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Columnas

Riot Grrrl Urbanístico

Riot Grrrl Urbanístico

7 septiembre, 2016
por Dana Corres | Twitter: Dana_Corres

Ciudades Paralelas es el inicio de una serie de entrevistas y reflexiones en torno a las formas marginalizadas de habitar la ciudad, formas que existen a pesar de los discursos unificadores que buscan volverla para una clase única de urbanita: la ciudad de las mujeres, la ciudad de los peatones, la ciudad de los que no tienen un techo y la ciudad de los afectos distintos serán algunos de los segmentos que buscamos abordar. Iniciamos con esta pregunta: ¿se puede hablar de que las políticas públicas de la ciudad son incluyentes o representativas de una comunidad, de un sector de los habitantes de la ciudad? Al margen de las campañas en contra del acoso, articuladas por representantes políticos masculinos, ¿cuál es la representación de las mujeres en el espacio público?

 

Cuando hablamos de género y la ciudad, solemos limitarnos a hablar de abuso sexual en el espacio público o en el transporte. Esto no es un hecho fortuito, el reconocimiento de la violencia en el ámbito de lo público surge como resultado del reconocimiento de la violencia en lo privado durante la segunda ola del feminismo en la cual comenzamos a denunciar y visibilizar la violencia hacia las mujeres en el ámbito de lo privado: la familia, el hogar, los padres, los tíos, los novios, las parejas. Sin el movimiento feminista, su concepción, sus exigencias y sus denuncias, no se habría hecho visible la violencia a la que las mujeres estaban (y siguen estando) sometidas en lo más profundo e íntimo de sus vidas, allí donde difícilmente se puede conocer lo que sucede porque sucede en lo privado.

A pesar de lo anterior, la violencia dentro de los espacios públicos sigue siendo un tema a atajar y es imperante que lo hagamos desde una perspectiva de género y desde lo que las mujeres tenemos que decir sobre cómo ocupamos y vivimos este espacio. El acoso sexual y el miedo de las mujeres, de hecho, responde a dinámicas de control donde es el sistema heteropatriarcal el que decide qué espacios ocupamos y cómo lo hacemos.

El análisis de la violencia en el espacio público es cada vez más visible y, sin embargo, no debe quedarse allí sino que tiene que profundizarse. Hablemos del sistema mismo que favorece dinámicas de control y violencia machistas.

La ciudad como concepción cultural

De todos los animales, los humanos somos los únicos capaces de preservar nuestro conocimiento y lo hacemos a través del lenguaje y de una serie de símbolos culturales. El lenguaje y el género, son a su vez manifestaciones de concepciones culturales.

Para explicar el lenguaje como un comportamiento cultural aprendido, tenemos que entender que la comunicación no es únicamente decir algo, el cómo decimos ese algo es importante y difiere de una persona a otra según nuestro género, raza, estatus social y es a través del lenguaje como un comportamiento cultural aprendido es transmitido. El intercambio de ideas está supeditado a la manifestación cultural que es el lenguaje y variará, por ejemplo, según regiones geográficas.  En el lenguaje, también, perpetuamos dinámicas de poder que hemos aprendido cuando niños y niñas. Estudios indican, por ejemplo, como desde la infancia aprendemos a enviar mensajes según nuestro género. Según Deborah Tannen, las niñas aprendemos a restar importancia a las maneras en que una niña es mejor que otra debido a que cuando las niñas se muestran demasiado seguras de sí mismas, por ejemplo, se vuelven poco populares con otros niños y niñas. Los grupos de niñas excluirán del grupo a las niñas que hagan notar su propia superioridad y serán llamadas, por ejemplo, “mandonas” (esto se repite hasta que somos adultas, por supuesto). De los niños, por el contrario, se espera que enfaticen su superioridad ya de esta manera serán considerados los líderes dentro de sus grupos. Una de las maneras en que los niños ganan estos puestos de liderazgo es mediante dar órdenes o protagonizando/monopolizando los espacios para hablar. Estos comportamientos que aprendemos de niños y niñas, serán trasladados a nuestra edad adulta y generarán, por ejemplo, que en los espacios de trabajo las mujeres seamos interrumpidas más por los hombres (en la misma dinámica de demostrar superioridad) y que nosotras prefiramos guardar silencio con tal de no ser repudiadas o excluidas.

El lenguaje es concepción cultural aprendida donde perpetuamos dinámicas de poder mediante el género. La ciudad, por ser el espacio que habitamos y que creamos hace más de 5 mil años, suele replicar también estas dinámicas desde su construcción y posterior perpetuación. La agricultura, los centros de administración, la industria y todas las actividades económicas han sido históricamente actividades que surgen y funcionan bajo el liderazgo de los hombres, ¿A quién beneficia esta monopolización del poder desde la ciudad?

La ciudad como una extensión del poder patriarcal

La masculinidad desde la concepción más tradicional y socialmente aceptada en el México actual (e incluso en Latinoamérica) refiere a valores muy específicos de lo que un hombre “debe ser”: fuerte, proveedor, asertivo, decidido, procreador, protector. La manera de perpetuar este estereotipo ha sido mediante la monopolización de los espacios en la ciudad: desde las actividades económicas hasta los puestos de toma de decisión.

La pregunta crece: ¿Quién, históricamente, construye las ciudades? A las ciudades se les entiende como una extensión de lo público; a las mujeres se nos limita a lo privado: el hogar, los hijos, ser amas de casa (y es lo que se espera de nosotras). En cambio, los hombres, se encargaron de construir las ciudades en lo público; desde la arquitectura, el diseño y la imagen vial. A partir de su concepción de fuerza y superioridad, los hombres construyeron grandes moles que, a cada paso, demuestran su poder; mientras más imponente, mejor: “el edifico más alto del mundo”, “el museo más impresionante”, “el más caro y el más lujoso”, “el distribuidor más grande”, “la autopista con más capacidad”… Aunado a ello, en lo público a las mujeres se nos acosa y se nos violenta, reduciendo el cómo ocupamos el espacio y limitándonos, de nuevo, a los espacios privados. Este hecho, por sí mismo, representa una de las formas más impresionantes de control del sistema machista.

Las mujeres hacemos otro tipo de uso, movimiento, relación y vida en la ciudad. En tanto los hombres realizan viajes hacia sus trabajos, por ejemplo, las mujeres combinamos nuestros viajes: llevar a los hijos, ir a las compras, realizar pagos, ir al trabajo. Sin embargo, la ciudad no es planeada por las mujeres. Si revisamos los titulares de las secretarías y direcciones que han hecho ciudad (obras públicas, transporte, movilidad, gobernaciones, jefaturas) todas han estado eminentemente ocupadas por hombres. Es decir, la ciudad la han construido y decidido los hombres. Los grandes conquistadores, rehabilitadores, fundadores de las ciudades han sido hombres. ¿Pueden entonces los hombres entender la ciudad desde ser mujeres si no lo son?

Cuando hablo en plural en femenino y hay hombres en la sala hay un shock inmediato. Lo cultural y lingüísticamente aceptable cuando hablamos en plural es hablar en masculino. Así lo dictan las reglas del español según nuestro máximo referente en el tema: la Real Academia de la Lengua que dice que “es incorrecto emplear el femenino para aludir conjuntamente a ambos sexos”. ¿Por qué está bien que cuando hablamos en plural en un salón hablemos en masculino? ¿Quién decidió estas reglas? Sí, la respuesta es sencilla: la decidieron los hombres. La RAE, como la ciudad, ha sido una institución liderada por hombres desde hace siglos. Hasta 2014 logramos cambiar la asociación de lo “femenino” con lo “débil”, por ejemplo. Por siglos, también, la presencia femenina en la RAE fue nula. ¿La razón? “Las mujeres son un error de la naturaleza”, según José Zorrilla. 264 años tuvieron que pasar para que la RAE tuviera entre sus filas a una mujer.

Por eso el shock de los hombres cuando en plural y estando presentes ellos las mujeres hablamos en femenino. Si las reglas de la lengua las decidieron los hombres, ¿qué nos hace pensar que las de la ciudad no? Todos los espacios para hablar, en toma de decisión, en protagonismo, en generación, en poder, han sido históricamente espacios ocupados por hombres.

Dice Sylvia Walvy que el patriarcado es “un sistema de estructuras sociales interrelacionadas a través de las cuales los hombres explotan a las mujeres” y que éste se mantiene y se construye en las sociedades industrializadas avanzadas a través de diversas formas como la producción doméstica, las relaciones patriarcales en el empleo, las relaciones patriarcales desde el Estado, la violencia machista, las relaciones patriarcales en la cultura, y el patriarcado desde el espacio público y/o privado.

Paula Soto, investigadora de la UAM, dice en su estudio Patriarcado y Orden Urbano, nuevas y viejas formas de dominación que “en la ciudad se producen entramados de relación de poder que multiplican los emplazamientos de poder en el espacio público y que van desde el cuerpo de las mujeres, hasta los lugares de recreación, el barrio, la comunidad y donde cada uno de ellos puede ser analizado como variaciones espaciales de la masculinidad y la feminidad”. Paula enumera cómo se construye en la ciudad estos espacios: en el transporte y la movilidad, en la violencia y acoso en los espacios públicos, en la planificación urbana.

Una declaración

Pocas, poquísimas son las mujeres que gobiernan ciudades o países. Apenas un puñado. Llamamos la atención porque somos mujeres y porque, claro, nuestro sitio es el hogar. De las mujeres que hoy ocupan cargos de poder y de gobierno se escucha decir que “no saben gobernar”.

Lo cierto es que las mujeres fuimos alejadas de la planeación urbana y el que planea es el hombre que nos dice que el “el lugar de la mujer es su casa”, haciendo alusión al estereotipo de la mujer cuyo único destino es ser madre y ama de casa, alejándola -mediante el suburbio- de los centros de empleo y recreación. Aquí, por ejemplo, los usos mixtos pueden proveernos de la regresión a un modelo de ciudad que no condene a las mujeres al ostracismo. Pero, ¿esto basta?

En la lucha por la ciudad para todos, la perspectiva de género es necesaria y urgente. No sólo por su calidad de inclusiva, sino porque las mujeres podemos ser las mejores planificadoras urbanas gracias a nuestro papel de cuidadoras y a nuestra experiencia viviendo la ciudad; gracias a ello la conocemos en muchos más usos y desde muchas más perspectivas porque entendemos cómo la viven aquellos con quienes que la vivimos: lxs niñxs y lxs adultxs mayores y desde nuestra propia experiencia; como peatonas (porque somos mayormente peatonas) y en nuestra multiplicidad de roles: empleadas, madres, alumnas, cuidadoras, etc.

El futuro de las ciudades parece estar no sólo en la política pública que protege a las mujeres y apuesta a disminuir la violencia de género, sino en el “desarrollo urbano transformativo desde el género” donde las mujeres exigimos nuestro acceso –y accedemos sin pedir permiso- a la transformación de las ciudades porque, como en el punk, las mujeres también hacemos ciudad.


 

Because I believe with my wholeheartmindbody that girls constitute a revolutionary soul force that can, and will, change the world for real”- Riot Grrrl Manifesto

 

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