Gobierno situado: habitar
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¡Felices fiestas!
28 mayo, 2016
por Alejandro Hernández Gálvez | Twitter: otrootroblog | Instagram: otrootroblog
Como la esfera de Pascal, cuyo centro está en todas partes y su circunferencia en ninguna —según el texto de Borges que narra la compleja y larga historia de esa metáfora—, el frente, es una zona imprecisa —algo más que una frontera como las resonancias militares podrían hacernos pensar— que pasa por cualquier parte y acaso no está en ninguna, en el sentido que tiene bordes imprecisos, fluctuantes. Como el mar, que no tiene bordes o, más bien, su “borde” es una zona cuyo perfil varía con el tiempo y según condiciones particulares. Así el frente.
La imagen de la Bienal de arquitectura de Venecia dirigida por Alejandro Aravena es una fotografía de la arqueóloga Maria Reiche subida en una escalera de aluminio en alguna parte de las Pampas de Jumana. Reiche nació en Alemania en 1903 y llegó a Perú por primera vez en 1932. Regresó para ya nunca irse en 1937. Ahí conoció a Paul Kosok, antropólogo estadounidense que investigaba las líneas de Nazca, a cuyo estudio Reiche se dedicó prácticamente toda el resto de su vida. La primera sala del Pabellón Central de los Giardini, en Venecia tiene los muros forrados de tablaroca, colocada no con el espesor paralelo a las paredes originales, como se acostumbra cuando se usa como recubrimiento, sino a manera de lajas de piedra. Impresa en pequeño formato está la foto de Reiche subida en su escalera. La cédula explica que Bruce Chatwin contó que, dada la extrema fragilidad del suelo de esa región y la escasez de medios a disposición de Reiche, ésta recorría la zona armada de una escalera que le permitía, con cuidado, observar el territorio e intentar descifrar las formas que dibujaban las líneas. La observación, parece sugerirnos esa imagen, es un asunto de distancia: demasiado lejos no se entienden las relaciones entre los trazos; demasiado cerca se arruina el territorio. En su libro What am I doing here?, Chatwin escribe de Reiche:
Es una mujer de un humor afilado y un sólido sentido común y encuentra la idea de andarse paseando por el desierto ligeramente ridícula. Sus afirmaciones sobre la Pampa son modestas: no reclama teorías vagas o inadmisibles. “No tengo teorías,” dice calmada. “Tengo los hechos.”
La fotografía de Reiche subida en su escalera es, pues, una imagen. Sobre todo en el sentido poético. Nos habla de la distancia que hay que tomar para entender lo que se ve: ni mucha ni demasiado poca. Del compromiso que esa visión exige. Del mundo que encontramos y las explicaciones que buscamos. De las teorías y los hechos. El frente, pues, pensado desde esa imagen, no es ni lo evidente ni lo obvio y hay que construirlo o, de menos, retrazarlo con paciencia si pretendemos entenderlo.
La primera sala del Arsenal también está recubierta de tablaroca con la misma disposición horizontal que en los Giardini. Uno de los materiales más banales y desprestigiados de la arquitectura contemporánea, que parece casi siempre usarse con la intención de transformar las apariencias para que mejor engañen, no más, adquiere otra dimensión y literalmente otro peso al cambiar su orientación. Adquiere incluso otra dignidad. En el Arsenal también hay un plafón que reduce los más de seis metros de altura de ese salón a poco menos de tres. Está hecho con las canaletas de lámina metálica que se usan para sostener el tablaroca. Al igual que éste, se utilizan de una manera no convencional: no estructuran: cuelgan. Aravena explicó que tanto los paneles de tablaroca como las canaletas metálicas son sobrantes de la bienal pasada. Nueva imagen: la exploración de nuevos frentes se deriva de los restos olvidados de los fundamentos de la modernidad, como promesas esperando cumplirse. A la entrada una lista anuncia los problemas: desigualdad, sustentabilidad, tráfico, basura, crimen, desechos, contaminación, comunidades, migración, segregación, desastres naturales, informalidad, saneamiento, periferias, vivienda, calidad de vida. Es la lista de temas a los que se enfrenta, primordialmente, la construcción del mundo como y desde la arquitectura. Porque Aravena quiso que su Bienal fuera de arquitectura, palabra ambigua si las hay pero que aquí se refiere a sus dimensiones material y estética. El interés por la belleza, dijo, no tiene por qué estar ausente cuando se trata de resolver esos problemas desde la urgencia y la escasez. Pero la belleza además de un reclamo también es un problema, sugirió el mismo Aravena. Si la belleza, al menos en cierta concepción occidental y acaso moderna, es algo singular y único, ¿cómo entra en juego cuando se habla de proyectos y acciones que deben repetirse infinidad de veces para atajar infinidad de problemas?
La escalera de Reiche ahora es ya la escalera de Aravena y hace pensar en otra escalera famosa, la de Wittgenstein, quien prácticamente al final de su Tractatus Logico-Philophicus escribió:
Mis proposiciones son esclarecedoras de este modo: que quien me comprende acaba por reconocer que son sinsentidos, siempre que el que comprenda haya salido a través de ellas fuera de ellas. (Debe, pues, por así decirlo, tirar la escalera después de haber subido.) Debe superar estas proposiciones; entonces tiene la justa visión del mundo.
La escalera está ahí para cambiar nuestro horizonte y nuestra perspectiva. Para dejarnos ver sin alejarnos demasiado. Pero al final hay que bajar y poner los pies sobre la tierra, dar un paso adelante y tirar la escalera pero con cuidado de no dañar el frágil territorio. Y si por alguna razón olvidamos de qué se trata el ejercicio, siempre estará la opción de leer la lista de problemas en una de las dos camisetas oficiales de la Bienal que, por 20 euros, podremos desde ahora usar como uniforme.
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