Gobierno situado: habitar
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1 junio, 2016
por Alejandro Hernández Gálvez | Twitter: otrootroblog | Instagram: otrootroblog
En sus lecciones sobre el diagrama —que son lecciones, también, sobre la pintura—, Gilles Deleuze explica que “el cliché es fundamentalmente intencional” y completa no dejando salida posible: no sólo el cliché es intencional sino que “toda intención es intención de cliché.” ¿Cuántas veces producimos la misma imagen porque queremos producir esa imagen? Esa imagen que no llega a serlo pues está desgastada desde el principio: no muestra más de lo que ya se había mostrado antes. Probablemente la abrumadora mayoría de las fotografías que hacemos los turistas en una ciudad como Venecia no sean otra cosa que clichés. Queremos producir esa imagen y no otra, no de otro modo. Porque ya la hemos visto infinidad de veces, aunque no lo recordemos. Y una imagen auténtica —pintura o fotografía, incluso percepción— no busca reproducir lo que vemos —¿para qué serviría entonces?— sino hacernos ver justamente lo que no habíamos visto antes. Deleuze explica que “el acto de pintar comienza con la lucha contra la forma intencional.” En esa lucha es donde resulta esencial lo que llama, a partir de lo que dijo Francis Bacon sobre su manera de pintar, diagrama, al que define como “una operación” cuyo objetivo es “sugerir rigurosamente posibilidades de acción.”
¿Qué será de nuestras buenas intenciones si toda intención es intención de cliché? Desigualdad, sustentabilidad, tráfico, basura, crimen, desechos, contaminación, comunidades, migración, segregación, desastres naturales, informalidad, saneamiento, periferias, vivienda, calidad de vida. Sabemos que esos son los temas de hoy, aquello a lo que debemos enfrentarnos y no sólo en tanto arquitectos sino como habitantes de las ciudades y del mundo contemporáneos. Por otro lado, que las maneras de abordar esos temas son un cliché es un reclamo ya escuchado. Con razón. Tan sólo los dos primeros de la lista —que podrían resumir al resto— se repiten insistentemente en las más recientes temporadas de discusiones arquitectónicas, sea en la academia o en los medios. Eso no los hace ni menos reales ni menos urgentes, pero ¿cómo se responde sin caer en los mismos estereotipos, sin hacer que el realismo y la urgencia le ganen con su peso a la imaginación y la invención? Lo planteó Aravena en algún momento: ante un desastre, ante la pobreza o la catástrofe, las soluciones muchas veces se repiten, la velocidad de respuesta lo impone y la lógica lo justifica: no es momento ese de buscar la originalidad. Pero el cliché no está sólo en la respuesta, o no fundamentalmente, sino en el modo de plantearse el problema y, por tanto, de las posibilidades de acción que se sugieran rigurosamente.
“No hay que olvidar la belleza en nuestras batallas”, dijo también Aravena. ¿Belleza? ¿La que hace más de un siglo Rimbaud sentó a sus rodillas, encontró amarga e injurió? Belleza es una palabra difícil de usar, acaso sea el máximo cliché. O lo es, digamos, cuando sabemos qué esperar por algo que pensamos bello. El espacio de la Cordelería, en el Arsenal, atravesado en diagonal por una serie de rayos luminosos, realizado por Transsolar en colaboración con Anja Thierfelder, es de una belleza innegable. El pasmo de cada persona que entraba en esa sala lo atestiguó. Se trata, además, de una belleza resultado de una técnica precisa pues, según explican los de Transsolar, “uno debe tener el conocimiento y la habilidad para manipular las condiciones termodinámicas de una habitación” para hacer visible la luz de ese modo. Sólo “una configuración particular de humedad, temperatura, estratificación y movimiento del aire puede hacer que Lightscapes cobre vida y haga que llueva luz para el disfrute del visitante.” Belleza, sin duda.
Hay otra belleza, sin embargo, a la que no podemos llamar así sin cuidado. En el espacio a cargo de Forensic Architecture, organización no gubernamental dirigida por Eyal Weizman, se presenta una reconstrucción a escala real de una habitación destruida por una explosión en Afganistan. El análisis demostró, mediante la investigación de distintos tipos de evidencia física y en video, que la explosión fue causada por una bomba del ejército de los Estados Unidos. En el modelo, una serie de hilos describen las trayectorias de los pedazos de la bomba, haciendo visible algo que de otro modo pasaría desapercibido —la silueta de las personas que ahí murieron. No hay manera de hablar de la belleza de esta “arquitectura en reversa”, como la llama Weizman, sin recordar a Rimbaud: senté a la belleza en mis rodillas y la encontré amarga. Y la injurié. Tras evidencia como esa el cliché revienta y la belleza del paisaje luminoso, en el contexto que la bienal impone, resulta tal vez distinta. Otra evidencia, como la crisis de los refugiados, como la desigualdad y la pobreza, tal vez, con su dureza, también haga pensar de otra forma dónde hay que buscar la belleza en nuestras batallas. Más allá de la foto, más allá de la bella forma resuelta con elegancia. Más allá de la idea precisa. Quizás, sólo quizás.
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