José Agustín: caminatas, fiestas y subversión
La Ciudad de México, entendiéndola como una extensión territorial que abarca tanto al centro como la periferia, fue dura, sinónimo [...]
8 noviembre, 2021
por Christian Mendoza | Instagram: christianmendozaclumsy
Lo único que hace unos días presentó Sandra Cuevas, alcaldesa de la Cuauhtémoc, en la Ciudad de México, fue una animación de una obra propuesta. Sin embargo, la respuesta fue contundente y desaprobatoria: el proyecto no era más que un parque de diversiones que desplazaría, de manera simbólica o real, a la economía del sitio donde se instalará la ambiciosa “atracción”, o bien, era dispendio de recursos que podrían destinarse a otros problemas. A veces se toma con reservas la reacción de los vecinos de alguna colonia, sobre todo cuando los interesados en llevar a cabo ciertos proyectos son funcionarios públicos. Intervenir esta ciudad casi siempre implica enfrentarse a quienes usan las calles, lo cual puede imposibilitar que las cosas se hagan. Pero la propuesta que imagina la alcaldesa en la calle Génova está en un barrio que ni siquiera se nombra con la nomenclatura de la delegación donde se encuentra. Como lo describe José Joaquín Blanco, “con sólo cruzar Insurgentes se ganaban ciertas libertades: la Zona Rosa”. Tal vez la naturaleza de este barrio pueda dar algunas pistas de por qué la oposición a la propuesta de la alcaldesa no es mera rabieta vecinal.
En un texto titulado “Sueño de una tarde en la Zona Rosa”, José Joaquín Blanco hace algunos apuntes de la historia de un lugar que, en su momento, fue una “zona casi roja”. Las primeras tiendas de diseño de moda y mobiliario, las galerías de arte y los happenings callejeros le daban un aire cosmopolita que la volvió una suerte de centro donde estudiantes desempleados discutían las últimas películas de arte y turistas buscaban las mejores artesanías. La Zona Rosa fue el sitio donde José Luis Cuevas le daba primeras planas a las páginas culturales con sus “murales efímeros” y, también, donde José José empezó a cantar como crooner de jazz en restaurantes sofisticados. También, comenzó a considerarse el lugar de ligue para hombres homosexuales, de ahí que a veces fuera una parte de la ciudad que se consideraba como peligrosa y pervertida. Aunque el cronista menciona esto con alguna reticencia. Para el autor, “el prestigio de la Zona Rosa transiguraba a los ligadores, los extendía como pavorreales, los espigaba como garzas desdeñosas, de modo que era más lo que pretendían lucir que ligar. Puras miradas de supuestos guapísimos que se repelían entre sí”. Esta cualidad de ser más una hoguera de las vanidades que un sitio donde los deseos podían saciarse tuvo su culminación en el Bar El 9.
Regentado por el francés Henri Donnadieu, el centro nocturno se hizo famoso primero por su música y después por su libertad sexual. En algunas de las fotografías, se ven a los curadores Olivier Debroise y Guillermo Santamarina, al artista Felipe Ehrenberg y al escritor Luis González de Alba encontrándose en la pista de baile. Pareciera un lugar de refinamiento y desafectos donde, sí, probablemente hombres podían irse a casa con otros hombres pero también donde se podía alardear del cosmopolitismo que cada cliente pudiera tener. José Joaquín Blanco critica este sesgo de clase, pero otros textos establecen la necesaria distancia histórica que nos permite afirmar que la Zona Rosa fue un sitio de vanguardia tanto por sus tiendas como por sus prácticas sexuales y de recreación. Las drogas y la promiscuidad convivían con el coleccionismo de arte y las proyecciones de cine europeo. Hasta que, escribe el cronista, “el ghetto se diversificaría con los años, gracias al metro”. Prosigue: “Su función de refugio y centro de reunión homosexuales, en aquellos tiempos modesta y provinciana, fue recuperada, multiplicada, agigantada por el propio metro”, lo que ocasionaría aquello que la clase media y alta llamaría la “decadencia” de la Zona Rosa.
Si antes era un barrio aislado, el metro hizo que la Zona Rosa se abriera por completo a la ciudad. El espectro de la diferencia sexual se amplió, y no sólo hombres homosexuales pueden ligar en sus bares. También, oficinistas se sumaron al tránsito, al igual que el comercio ambulante, tanto el tradicional como el que es instalado por la población transexual o de trabajadores sexuales para enfrentar sus propias crisis económicas. El barrio nunca fue abandonado, sólo se hizo más grande de lo que era en los sesenta, y aquello que lo volvía representativo para algunas clases sociales ahora queda rebasado por toda una ciudad que también cabe en sus calles. “Sumérgete en la experiencia más ambiciosa e innovadora de toda América Latina”, dice el video con el que se presentó el llamado “túnel audiovisual”. “Transpórtate en una mágica experiencia, única y de vanguardia, que hará despertar todos tus sentidos: 4 mil metros cuadrados de pantallas led de alta tecnología en un espacio altamente calificado por su seguridad y control sanitario”.
Para el sociólogo Richard Senett, los estímulos sensoriales que puede albergar una sociedad no son necesariamente activados por la planeación urbana, mucho menos por los monumentos, ya que por lo general ambos son mediados por el poder. El comercio legal o ilegal y las sexualidades de una ciudad, que van desde el tráfico de especias hasta las zonas de tolerancia para la prostitución, son algunas de las formas en las que una ciudad demuestra que es habitada por cuerpos que circulan, pero que también tienen deseos y rasgos que los definen, muy aparte de las narrativas monumentales. Si bien Senett revisa la vida de las ciudades en el siglo XVIII o en la Antigüedad, esta tesis puede adaptarse a la Zona Rosa. ¿Por qué justamente ahí se necesita un espectáculo de luces y sonido para “despertar los sentidos”? ¿No acaso Zona Rosa es estimulante por sí misma? No se podría asegurar que las intenciones detrás de una gran pantalla que atravesará Génova sean las de borrar aquello que define a la Zona Rosa como un lugar donde, desde la segunda mitad del siglo XX, son estimulados los sentidos constantemente. Puede ser que detrás de este proyecto no haya ninguna agenda particularmente ideológica, mas que la de hacer uso de algún presupuesto millonario. Aún así, las consecuencias serán las del desplazamiento de las economías y los afectos que hoy son acogidos por la Zona Rosa.
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