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Columnas

Post-Congreso No.14

Post-Congreso No.14

18 marzo, 2013
por Alejandro Hernández Gálvez | Twitter: otrootroblog | Instagram: otrootroblog

El antropólogo, los arquitectos, la socióloga y el cineasta

Tras una ceremonia con toda la pompa y circunstancia muy provinciana, incluidas menciones al Señor Presidente, a la grandeza mexicana y la petición del Jefe de Gobierno del Distrito Federal de ponernos de pie, como si el Espíritu Santo fuera a descender sobre nosotros, para declarar el congreso inaugurado, empezó el Congreso Arquine No.14, ¿de qué hablamos cuando hablamos de espacio?

El primero en hablar fue el antropólogo: Manuel Delgado, quien empezó diciendo que hablar del espacio, sin adjetivos, era imposible para luego definirlo como la posibilidad de juntar cosas. Delgado pasó a hablar del espacio público, diciendo que al menos ese título recubre dos realidades: el espacio físico, real, de la banqueta y la calle, la plaza y el parque, y el espacio político, metafísico, de las relaciones sociales. Se basó en el trabajo del francés Henri Lefebvre, quien distinguía entre tres espacios: las prácticas espaciales —o el espacio como lo percibimos—, el espacio de representación —o el espacio como lo vivimos— y la representación del espacio —o el espacio como lo concebimos—. Si los dos primeros son espacios reales, el último es un espacio ideológico. El espacio público del que tanto se habla en los últimos años, dijo Delgado, es de ese último tipo: un espacio ideológico que impone regulaciones, normativas y concepciones al espacio como lo vivimos o como lo percibimos.

“El espacio público es un espacio pensado por las clases medias y sólo para las clases medias”. Es, generalmente, dice Delgado, un espacio exclusivo y excluyente que funciona no “combatiendo a la pobreza sino combatiendo a los pobres” —en el caso de la ciudad de México pensemos, por ejemplo, en la recién renovada Alameda Central: un parque vuelto museo, espectáculo de sí mismo, donde ahora está prohibido no sólo el acceso de vendedores ambulantes, sino también entrar con mascotas, andar en bici o patines y no se cuánto más, algo así como un sillón de vieja tía recubierto en plástico y donde, además, no se puede sentar nadie—. Ese espacio público como ideología, es promovido principalmente por inversionistas y —digámosles así— gentrificadores, entre los cuales la mayor parte de las veces estamos los arquitectos, muchos urbanistas, planificadores y la mayoría de los políticos. Se trata, pues, de “procesos inmobiliarios disfrazados de procesos urbanísticos”, que desplazan y cancelan a estos últimos. Delgado terminó su exposición con los últimos minutos de la película de Dziga Vertov: El hombre de la cámara (1929), donde el espacio público se presenta como un caos auto-organizado y no como el resultado de un orden singular e impuesto por unos cuantos, es decir, como algo que muchas veces no queremos entender como espacio público.

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Tras el antropólogo vinieron los arquitectos, el belga Kersten Geers, y el japonés Yoshiharu Tsukamoto. Los despachos de ambos arquitectos tienen una posición bastante clara sobre el dibujo y sus consecuencias en la manera de proyectar. Geers presentó ocho proyectos subrayando aquellas condiciones que más se relacionaban con el tema del congreso: el espacio. Tsukamoto empezó con un interesante estudio tipológico de la vivienda en Japón con relación al tamaño y el tiempo en que se vuelve obsoleta —30 años— para luego hablar de otros proyectos de manera menos conectada. Tras las presentaciones de Delgado, Sassen y Greenaway, confirmo lo que ya antes pensaba: la mayoría de los arquitectos seguimos atrapados en las pláticas descriptivas, a veces más coherentes que otras, pero con el riesgo de agotarse en esa misma descripción, más en una época en la que prácticamente todo lo que muestre un arquitecto ya ha sido visto. Tal vez habría que obligar a los arquitectos a hablar de cualquier cosa menos sus obras.

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La socióloga Saskia Sassen habló del tipo de espacio que es la ciudad: un sistema complejo e incompleto, abierto por tanto. Por lo mismo, es un sistema de significados inestables. Sassen explicó que hay fuerzas que desurbanizan a la ciudad, algo que habría que pensar con el discurso de Lefebvre, para quien, según Delgado, lo urbano y la ciudad no son necesariamente lo mismo. La densidad —algo, la densidad, que el gobierno actual ha anunciado como uno de sus objetivos— no es lo mismo que la ciudad: hay espacios densos que no son ciudades, que son colecciones de oficinas, viviendas y fábricas, pero que al ser sistemas completos y cerrados, aunque sean complejos, no funcionan como ciudades. Para Sassen hay una forma de estudiar a la ciudad que es anterior al método y que tiene que ver con tácticas analíticas: construir historias y desestabilizar significados estables. Uno de ellos, por ejemplo, la noción de territorio, comúnmente asociado a la idea de soberanía nacional. Sassen explicó cómo el sistema financiero mundial —cuya crisis se anunciaba, dijo, desde el 2006— ha vuelto pura tierra al territorio, sólo con valor comercial o de intercambio. También habló de la tecnología como una forma de desuburbanización: la tecnología hace que la ciudad se vuelva rápidamente obsoleta. En cambio, la ciudad puede actuar sobre la tecnología, hablarle de vuelta —talking back— y hackearla. El tercer tema de Sassen fue la vigilancia, que en el mundo entero ha generado una sospecha generalizada que nos coloca a todos en el papel de sospechosos virtuales a cambio de una supuesta mayor seguridad común.

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Para cerrar, el cineasta: Peter Greenaway. Favorito de los arquitectos en los ochenta por películas como The Belly of an Architect (1987) y The Cook, the Thief, His Wife & Her Lover (1989), Greenaway planteó que el cine lleva 120 años atado al texto, como un complemento del libro —¿qué si no libros ilustrados son, dijo, películas como Harry Potter y El señor de los anillos? El cine, que se enriquece sobre todo de la colaboración con la arquitectura y la danza, según Greenaway, hace algo totalmente antinatural: nos coloca a nosotros, animales diurnos, en una sala oscura, inmóviles, durante dos horas, viendo a un punto fijo en una pantalla rectangular que reduce nuestra visión a lo que enmarca. Greenaway ilustró lo anterior con algunas escenas de su primera película en forma —según él— el contrato del dibujante. Después, Greenaway mostró otras escenas de instalaciones y proyectos visuales en los que, dijo, busca romper la tiranía de la pantalla plana y el espectador fijo, intentando una visión cubista. En un documental en el que David Hockney hablaba de su experiencia con la fotografía e intentaba al final repetirla en video; en un momento Hockney habla de un cineasta —Greenaway, a quien no nombra— que intenta romper con la estructura de la representación en el cine pero, según Hockney, sin lograrlo. En fin, buen día en general, aunque mejor, a mi parecer, desde afuera de la disciplina —el antropólogo, la socióloga y el cineasta— que desde dentro.

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Cinco arquitectos y una arquitecta

El segundo fue tal vez más arquitectónico que el primero. Todos eran arquitectos. Por la mañana la abrieron Michel Rojkind y Roman Delugan. El primero invirtió la pregunta que planteaba el congreso —¿de qué hablamos cuando hablamos de espacio?— para plantear ¿de qué nos habla el espacio? en tres tiempos. Rojkind mezcló ideas sobre cómo entendemos y actuamos en el entorno —atención, selección y adaptación— con la explicación de varios proyectos, desde sus primeros en sociedad con Miquel Adrià e Isaac Broid, hasta recientes como Liverpool Interlomas y la polémica Cineteca Nacional. No pude ver más que 10 minutos de la presentación de Delugan así que poco puedo decir, pero eso poco me pareció demasiado arquitectónico —término que uso aquí en un sentido negativo— y poco interesante.

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Siguió Andrés Jaque, quien devolvió al congreso un tono crítico y social al plantear la diferencia entre el hogar y lo social a partir de programas como los pioneros y Heidi, en los que la casa se piensa como lo opuesto a lo social —como un refugio y retiro del mundo de la publicidad— y la realidad, en la que la casa —a partir de la teoría del actor-red— se concibe como parte de un sistema complejo formado por los objetos, las arquitecturas y las personas, además de las relaciones que entre ellos se establecen. Jaque mostró varios proyectos relacionados con la domesticidad como Ikea disobedients. Para cerrar su presentación planteó cuatro puntos: la reflexividad constructiva: urbanismo construido desde la base —bottom up— que aprovecha la inteligencia generalizada; el privilegio de la disputa constituyente sobre la ficción del final feliz; la idea de desacoplar los componentes del ensamblaje que forman y, finalmente, la arquitectura pensada como un punto de paso obligatorio más que como un objeto o cosa cerrada.

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Alfredo Brillenbourg siguió con la arquitectura como una forma política y ética antes que artística o estética. Brillembourg, quien en la pasada Exposición Internacional de Arquitectura de la Bienal de Venecia, dirigida por David Chipperfield bajo el título Common Ground, ganó el León de Oro con la investigación sobre la Torre David en Caracas, presentó varios proyectos insistiendo en los efectos sociales de los mismos antes que en su forma o su materialidad, las que dijo, finalmente no le importan. Algo sobre lo que habría sin duda que reflexionar, aunque también sobre cierta visión del sur —que no necesariamente es geográfico— y que de algún modo se conecta con la arquitectura para el otro 90% que se presentó en el congreso pasado de Arquine.

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David Chipperfield empezó con una doble disculpa: su arquitectura no trata los mismos temas que el trabajo de Brillembourg y su salud le impidió hacerlo con el mismo entusiasmo. Chipperfield insistió en algo que otros han dicho de otro modo: hoy ya no existe espacio público sino espacio comercial que hace las veces de espacio público. La arquitectura, dijo, ha perdido gran parte de su poder de representar algo ante la sociedad. A partir de dos pinturas del banco de Inglaterra de John Soane, una terminada y otra en construcción, reflexionó sobre la diferencia entre la arquitectura como imagen, como representación de algo, y la arquitectura como espacio.

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Denise Scott Brown cerró con una conferencia larga y preparada especialmente para el congreso: Widening the Idea of Space. Scott Brown presentó una historia de la arquitectura, desde las tiendas y cuevas primitivas hasta Mies van der Rohe y Louis I. Kahn, explicando distintas condiciones y características de los espacios —habría que decir que, en coincidencia con lo que explicó al abrir el congreso Manuel Delgado, y consistente con su interés por un lenguaje preciso, Scott Brown mostró que el espacio sólo se entiende definiéndolo: física y conceptualmente—. El repaso que hizo Denise Scott Brown de la historia no fue, sin embargo, inocente o desinteresado, no era la visión de una historiadora sino la de una arquitecta que, poco a poco, fue mostrando cómo cada tema que trataba se iba relacionando con el trabajo que ha realizado con Robert Venturi, sea de diseño o investigación. Scott Brown habló de un espacio medido a partir del cuerpo, de pies y codos, y sobre todo de pasos, de la matemática como el despliegue y repliegue de una cuerda, que sirve para trazar en el suelo, y advirtió: no hay que pensar que el punto es adimensional: el punto es un nudo. Del punto como encuentro de dos cuerdas al lugar de encuentro como cruce de dos caminos, Scott Brown habló de esa condición —el cruce y el encuentro— como la que más le interesaba en su arquitectura y como algo que habría que entender, como arquitectos, del urbanismo. Después, Scott Brown presentó tanto su trabajo de diseño de varios campus universitarios como las investigaciones de Aprendiendo de Las Vegas y Aprendiendo de Levittown.

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