Sobre Antonin Raymond y su paso por México
En México, el arquitecto checo Antonin Raymond es prácticamente desconocido. Raymond visitó Mexico, como lo hicieron otras figuras extranjeras (por [...]
13 febrero, 2014
por Juan Manuel Heredia | Twitter: guk_camello
Casa de Luis Barragán, ciudad de México, 1948 (foto: Emilio Ambasz)
Una carta de la crítica estadounidense Esther McCoy a Luis Barragán, resguardada en copia en los archivos del Smithsonian Institute de Washington, ofrece un atisbo a la obra del arquitecto mexicano; traduzco:
9 de Noviembre de 1982
Querido Luis:
Al hojear tu libro sobre la capilla de Tlalpan recordé la primera vez que visité tu obra en México – Los Jardines del Pedregal, después tu propia casa. En alguna ocasión Remy de Gourmont dijo que encontrarse frente a frente con la genialidad significa sentir un nuevo escalofrío. Cuán verdadero fue el increíble impacto que sentí al ver tu obra.
Que fiel has sido a tu propio genio querido Luis. Y al hacerlo, tú más que todos los demás has sido fiel a México. Celebras a México con calma dórica; pero infinitas memorias de lugares parecen burbujear debajo de la calma.
Un día me diste un regalo. En 1951 me dejaste a solas en tu casa junto a una fotógrafa. Cuatro horas de regocijo en la perfección. Pero Luis, algo más ocurrió – una tristeza sobrecogedora.
A lo largo de los años me ha quedado una mezcla de alegría y de tristeza cada vez que contemplo o pienso en tu obra. Se trata en verdad de un nuevo escalofrío. Gourmont estaba en lo cierto.
La carta fue escrita un par de años después de la entrega del Premio Pritzker a Barragán. McCoy lo elogia sobre “todos los demás” arquitectos mexicanos (implícitamente sobre Juan O’Gorman y Francisco Artigas quienes también fueron sus amigos) y ve en su obra una mayor sutileza y fidelidad con la cultura del país. McCoy también rememora la visita que en 1951 hizo a la casa de Barragán acompañada de la fotógrafa Elizabeth Timberman, y que resultó en la sección correspondiente del famoso número de la revista Arts and Architecture dedicado a México en agosto de ese año. Sin embargo el tema central de la carta es el sentimiento encontrado de felicidad y tristeza experimentado por McCoy en los edificios de Barragán, inclusive al solo pensar en ellos. Es interesante que una crítica tan aguda como McCoy no hallara palabras más precisas para describir sus vivencias. Esta imprecisión, más lógica que fenomenológica, se supera atendiendo a la obra del arquitecto, o más bien a sus representaciones.
Alegría y tristeza, felicidad y melancolía, saciedad y vacío, compañía y soledad, presencia y ausencia, lenguaje y silencio, vida y muerte. Estos binomios, intencionalmente acomodados aquí pero algunos de ellos invocados por el mismo Barragán, hallan su correlato en muchas imágenes de su arquitectura, en especial de su propia casa. Tengo en mente la fotografía del vestíbulo tomada por Emilio Ambasz en 1978. A diferencia de las imágenes más preciosistas de Armando Salas Portugal, esta captura mejor algo de aquella simultaneidad de emociones experimentada por McCoy con acento en los términos negativos. No el vacío de las superficies o la ausencia del ornamento, sino el vacío del espacio y la ausencia del cuerpo. Negatividades nunca unívocas sino siempre conteniendo sus opuestos: ‘colmadas’ de potencial o ‘llenas’ de posibles presencias. En la imagen: el teléfono, la lámpara y los otros objetos sobre la mesa, la canasta tejida y los cables desarreglados sobre la alfombra, la silla ligeramente alejada y girada hacia uno, y la escalera descendiendo junto a la luz reflejada, aparecen como esperando el arribo de alguien o como testigos de una figura que solo recién se marchó. En esta fotografía el cuerpo humano esta presente mediante sus rastros o huellas. Más allá del interior burgués analizado por Walter Benjamin, se trata de las huellas de toda gran arquitectura en su doble sentido de registro y anticipación de acciones y posturas, pasadas o por venir.
Fallecida en 1989, McCoy recientemente resucitó de entre los muertos y desde su cuenta de Twitter publicó una fotografía de aquella visita a la casa de Barragán. Parada sobre el descanso de la escalera, la escritora aparece petrificada y absorta, transmitiendo un sentimiento similar al descrito en su carta. La imagen también revela que aquella soledad regalada por Barragán y compartida con la fotógrafa era en realidad una soledad a tercias. En ella una empleada doméstica, uniformada según las buenas costumbres y con los años de trabajo visiblemente a cuestas, se posiciona para arreglar el escenario de la ausencia retratado por Ambasz.
Es quizá una coincidencia que el mencionado número de la revista Arts and Architecture contenga un ensayo de McCoy en el que critica a los arquitectos mexicanos —Barragán incluido— precisamente por los lugares asignados en sus proyectos al personal de servicio. Según McCoy “para un norteamericano acostumbrado a las casas sin sirvientes uno de los defectos [de las casas mexicanas] es la pequeñez y falta de carácter de sus cocinas… [L]os vestíbulos de entrada, luciendo una planta artificial, son frecuentemente más amplios que [ellas]. Esperemos [también] que algún día el cuarto de ‘criados’ tome prestado algo del espacio reservado a la recamara principal”.[1] De acuerdo a lo recientemente expuesto por Arturo Ortiz Struck y Alejandro Hernández Gálvez, esta cuestionable tradición de la arquitectura mexicana sigue bastante vigente. Este último, de hecho, hace alusión a otro escrito de McCoy en el que se critica al proyecto de Barragán para El Pedregal, afirmando que sus casas, “grandes y elegantes (con excepción de la propia de Max Cetto), continúan los estilos de vida de las casonas de la era colonial pero con una vestimenta moderna”.[2] En este sentido la mención de McCoy a las “infinitas memorias de lugares” que subyacen en la arquitectura de Barragán adquiere una connotación distinta. En su crítica, la escritora norteamericana contrastaba las casas mexicanas con las contemporáneas Case Study Houses de Los Ángeles y al elogiar la ausencia de cuartos de servicio en estas, ponía en duda la modernidad de aquellas. Las casas mexicanas sin embargo podían considerarse tan dignas representantes de la modernidad como las californianas solo que mostrando su ‘cara oculta’: la colonialidad.[3]
[1] Esther McCoy, “Architecture in Mexico” en Arts and Architecture 68 (Agosto de 1951), 27.
[2] Esther McCoy, “Arts and Architecture Case Study Houses” en Perspecta 15 (1975), 73.
[3] Walter D. Mignolo, “La colonialidad: la cara oculta de la modernidad”, en Modernologías – catálogo de exposición en el Museo de Arte Moderno de Barcelona (Diciembre, 2009): (https://monoskop.org/images/5/57/Mignolo_Walter_2009_La_colonialidad_la_cara_oculta_de_la_modernidad.pdf).
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