José Agustín: caminatas, fiestas y subversión
La Ciudad de México, entendiéndola como una extensión territorial que abarca tanto al centro como la periferia, fue dura, sinónimo [...]
4 octubre, 2018
por Christian Mendoza | Instagram: christianmendozaclumsy
En la serie de entrevistas que presentamos esta semana, buscamos escuchar las ideas de las generaciones posteriores al 68 y que, por ende, vivieron otras épocas. Asumimos que el año que conmemoramos no pertenece únicamente a los testigos directos de los hechos: de ahí que continúe siendo pertinente reflexionar sobre lo que pasó y lo que se buscó. Hablamos con personajes que provienen de campos diversos para abonar interpretaciones de hechos que continúan abiertos y que pueden ser apropiados y cuestionados desde el arte, la historia, la filosofía y también la arquitectura.
¿Qué pensar del espacio en Tlatelolco?
La iglesia de Tlatelolco y la que está en Niños Héroes y Eje Central, son las dos primeras iglesias que se construyeron en la ciudad. Son las más antiguas y se parecen mucho. Pero Tlatelolco, en términos urbanísticos y de espacio, representa una cuestión simbólica muy fuerte. Toda la identidad de México está ahí, todos los momentos de México están ahí, en un espacio que además no es tan grande. Creo que hay una cosa que es interesante del 68 y es la primera vez que sucede en términos de la ciudad moderna —quizá lo anterior fue la Revolución—: que la gente tomó las calles. Creo que es la primera vez que la gente se apropia del espacio público. De pronto tiene sentido la cuestión de las marchas, los paros, ver a toda esa gente fuera, como un despliegue de una máquina de guerra. Es también la aparición, en los términos de la época, de la juventud. Yo creo que es la primera vez que estuvo presente una figura de la juventud, que antes no existía. Antes pasabas de niño a ser señor y no existía ese tránsito hacia la juventud. Los años 60, a nivel mundial, tienen también mucho de eso, de mirar a la juventud como una edad distinta en la que se tienen otras preocupaciones, otras necesidades, que generaron diferentes movimientos políticos. El caso de Francia es ejemplar, pero están también los hippies en Estados Unidos. En México, creo que la operación estuvo en la juventud visibilizándose en el espacio público. Con otras maneras, con otras inquietudes, con otras demandas. Aunque también pensando que se puede vivir de otra manera.
¿Cómo juega ahí la imagen de la modernidad y su arquitectura?
La imagen de la protesta, y de la gente que sólo mira la protesta, refleja muy bien lo que pasaría después en términos políticos. La experiencia del acontecimiento y de la comunidad es una cosa muy fuerte en términos de lo político, no de la política. Lo político tendría que ver con este acontecimiento de los cuerpos que se juntan, que tienen otras intensidades, que están generando otras formas de organización, otras formas que no necesariamente son jerárquicas. Hubo algo lleno de vitalidad en el movimiento que, justamente, la manera en que va a ser reprimido, será la parte con la que nos quedaremos después. Desgraciadamente, el efecto del 68 es ése: la gente que se quedó mirando lo que sucedió allá afuera. Refleja muy bien lo que ha pasado en el país desde el 68 en adelante, una actitud indiferente. Lo que provocó el 68 fue algo más allá de un cambio social. La gente que lo vivió y que estuvo ahí sí pensaba en cambiar el mundo de alguna manera. Pero el único efecto que quedó de toda esta potencia creativa e imaginativa fue el miedo. Se ha dicho que después del 68 se logró el respeto por los derechos humanos. Yo me pregunto dónde están los derechos humanos ahora. Ya pasó lo de los 43. Lo de Tlatelolco es algo que sistemáticamente se ha repetido a lo largo de nuestra historia. Que ahora estemos más enterados por las redes sociales es otra cosa. Pero es impresionante el nivel de violencia que hay en el país: es el mismo, o peor. Nunca hemos sido un país moderno si todos los días aparecen noticias de chicas muertas. Hace poco salió una noticia de una chica a la que violaron sin que nadie de los que vieron qué estaba pasando hiciera nada. Eso hemos sido y eso somos. No participamos, nos quedamos viendo que hay toda esta violencia desatada y no hacemos nada en el sentido de proponer. Ahora, casi todos los movimientos son catárticos. Salgo, marcho, pero no hago una propuesta.
¿Sigue abierta la posibilidad de una contracultura pensando en lemas como “la imaginación al poder”?
La consigna de “la imaginación al poder” es del mayo francés. El mayo francés tiene una diferencia principal con el octubre mexicano. “La imaginación al poder” es también consigna del Situacionismo, con Guy Debord, y con la que se construye un engarce con el deseo de cambiar al mundo y de cambiar la vida. Son dos dimensiones distintas. Cambiar al mundo es, si tú quieres, una cuestión macropolítica, y cambiar la vida es algo micropolítico. No es gratuito que, después del 68 francés, hubo una reconfiguración de todo el pensamiento. No podemos pensar a Foucault a Deleuze o a Guattari, a toda esta generación que justamente lo que hizo fue repensar al poder, a la política, sin el 68 francés. Se buscó reformular toda la estructura del pensamiento, y eso fue pensar otra forma de vivir. Para la época, el discurso hegemónico era el marxismo, y ellos empiezan a replantearse que no se trataba de la Revolución, sino de la resistencia y la micropolítica. Creo que los últimos efectos de eso los vemos en la literatura y en la filosofía. Está Tiqqun, el Comité Invisible, gente que está pensando hoy y que vienen de esta impronta: del 68, de los pensadores de ese momento. La pregunta es cómo es que siguen vigentes sus propuestas, cómo se puede seguir pensando.
El caso de México es diferente, por la cuestión del miedo. ¿Qué va a pasar? La siguiente concentración multitudinaria fue en el 71 y fue otra matanza. No volvemos a ver a jóvenes que se reúnen a pensar para hacer cosas sino hasta los 90, tal vez con el zapatismo. Todo lo que va a desatar el zapatismo, las congregaciones masivas en Ciudad Universitaria, donde volvemos a ver a los jóvenes en la calle, todo eso no sucedía desde el 68. Intelectualmente, también hubo represión. Muchos escritores fueron reprimidos y enviados a la cárcel. No tenemos un cambio en la imaginación política. Creo que seguimos bastante normalizados. El miedo sigue siendo algo fundamental y no lo pensamos tanto. No hay imaginación. Cada que hay un movimiento es repetir lo que se hizo en el 68. La consigna de “la imaginación al poder” es ahora cuando tiene más sentido. ¿Dónde está nuestra imaginación? No es imaginación estar reciclando una idea de cómo tiene que ser la Revolución. No tenemos estrategias nuevas para el mundo que estamos viviendo. Tendríamos que retomar esa consigna. Podemos imaginar diferentes formas de vivir. Los movimientos de ahora tendrían que estar pensando en esas formas distintas. No podemos seguir usando las mismas, porque pierden su potencia.
¿Cómo es esa idea de la juventud que se fragua en el 68 y después?
En el 68 ya hay una presencia fuerte de los medios de comunicación, aunque tenemos un gran problema: no hay televisión por cable. Entonces, la homogenización fue más directa. Las figuras de la televisión que definían cómo tenían que ser los jóvenes irrumpieron con quienes salieron a las calles, jóvenes que, de pronto tenían una consciencia crítica. Esa juventud es completamente diferente y, por eso, completamente peligrosa. Yo creo que el Estado mexicano tuvo mucho miedo, porque sí reconoció una potencia. A quien principalmente se le rompió el equema fue al gobierno, por eso la manera en la que reprimió. El acontecimiento fue novedoso, disruptivo, algo que no se esperaba. Sí se tuvo una imagen de la juventud rosa, no la que está reclamando cosas, y que tiene un poder y que sale a la calle, y que no puedes contener. Fue tan violenta la represión porque tiene que ver con ese carácter inesperado. La imagen que México quería proyectar a nivel internacional es algo que peligraba.
¿Cuáles son los efectos en el estado actual del país y del gobierno?
La sistematización de la violencia había sido impecable, porque no nos enterábamos. Lo del 68 se supo, pero a través de lo borrado y lo escondido. Hasta hace unos años fue cuando se comenzaron a abrir los archivos. Pero es algo que pasa en todo el país, y justo está relacionado con esta estructura de cacicazgo en la que seguimos metidos. Por eso en México es muy absurdo hablar de modernidad. Ahora hay cosas más visibles porque tenemos redes sociales, y eso ha modificado algo que el Estado se encargó todo el tiempo de mantener, más con los medios de comunicación de su lado, que era una imagen del “no pasó nada”. Pero creo que ahora, más que nunca, tenemos consciencia de que algo está pasando, pero tampoco hemos tenido la inteligencia para hacer algo al respecto. No sirve de nada tener la información o denunciar, si no tenemos una acción directa. No sé qué es más peligroso. Volvemos a la imagen de quienes solo están viendo a través de las ventanas del conjunto habitacional en Tlatelolco. Ahora estamos viendo las pantallas de nuestras computadoras, con toda la información, y de todas maneras no hacemos nada. Me parece pertinente decir que a la luz de lo que pasó en el terremoto, es importante retomar la fuerza de lo político que de repente surge: una capacidad de organización, una capacidad de hacer las cosas, de ver hacia otro lado, de pasar de largo al Estado, al gobierno, a las instituciones, para empezar a apropiarse de las cosas. Del 68 no quedó el lado revolucionario, festivo y crítico, el lado de la imaginación. Al contrario, lo que tenemos es una institucionalización de lo que es ser revolucionario: paro, marcha, paro, marcha.
¿Cómo leer el 68 en relación a la memoria que hemos construido de lo que pasó?
El argumento de la memoria desvía un poco. Es una forma de memoria que es reactiva, pero no activa. Yo pensaría en una memoria activa. No se trata de conmemorar, eso no acciona una crítica sobre la memoria. Decía Nietzche que necesitamos una historia para la vida y para la acción. Necesitamos tener cuentas claras, pero, ¿para qué? Lo que necesitamos es garantizar que este tipo de cosas no se repitan. Y no hemos sido capaces de hacer eso. Ayotzinapa es un claro ejemplo. La memoria que conmemora es catártica, pero el punto es cómo hacemos para garantizar que no vuelva a ocurrir algo parecido, porque sigue ocurriendo. De nada me sirve que las cuentas sean claras, lo que hay que hacer es desmantelar una estructura, la sistematización de la violencia que está operando y que no ha dejado de operar. ¿Exigimos justicia por lo que ya pasó? ¿Y por qué no exigimos justicia para lo que viene?
¿Cómo imaginamos entonces la protesta tras el 68?
Creo que no necesariamente se trata de ganar el espacio público. Simbólicamente, puede dejar de significar. Estamos corriendo el peligro que pase con esta institucionalización del “paro, marcha”. No es nada más ocupar el espacio público, simbólicamente tiene que representar algo. Pensar que es inmediato, tampoco es cierto. Si revisamos el 15M, se reconfiguró por completo el espacio público. No es nada más ir y pararte en el Zócalo. Sí hay una falta de sentido y que tenga fuerza política. Tendríamos que preguntarnos para qué. Con todo lo que está pasando en la UNAM, en la primera marcha no hubo oradores. A mí me parece grave que, al final de una marcha, llegues a Rectoría, que es también un espacio simbólico, y no haya ningún discurso. Eso quiere decir muchas cosas. Quiere decir que no había pliego petitorio. Creo que, de tan repetitivo, lo que pareciera que es la toma del espacio público, tal vez ya no se tome de la misma manera.
¿Qué nos dejó entonces el 68?
Tendríamos que hacer un balance de qué tanto hemos cambiado y qué tanto no, si realmente las cosas que ahí se proponían fueron logradas, a nivel de derechos, de seguridad, de justicia. Es bastante preocupante que a 50 años estemos en lo mismo. Es un punto positivo que después de 50 años, se haya tenido el valor de cambiar al gobierno. Después del 68, el pueblo mexicano se convirtió en la imagen del miedo. Pero, si hoy me preguntan qué ha sido un acontecimiento político, diría que el terremoto del año pasado. Demostramos qué pudimos hacer las cosas de otra manera. Tenemos que recuperar esa fuerza que estuvo un movimiento para generar líneas de fuga, tratarnos de otra manera, relacionarnos de otra manera. Construir un país desde otro lado. El 19 de septiembre fue el día del espacio público, pero es terrible que sólo lo tomemos cuando se cae. Eso sí fue tomar el espacio público en el sentido más fuerte de la comunidad y la solidaridad, cosas que ya no teníamos. Creo que habíamos perdido el contacto con los otros. Esta ciudad era inhabitable y parecía que se tenía que volver a caer para que se volviera a poder habitar. La inteligencia que empezó a operar reveló lo que para mí siempre ha sido claro: que las instituciones y el gobierno solo estorban. Toda la gente pensó en dar y la lógica del gobierno fue quitar. En el sismo podemos resumir que el acontecimiento no sólo es político en términos de la protesta, sino también en esta otra forma de reverberación que puede haber entre los cuerpos. Es algo que provoca que habites el espacio público de manera distinta, pero también que puedas sentir la comunidad. Y la comunidad no es algo que está fijo, sino que también acontece. Si recuperamos el impulso, la certeza de lo que podemos hacer, creo que podemos hacer. Y lo vimos: una de las consecuencias de esta comunidad la vimos en el voto. Sí, fue el colmo: se cayó el país y el gobierno actuó de una manera miserable. El pueblo actúo como pueblo. Hubo una responsabilidad del voto que nunca había visto. Yo no soy obradorista, pero sí se buscó cambiar el país. Se pasó de hacer una cosa política vertical, a querer hacer de nuevo habitable lo inhabitable, lo inhóspito.
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