Gobierno situado: habitar
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¡Felices fiestas!
29 mayo, 2016
por Alejandro Hernández Gálvez | Twitter: otrootroblog | Instagram: otrootroblog
Pese a su virtual omnipresencia, los paneles de yeso con los que se recubren muros o se construyen divisiones —el tablaroca, pues— tienen poco peso y poco valor en la deontología de la arquitectura moderna, obsesionada con la honestidad material y estructural. Que el tacto revele y el oído confirme la escasa solidez de un muro puede inducir a la decepción. Se acepta el muro o el techo falso en un edificio genérico sin pretensiones; se rechaza casi absolutamente cuando la arquitectura quiere escribirse con inicial mayúscula. No tiene cabida en la genealogía que va de los menhires al concreto aparente de Marsella. Su problema es que no se asume como lo que es y niega su ligereza constantemente. Hace dos años Koolhaas lo puso en evidencia en el Pabellón Central de los Giardini, durante la Bienal de Venecia. Aunque al contrastar un plafón que oculta una trama —casi una trampa— de instalaciones de diversa índole con la cúpula que pintó Galileo Chini para ese espacio en 1901, Koolhaas no apuntó a la diferencia entre un recurso banal y otro, aparentemente exquisito sin, al mismo tiempo, revelar ciertas similitudes: nunca una cúpula es sólo una cúpula; casi siempre tienen al menos dos capas sin contar la de las imágenes que muchas veces las desdibujan bajo nubes y legiones de vírgenes y santos.
Hace años, Alejandro Aravena mostraba casi al inicio de sus conferencias una fotografía de un hombre sentado en el suelo con una banda que le ceñía las piernas y la espalda. Sentado sin silla. Una muestra de un ingenio que no se doblega ante la escasez sino, al contrario, la aprovecha. Hacer más con menos, no como una visión solamente estética sino como una experiencia material: el truco que hace de una hoja de papel un cono y lo utiliza como contenedor al darle mayor resistencia sin agregarle ni un gramo de materia extra —puede decirse en ese caso que donde el experto dobla el improvisado pega. No sumar nada más que el gesto y aun así sacar provecho, parece ser la consigna. En su Bienal, Aravena presenta varios ejemplos que comparten esa estética que bien pudiera ser una ética material y de la materia. Wang Shu y Lu Wenyu —Pritzker del 2012— trabajan con material recuperado que ofrecen con nuevas texturas en nuevos proyectos. Antón García Abril y Ensamble Studio parecen hacer arquitectura simplemente con cambiar de posición ciertos materiales para colocarlos en nuevos equilibrios. El Block Research Group del ETH, dirigido por Philippe Block y Tom van Mele, construyen, mediante sofisticada tecnología, eso sí, una bóveda de piedras a pura compresión. Norman Foster también construye una bóveda pero con ladrillos, aprovechando una técnica secular. Una tercera bóveda, que utiliza aun menos materia pero también de ladrillo, fue hecha por el Gabinete de Arquitectura de Solano Benítez, resultando los ganadores del León de Oro. No es el material, es su despliegue, parecen decirnos o, más bien, mostrarnos.
En las primeras salas de la Cordelería y del Pabellón Central, Aravena, demostrando que el mismo gesto de mago que hace que la piedra se yerga o la bóveda se sostenga puede darle peso y valor a un material que se suponía desecho, también recupera, también cambia de posición. La tablaroca se vuelve muro denso y pesado y su estructura, siempre oculta, un plafón visible pero no por eso menos misterioso. Si para Koolhaas, finalmente, uno de los problema era la pérdida acaso absoluta de control por parte del arquitecto sobre ese espacio intermedio entre el exterior y el interior que ahora es dominio de las ingenierías, donde el consultor decide volúmenes y formas, en esta ocasión Aravena parece insistir en ese poder —acaso el último pero no menor— que tiene el arquitecto: la transubstanciación, darle valor a cualquier materia desplegándola de cierta manera, como nunca se había visto o como siempre se ha hecho.
En su clásico La obra de arte en la época de su reproducción técnica, Walter Benjamin para explicar la diferencia entre el pintor y el operador de la cámara fotográfica o cinematográfica, apuntó a la que se da entre el curandero y el cirujano, que también opera. El primero, médico brujo, actúa a distancia: impone sus manos para curar, sabedor de que posee un poder que no se comparte sin mediar una iniciación. El segundo interviene: investiga y analiza para finalmente cortar y manipular directamente un cuerpo. Su sabiduría no es menor pero su conocimiento es técnico y de ese modo se construye y transmite. La bienal de Koolhaas parecía la de un arquitecto que, no sin cierta nostalgia, es consciente de que su conocimiento es parcial y limitado, que ya no es el señor de las técnicas. La de Aravena parece insistir en ese poder que aun conserva el arquitecto, pequeño pero efectivo: transmutar la materia y reorganizar el mundo, aunque sea a pedazos, desplegándola.
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