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¿Por qué es indispensable ordenar la ciudad?

¿Por qué es indispensable ordenar la ciudad?

11 diciembre, 2015
por Juan Palomar Verea

Publicado originalmente en El Informador

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Por elemental higiene. Del cuerpo y del espíritu. Sin la higiene el cuerpo se enferma y el espíritu se corrompe. Y cuando esto sucede, el organismo decae, se acerca a su extinción. Esto pasa con el organismo que es cada individuo, con el organismo que es cada ciudad.

El desorden es un ataque directo a la viabilidad de la vida. Como el cáncer, como las dolencias degenerativas. El desarreglo de los espacios públicos, de esta manera, es mucho más que un asunto administrativo. Es una invitación a continuar la inercia de la confusión, un vital asunto estético, un retroceso cotidiano para la gobernanza que las ciudades –y sus habitantes- requieren como principio esencial de convivencia. Es todo esto y mucho más: el desorden urbano es la siempre creciente derrota de la razón de ser de las urbes.

Por demasiados años se ha tolerado el desorden. Motivos clientelares, falsas ideas de subsistencia, corrupción pura, facilismo de muchos actores, dejadez de las autoridades… y de la propia ciudadanía.

Y no se habla aquí de un solo fenómeno de los que concurren al desorden de la ciudad. Éstos son múltiples. Los “espectaculares” ocupan en esta lista un lugar destacado: proclaman desde lo alto, con toda prepotencia, la imposición del interés mercantil particular sobre el derecho inalienable de la comunidad por contar con un medio ambiente sano. El incontrolado comercio ambulante proclama expresamente que el espacio público es de quien lo arrebate primero, y que la informalidad es una vía “legítima” para lucrar de la ciudad sin devolverle (impuestos) la mínima retribución.

La proliferación de gasolineras y de edificios en altura, determinada por las arbitrariedades del TAE o de la corrupción es, también, un gravísimo cáncer en el tejido urbano: lo descompone y degrada, establece la ley de la selva, cuya inercia amenaza acabar con cualquier convivencia civilizada. Por ejemplo: un edificio que por “arte de magia” pasa de tener seis niveles a tener ocho, representa una agresión permanente a todo un contexto urbano, una afectación directa a los vecinos, un atentado a la capacidad de los servicios públicos, una invitación a que se siga su ejemplo. “¿Si ellos lo pudieron hacer, por qué yo no?”. El “arte de magia” representa, también, obviamente, un ilegítimo aumento del 25% en las ganancias de los insaciables “promotores”. A costillas de la ciudad, a costillas de sus habitantes y de su derecho por tener una ciudad ordenada.

El orden legítimo, lejos de limitar a una comunidad, la hace más libre. El desorden conduce a la permanente conculcación de los derechos de la comunidad, de los derechos de cada habitante. Mediante el orden es posible contar con un ámbito público integrado y racional, dentro del que la colectividad pueda tener una vida más plena.

Es alentador percibir, de parte de las actuales autoridades de la Zona Conurbada de Guadalajara, una serie de iniciativas que buscan recuperar el orden perdido. Pero no se trata simplemente de aplaudir medidas aisladas o específicas: se trata de sentar las bases permanentes para contar con una mejor y más justa ciudad. De buscar el orden no por el orden en sí mismo, sino por la libertad y la plenitud que su correcta aplicación deberán devolver a todo el ámbito metropolitano.

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