primera vez en el desierto, donde no podía escuchar ningún sonido reconocible por no tener civilización en muchos kilómetros de distancia.

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Aunque su trabajo parte de su experiencia en un entorno natural, su instalación es puramente abstracta. Para poder verla sólo hay una opción(*): llegar al museo y pedir hora para poder vivir diez minutos en este espacio hermético donde el no ruido se hace realidad. La experiencia inicia al despojarte de los zapatos y pertenencias, para cruzar tres puertas que te llevan a la parte no pública del museo. Cruzada la última puerta, se accede a una sala grande de color gris suave, con una iluminación muy tenue, que recuerda a los primeros o los últimos rayos del sol, pero cuya temperatura de color es más bien fría. Se trata de un espacio grande, de 6 metros de ancho, 17 de largo y 8 de alto, cubierto de prismas piramidales de espuma de media densidad también de color gris en casi toda su superficie, uno de los muros y parte del techo. Al centro del espacio se accede por una ligera rampa ascendente, que lleva a una plataforma rectangular donde el usuario puede sentarse, estirarse, o colocarse como desee, mientras mira y escucha el vacío.

Diez minutos de silencio que inician al cruzar la frontera entre el ruido del exterior y la nada del interior. Dentro de este espacio, los actos y movimientos del ser humano cobran una nueva dimensión, convirtiéndose en sonido. Desde los nueve pasos que hay que dar con los pies descalzos sobre la alfombra hasta llegar al centro de la instalación, el roce entre los pies y el suelo acompaña al visitante, más que con el tacto, con el ritmo marcado del andar: la respiración propia y de la gente que entra, el cambio de posición, el crujir de rodillas cuando las personas se sientan o se acuestan… Las cinco personas que pueden entrar al mismo tiempo tratan de quedarse inmóviles una vez encuentran la posición en la que se quedarán durante estos minutos de aislamiento. En ese momento, pareciera que las ideas y pensamientos de las personas que se encuentran en el espacio podrían iniciar un diálogo en cualquier momento.

Se dice que el ser humano no está preparado para estar más de cuarenta minutos en absoluto silencio, pero los diez minutos que ofrece el Museo Guggenheim dan para poder perderte en la imaginación, la abstracción del espacio, la fragmentación de colores y la luz en el infinito. Viviendo en una sociedad llena de estímulos visuales y auditivos, este tiempo, aunque limitado, es un verdadero placer.

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*(La opción de comprar entradas anticipadas para estar veinte minutos se agotó a los pocos días).


 

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