Alberto Kalach: Panorama. Maquetas para un archipiélago
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7 marzo, 2017
por Miquel Adrià | Twitter: miqadria | Instagram: miqadria
Latinoamérica es cuna de esperanzas. Reiteradamente a lo largo del siglo pasado se trataron de identificar nuevas vetas creativas que entrelazan culturas, hilvanan rasgos panamericanos o signos de identidad entre países disconexos, aunque hermanados por lenguas comunes. Desde lo lejos, el vínculo aparece cuando las señales de progreso global se eclipsan y la confianza en las nuevas tecnologías se desvanece. Entonces, como ahora, se abre otra posibilidad, pausada, donde la arquitectura no solo sobrevive sino que se explaya con lo más básico. Arquitecturas de urgencia, que atienden a comunidades ignoradas por sus gobiernos, con un fuerte compromiso social y que recurren a la inmediatez de los materiales y las técnicas locales, son cada vez más visibles en el contexto latinoamericano contemporáneo.
Eliminado lo prescindible, los recursos básicos se conforman con la mano de obra poco especializada del lugar y materiales como la madera, el bambú, el tabique de arcilla, el adobe o el block de concreto y, excepcionalmente, sencillas estructuras de acero o buenos muros de concreto aparente. Ahí, el arquitecto despojado de sofisticados recursos tecnológicos, de equipos globalizados de especialistas y de nuevos materiales, con los que se llevaron a cabo las obras más icónicas de la primera década del siglo, se enfrenta solo ante una realidad urgida de soluciones y respuestas inmediatas. Ahí, el arquitecto cuenta sólo con su ingenio. A veces, haciendo de la síntesis virtud y en algunos casos al límite de pasar desapercibida la acción del autor, convertido en un mero activista social que gestiona procesos y facilita información constructiva a la comunidad.
Como alternativa al arquitecto diseñador aparece el arquitecto activista. Si para uno el objetivo es la estética para el otro lo que importa es el efecto.
Formas activas y pragmatismo se convierten en las claves de una nueva arquitectura que recupera cierta función ideológica sin perder la vocación formal originaria. Desde esta perspectiva, en estas páginas se destacan aquellas arquitecturas radicales que, con pocos recursos económicos y materiales, privilegian el ingenio del autor y los proyectos de carácter público y comunitario, por encima de las obras privadas y eventualmente más sofisticadas.
Esta edición privilegia las obras que se insertan en su contexto, se ciñen a los recursos del lugar y atienden a las necesidades de la comunidad. A su vez, las cincuenta arquitecturas que componen esta selección latinoamericana han sido construidas por una nueva generación de jóvenes[v] arquitectos menores de cincuenta años y buena parte de las obras son resultado de trabajo en equipo, no sólo con las comunidades con las que trabajan, sino también entre distintos arquitectos que puntualmente abordaron proyectos juntos.
arquitecturas que compensan con ingenio la falta de recursos, que reivindican un compromiso con la sociedad y que exploran procesos constructivos y colaborativos para obtener el mejor resultado con el mínimo esfuerzo, son las que se privilegian en esta edición. Los materiales empleados son los más comunes: el concreto, el tabique, el block, el acero o la madera. Se opta reiteradamente por patios, pórticos o galerones y las tipologías más recurrentes son las escuelas, los centros culturales, los museos, las bibliotecas y los hoteles y en menor medida las fábricas, los centros deportivos o religiosos, sin olvidar los jardines, las calles y plazas, así como los pabellones efímeros como celebración del espacio público.
Entre las obras que se muestran destacan las construidas en madera y acero o bambú, con polines que son estructura y cerramiento, que arman trabes y sostienen cubiertas inclinadas. Edificios que replican la arquitectura más elemental y común en todas las culturas, y que confían en la mano de obra local poco cualificada: la esencialidad de la arquitectura rural y arcaica para construir escuelas con palitos y polines alrededor de un patio, casi al azar.
La caja de concreto es otro punto de partida para lograr la esencialidad de esta nueva generación radical.
El reciclaje es otra de las puertas de acceso a la arquitectura radical contemporánea.
Con estas cincuenta obras construidas por arquitectos menores de cincuenta años se ilustra una nueva actitud desde arquitecturas que responden ante necesidades urgentes de la sociedad. Compromiso social, austeridad constructiva con materiales y tecnologías locales, procesos de negociación con las comunidades y de colaboración entre distintos profesionales, son algunas de las coordenadas de esta edición. Aquí se privilegia el ingenio del autor que optimiza los recursos con cautela y que crea acciones previas a la construcción de formas, desde el pragmatismo enfocado a obtener el mejor resultado con el mínimo dispendio. Y se destacan los proyectos de carácter público y comunitario, que van de lo provisional a lo atemporal, despojados de lo que no es estrictamente necesario, destilando los signos de sus tiempos en clave local. A su vez, se subrayan aquellos que exploran la esencialidad espacial, la responsabilidad constructiva y la sustentabilidad desde una sabiduría ancestral más que con nuevas tecnologías y materiales. Con las propuestas que aquí se exponen pareciera que la arquitectura ha rescatado su discurso ideológico y su función social que perdió durante décadas y, tras la austeridad de muchas de estas obras, emergen señales de una nueva arquitectura radical.
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