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Rectoría abandonada

Rectoría abandonada

7 septiembre, 2018
por Christian Mendoza | Instagram: christianmendozaclumsy

El lunes 3 de septiembre hubo un ataque de “porros” a miembros del Colegio de Ciencias y Humanidades del Plantel Azcapotzalco. Los alumnos de este bachillerato se dirigían a la Torre de Rectoría para protestar, de manera pacífica, por la falta de profesores y, por ende, de clases; por la censura que habían recibido de parte de la dirección ante expresiones recreativas y políticas; y, finalmente, por la inseguridad que atraviesa la comunidad estudiantil. El 21 de agosto se encontró el cuerpo calcinado de Miranda Flores Mendoza, quien fue secuestrada después de un día de clases en el Plantel Oriente del CCH, situado en Iztapalapa. Por una coincidencia siniestra, durante la manifestación del colectivo estudiantil, los “porros” arribaron a la explanada de rectoría, armados con palos y bombas molotov, con el propósito de atacar la manifestación.

Una imagen que fue difundida en distintos noticieros es una toma desde Insurgentes hacia la explanada de Rectoría, que captaba los ataques. El mensaje era contundente: el edificio se encontraba cerrado mientras sucedía todo. Otro video, filmado desde Biblioteca Central, capturó cómo iban llegando los provocadores, utilizando tanto las escaleras de Rectoría que dan al campus central como el bajo puente que conecta el mismo campus central con Insurgentes. En la Guía de arquitectura Ciudad de México se lee: “La Torre de Rectoría se localiza en la plaza más importante de acceso, está rodeada de varias explanadas a diversos niveles que acentúan el eje principal que cruza todo el Campus Central”. De manera más involuntaria que premeditada, todas esas explanadas fueron ocupadas, durante un par de horas, por la violencia. Pareciera que la vulnerabilidad territorial de Ciudad Universitaria —lo que permite que, de pronto, puedan entrar grupos de choque— está dada por el espacio mismo, y no sólo en lo que respecta al campus central, también en la comunicación que existe entre las facultades y la zona conocida como Las Islas. En el eje que trazan las facultades que se encuentran del lado sur de Rectoría (Arquitectura, Ingeniería, etc.) y las que están al norte (Filosofía y Letras, Derecho, etc.), hay puertas que permiten la entrada a las aulas desde el campus. También se tiene el Paseo de las Facultades, una gran avenida transitada por los Pumabuses y que dirige hacia las estaciones del metro Copilco y Universidad. Ese corredor también representa una gran puerta de entrada hacia todas las facultades que conforman el campus.

Esta doble función de Ciudad Universitaria, la del espacio público y la de la zona estudiantil, la del espacio de libre acceso y la del acceso regulado de manera académica, no es el motivo por el que, en los últimos dos años, han ocurrido actos criminales dentro de la universidad. En el Pedregal de San Ángel quedó erigido un símbolo cuya lectura no resulta tan inmediata y cuya utilización no se circunscribe meramente a un habitar por un periodo determinado de tiempo, es decir, mientras dure el ciclo escolar. Es la obra de índole colectiva más ambiciosa del siglo XX, pero también el lugar desde donde se emiten pronunciamientos políticos de la comunidad estudiantil y de las autoridades universitarias y federales. Es un lugar que detenta cierta autoridad intelectual, pero que también alberga las consecuencias del narcotráfico que han asediado al país. Las fotografías que conocemos de los conflictos de 1968 nos hablan de igual modo del espacio y de lo que el gobierno pensaba de la juventud. Podemos saber que los militares utilizaron los mismos caminos que atravesaron los “porros” este lunes.

Lo que se está intentando decir es que la solución a los conflictos de la UNAM no tendría que ser únicamente espacial —cerrar o controlar— porque no son causados únicamente por el espacio. Después de los ataques del lunes, emergen soluciones que, más bien, parecieran justificar políticas públicas contrarias al espíritu de la institución: más vigilancia, más cámaras, más privatización de los espacios. Los accesos que permiten la entrada abrupta de grupos organizados son los mismos que también representan la apertura de la universidad hacia la polis, hacia la calle. El problema no fueron, por tanto, las vías que utilizaron los “porros” para entrar al campus central. Tal vez el problema más bien sea el de una Torre de Rectoría cerrada y el de un rector que, ese día y en ese momento, se encontraba escuchando el último informe de gobierno de Enrique Peña Nieto. Tal vez el problema sea la existencia de grupos de choque que, lo sabemos, son financiados por diversas autoridades. Hasta ahora, no sabemos dónde están y cómo operan. Antes de pensar en reconfigurar el espacio, se tiene que subsanar políticamente a la universidad.

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