Entre la brisa y la calma: un comentario sobre ‘El pesar del viento’
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¡Felices fiestas!
25 marzo, 2021
por Oscar Aceves Álvarez
Tradicionalmente no solemos asociar arquitectura con semiótica. La semiótica, o semiología, es una ciencia que estudia el proceso de la significación, es decir, se centra en la revisión del evento comunicativo a partir del cual se conforma un significado sobre un objeto no por el contacto directo con éste, sino a través de un signo que le representa. Por consecuencia, un signo es aquel elemento a partir del cual se conforma una significación por su relación con un objeto, siendo esta relación la que diferencia tres tipos de signos: iconos, índices y símbolos.
En el caso de la arquitectura, a pesar de que constantemente nos referimos a objetos concretos (edificios) pocas veces conformamos posturas sobre éstos a partir del contacto directo o la experiencia in situ. Por el contrario, solemos estudiar en las aulas obras que se encuentran a miles de kilómetros de distancia, o reconocemos el valor de edificaciones que ya no están en pie. ¿Cómo hemos podido entonces interpretar e incluso desarrollar una postura particular sobre una gran cantidad de obras sin haber estado frente ellas? En este caso, los signos no sólo han sido indispensables para la enseñanza de la arquitectura, sino también para destacar algunas obras por sobre otras. Aquí podemos reconocer fácilmente los distintos tipos de signos operando diferentes procesos de significación hacia una obra. Por ejemplo, una planta sería un icono, tipo de signo que representa un objeto por semejanza; una fotografía sería un índice ya que este tipo de signo supone una relación de temporalidad y causalidad con el objeto, y una memoria descriptiva sería un símbolo pues está asociada a una serie de reglas gramaticales (la escritura) convenidas entre pares. Por lo tanto, debemos reconocer que buena parte de nuestros supuestos sobre arquitectura han sido conformados por medio de signos, que de ninguna manera son neutrales y que tiene la capacidad polisémica de generar distintas significaciones sobre una misma obra.
Sobre esta coyuntura y sus implicaciones ya ha reflexionado Luis Vaisman, destacado académico chileno recientemente fallecido, pues como bien menciona las categorizaciones mencionadas antes pueden invertirse; es decir, incluso un dibujo puede ser en sí mismo objeto en lugar de signo y un edificio puede, además de ser objeto, operar como signo. En el primer caso estamos frente al escenario en el cual los artistas neoplasticistas o suprematistas de principios del siglo XX describían lúcidamente que las formas geométricas que pintaban no representaban ningún objeto de la realidad, éstas figuras eran precisamente los objetos; o como las propuestas utópicas de Archigram plasmadas en papel son en sí mismas el “proyecto arquitectónico” y, por lo tanto, al apreciar estos dibujos, se genera una significación directa. En el segundo caso, basta recordar cómo durante el siglo XIX se seleccionaba el estilo historicista que tendría un edificio dependiendo de los valores que se desearan transmitir: la renovación del Royal Pavilion en Brighton a cargo de John Nash entre 1815 y 1823 fue realizada en estilo neoislámico u oriental para aludir a contextos más cálidos y exóticos pues era el palacio de retiro del rey Jorge IV de Inglaterra. Por otro lado, el diseño de Thomas Jefferson y Charles-Louis Clérisseau para la sede del Capitolio del Estado de Virginia construida entre 1785 y 1788 se basó en el antiguo edificio romano Maison Carrée ubicado en Nimes, Francia, para destacar los valores de la cultura occidental. Por tanto, podemos asumir que una obra de arquitectura además de ser funcional, estable y bella, en términos de Vitruvio, también es significante.
Mas allá de asumir la arquitectura como en evento comunicativo, los arquitectos al menos debemos tomar conciencia sobre cómo las obras, más allá de sus particularidades formales, materiales o espaciales, o de sus requerimientos funcionales, forman parte de procesos de significación más complejos que atienden a distintos discursos dentro de la propia disciplina, y en muchos casos, a otros ajenos a ella que la utilizan de manera premeditada como signos de valores abstractos dentro de la sociedad contemporánea. A pesar de que los arquitectos busquemos separar la obra del significado, esta tarea finalmente sería infructuosa pues dicha relación es intrínseca. A decir de Roland Barthes, desde el momento en que hay sociedad todo uso se convierte en signo de uso. Por esto, en los albores de la segunda década del XXI, cuando se ha acelerado el tradicional proceso de cuestionamiento y superación de paradigmas sociales, políticos y económicos, son recurrentes las manifestaciones asociadas a la alteración o, incluso, a la destrucción de edificios o monumentos representativos de dichos paradigmas, como el Monumento a Colón en Paseo Reforma. Esta misma coyuntura ya la había presentado elocuentemente Spike Lee en la famosa escena del asalto a la pizzería de Sal en Do the right thing, película de culto de 1989, recordándonos, de manera violenta, la condición significante de la que no podrán escapar los edificios.
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