11 julio, 2019
por Luca Molinari
En el trabajo de cada autor existen fases iniciales en las cuales se rinde homenaje a los mitos de la propia juventud para encontrar un lugar reconocible en el mundo. El talento se utiliza para procesar imágenes, obras y memorias amadas, y para asegurarse que las propias ideas sean aceptadas dentro del contexto al que se siente pertenecer. También se trata de una fase de ruptura inevitable con el mundo circundante, el que se piensa que se debe transformar a toda costa generando trabajos aparente mente más radicales, fuertemente reconocibles y capaces de reafirmar un punto de vista. Aldo Rossi, en su conmovedor libro Autobiografía científica, habla de su traba jo de juventud y de Arquitectos de la ciudad como de una necesidad de expresar puntos de vista absolutos, justificando una forma de rigidez conceptual por lo que ya se sentía víctima consensual.
Pero se tratan de trabajos e investigaciones fundamentales y fundacionales, laboratorios abiertos en los que medirse, buscar libremente, osar, construir, una red de referencias y de adopción, probar a to mar una posición en un panorama global en donde la ausencia de pensamiento crítico siempre es más presente.
Viendo así, de lejos, en el trabajo de Francisco Pardo se lee con claridad un ca mino que atraviesa condiciones y estados de ánimo, así como podríamos describir la vida de una persona. Los trabajos iniciales, como el edificio de departamentos en la calle Gabriel Mancera, la Estación de Bomberos “Ave Fénix”, el edificio Lisboa, los Foros Azteca y Tecamachalco son una primera, voluminosa familia de objetos mudos y elegantes en los cuales pareciera que se quiere dejar fuera de la puerta el ruido agresivo de la Ciudad de México.
Se tratan de obras que tratan de saldar/ reiniciar la molestia/trastorno del exceso, de los grandes números, del polvo y de las luces cegadoras, con fachadas cortan tes y defensivas, cuerpos de fábrica intro vertidos y monolíticos que se vuelcan hacia sí mismos, y con gran orgullo muestran su pertenencia a una familia internacional bien seleccionada a la que pertenecen Bernard Tschumi, OMA, Wiel Arets, Diener and Diener, Herzog & de Meuron, junto con la memoria de la abstracción concreta de la arquitectura moderna mexicana que es evo cada con extrema elegancia y consciencia.
Las fachadas metálicas y relucientes no guiñan un ojo al mundo exterior, sino que imponen su propia alteridad metropolitana, buscando un diálogo ideal e ilusorio con Rotterdam, Nueva York y Tokio. Juntas, las plantas son extremadamente rigurosas, bien diseñadas y calibradas con una estructura racional que no desdeña los giros inesperados en los que el uso de colores elementales y violentos juega con el uso de la geometría con una impronta gráfica fuer te como en la Estación de Bomberos o el edificio Lisboa 7.
En todas estas obras, la realidad pare ce no existir. Las imágenes nos remiten a un lugar abstracto, global y desarraigado donde estas obras podrían vivir fácilmente. La realidad sucia, inesperada, a veces desagradable pero llena de sorpresas emocionantes, caliente y ruidosa porque está llena de humanidad y oportunidades, política porque requiere una posición visionaria y necesaria para cambiar los escenarios, aquella realidad parece explotar en las manos de Pardo mediante una segunda familia de obras, las de una soledad buscada y capaz de activar otros recursos creativos listos para expresarse.
La serie de obras en el área urbana de la Colonia Juárez expresa un decidido cambio de ritmo, como el descubrimiento de un mundo paralelo que ha provocado visiones e investigaciones inesperadas y significativas. El desafío lanzado por el programa ReUrbano fue complejo y, ante todo, fue un intento de construir una metodología activa y adaptable a situaciones similares en lugar de centrarse en la solución única. Además, el estado de abandono de esta área histórica tras el terremoto de 1985 requirió operar estos cuerpos moribundos de manera innovadora, para que estuvieran abiertos a una contemporaneidad llena de nuevos deseos y necesidades. Francisco Pardo a menudo alude al tema de “prótesis” y las adiciones en las que el cuerpo antiguo y su integración pueden vivir juntos y en autonomía visual, mejorando el diálogo/con traste entre las partes. Esta estrategia pa rece evidente a partir de los proyectos de Havre 69 y 77, donde los injertos se muestran con honestidad y se despliega una forma de atención necesaria con lo existente. El cuerpo moribundo es revivido con elementos extraños y prótesis internas que declaran su contemporaneidad y su clara función, jugando elegantemente entre el material tradicional y los grados de abstracción formal de las nuevas partes.
Los injertos no solo son estructura les y espaciales, sino que también se refieren a las funciones inéditas insertadas y al uso diferente que se hace de un lugar originalmente pensado para la privacidad burguesa. Ahora, nuevos restauran tes, espacios comerciales y hábitos de vivienda flexibles y modulares irrumpen en estas cajas residenciales para devolverles la vida, demostrando que una buena arquitectura es capaz de resistir la función para la cual fue imaginada. Esta prerrogativa se vuelve aún más significativa si nos fijamos en el proyecto de Milán 44, en el que el volumen anterior regresa a un estado de esqueleto y es una máquina flexible capaz de albergar áreas para el consumo y la vida social que fluye a lo largo del espacio y el tiempo. En esta época de pérdida de inocencia definitiva y saludable, Francisco Pardo encuentra en la confrontación con la realidad su potencia y corrupción, la energía necesaria para expresar una proyectualidad más interesante, precisamente porque es necesariamente imperfecta.
Lo demuestra una serie de pequeños trabajos recientes, como los dos parques de Los Héroes y Las Colinas, en el Esta do de México, donde la abstracción, el uso de geometrías y materiales elementales y la fuerza de visión producen espacios abiertos a la vida que los cruzarán, como fue con los cientos de parques infantiles diseñados por Aldo van Eyck en Ámsterdam, desde
1948. Y la pequeña residencia de la familia Guzmán, víctimas del reciente terremoto, para la cual Pardo realiza un objeto inclusivo y resistente, listo para ser habitado y felizmente canibalizado por sus usuarios.
La arquitectura no salvará al mundo, pero ciertamente puede contribuir a que sea placentero, y el trabajo de jóvenes autores como Pardo es uno de esos anticuerpos contra la pérdida de significado y la trivialización de los lugares que necesitamos para imaginar metrópolis a escala humana para las próximas décadas.
Luca Molinari escribe en el libro Francisco Pardo. Imperfecciones