José Agustín: caminatas, fiestas y subversión
La Ciudad de México, entendiéndola como una extensión territorial que abarca tanto al centro como la periferia, fue dura, sinónimo [...]
🎄📚Las compras realizadas a partir del 19 de diciembre serán enviadas a despues de la segunda semana de enero de 2025. 🎅📖
¡Felices fiestas!
3 junio, 2017
por Christian Mendoza | Instagram: christianmendozaclumsy
¿El concepto de patrimonio arquitectónico anula las posibilidades de la protesta, desaparece a los cuerpos? Ya pudimos observar una actitud en lo que sucedió con las letras #HechoenCU, instaladas en el campus central de Ciudad Universitaria: era más importante defender al objeto –que, hay que decirlo, no tiene ningún valor histórico ni artístico– que leer el mensaje que se estaba escribiendo sobre la superficie, la protesta contra el feminicidio ocurrido en las inmediaciones de la universidad. Bajo esta mirada, visibilizar el asesinato de Lesvy Osorio interfiere en el patrimonio como material simbólico. El orgullo institucional se prioriza sobre la muerte.
En otra clave, volvió a aparecer la misma tensión entre edificio e individuo, entre fetiche y cuerpo, en el Museo Nacional de Arte. El artista Daniel Godínez Nivón puso en marcha una pieza participativa titulada Salón MUNAL: bailar salsa en la sala de recepciones del museo. Apuestas coreográficas similares ya han sido formuladas, en específico, por dos coreógrafas. Mariana Arteaga en su pieza úumbal propuso unificar a los habitantes de la Ciudad de México a través del baile. Por su lado, Tania Solomonoff en Coser, pieza realizada durante una residencia en Casa Vecina, buscó “coser” en una sola “tela” las distintas técnicas de baile vernáculo impartidas en salones y gimnasios para, después, exponerlas en las calles. La fórmula: tomar exteriores a través del baile. Godínez Nivón subvierte, si no es que radicaliza, esa apuesta coreográfica llevando a los cuerpos al interior de un patrimonio cuya máxima particularidad es ser un museo. ¿Por qué esto resulta tan especial?
Sistemáticamente –desde las esferas que toman decisiones en la cultura y también de parte de aquellos que pertenecen a su campo, como periodistas y críticos culturales– se le ha negado la entrada en los museos a los cuerpos que habitan las calles, a los cuerpos que no se encuentran dentro de las prácticas y discursos del ámbito artístico y que, sin embargo, tendrían que formar parte de sus estructuras, estar involucrados en la discusión. ¿Cuántas veces hemos escuchado de parte de aquellos que se lamentan por la descomposición del tejido social denunciar en sus redes sociales las fotografías de museos llenos, o bien, que ciertas exposiciones adquieran consistencias mediáticas? Esto sucede, al menos, en la Ciudad de México. Peio Aguirre, en su ensayo Espacios de arte como dispositivos –ver Arquine 78– desarrolla la idea de que los museos no sólo son construcciones artísticas sino dispositivos cruzados por ideologías, políticas y prejuicios económicos y sociales. Siguiendo la línea de Aguirre, podemos declarar que los museos de la capital son construcciones que encarnan poder.
Godínez Nivón, lejos de pretender que los cuerpos fuera de esos edificios ingresen para “recibir” el mensaje de los museos, buscó con Salón MUNAL emancipar un sitio histórico –ciertamente opresor o de menos aristocrático– como lo es el salón de recepciones del Museo Nacional de Arte a través del baile. Una sala ricamente decorada es interferida por los cuerpos que viven al margen de las estructuras y los códigos que alberga un museo además del patrimonio tangible que representa. En el caso de Salón MUNAL, la discusión fue mucho más diversa que en lo sucedido con las letras de Ciudad Universitaria. Se publicó en change.org una petición que demandaba retirar la pieza de Godínez, además de solicitar a la directora de la Secretaría de Cultura proceder con una investigación –¿investigar qué, exactamente?, ¿el crimen de la salsa y del baile?, ¿la existencia de estratos ajenos a los que suelen visitar un museo? – y la destitución inmediata de la directora del museo. Los argumentos: “El Museo Nacional de Arte no es sólo de extraordinaria importancia por las valiosas colecciones que resguarda, sino por ser uno de los edificios de mayor valor artístico de México. A pesar de ello, en días pasados la nueva dirección del Museo Nacional de Arte inició una serie de actividades en que se utiliza el Salón de Actos de ese recinto como salón de baile. El caso desvirtúa el espacio y, ante todo, es un peligro para la conservación del mismo y de las colecciones que resguarda”. Ahora, se prioriza al edificio sobre el público. Según esta petición, no puedes tomar una sala –en la que, de hecho, no se está exhibiendo arte– a menos que estés legitimado para hacerlo. Posteriormente, Jorge Villalobos sube otro texto a la misma plataforma donde apoya la iniciativa de Salón MUNAL en el que, además de hacer una serie de precisiones técnicas de por qué el baile no afectaba en absolutamente nada al recinto del MUNAL, declaraba lo siguiente: “Si esta pieza se cancela, el MUNAL perderá más de lo que gana: perderá la oportunidad de abrir su patrimonio a un público más amplio, de romper los esquemas que ciñen a la cultura a un ámbito elitista y cumplir su misión de difundir la cultura que resguardan sus paredes. El patrimonio cultural de México es de todos y no debe ser objeto de personas que se escudan en su resguardo para impulsar su agenda política”.
El señalamiento de Villalobos es por demás acertado. Por lo general, la defensa del patrimonio suele ir de la mano del conservadurismo: en aras de que se cuide el patrimonio, no tendría que haber baile o protestas o expresiones afectivas o cuerpos que no estén haciendo otra cosa más que transitar.
La Ciudad de México, entendiéndola como una extensión territorial que abarca tanto al centro como la periferia, fue dura, sinónimo [...]
Como parte del contenido del número 105 de la revista Arquine, con el tema Mediaciones, conversamos con los fundadores de [...]