🎄📚Las compras realizadas a partir del 19 de diciembre serán enviadas a despues de la segunda semana de enero de 2025. 🎅📖
¡Felices fiestas!
21 octubre, 2014
por Arquine
por Juan José Kochen | @kochenjj
Berlín se avizora entre grúas y edificios que se superponen. Una de las ciudades europeas que ha sufrido más reconstrucciones, reinvenciones y vuelcos de identidad. Pero la ciudad alemana no esconde sus antiguas fachadas por más lamentables, grotescas o bélicas que hayan sido, al contrario, muestra y exhibe las grietas de su pasado nacionalsocialista. Entre memoriales y museos, la ciudad contagia un ánimo distinto, de permanencia y transformación. De la Isla de los Museos, la reminiscencia de la Bauhaus, los edificios de la ocupación, las reconocidas plazas, las nuevas embajadas, Friedrichstraße, el impresionante Reichstag, la estación de Hauptbahnhof, el Kulturforum o las quirúrgicas intervenciones de David Chipperfield en el Neues Museum o la Neue Nationalgalerie.
En un itinerario ciclista, de noreste a sureste, del efervescente y popular barrio de Mitte (similar a Soho o la Condesa) pasando por la unidad habitación de Le Corbusier para la Exposición Internacional de Construcción “Interbau”, el imponente parque de Tiergarten y la torre de telecomunicaciones de Berlín en Alexanderplatz, se asoma el antiguo aeropuerto de Berlín-Tempelhof. Este gigante de 380 hectáreas convertido en parque urbano es uno de los anclajes históricos más relevantes de la ex capital. Construido entre 1937 y 1941, a sólo 20 minutos en bicicleta de Potsdamer Platz (tierra de nadie que ahora simboliza la reunificación sobre la división del muro), el aeropuerto guarda capas de historias y pasajes.
El arquitecto alemán Ernst Sagebiel diseñó la terminal, con base en principios del Tercer Reich, el símbolo aéreo alemán (Luftwaffe) y reminiscencias de Albert Speer. Todo un búnker militar, el proyecto radial envuelve las pistas con un semicírculo lleno de fosas, túneles, hangares y refugios. Tras la Segunda Guerra Mundial y la división de Berlín, el aeropuerto fue controlado por Estados Unidos de 1945 a 1948, año en que se llevó a cabo el “Puente Aéreo” que operaría 1,400 vuelos diarios para abastecer de alimentos y víveres a Berlín tras el bloqueo de la Unión Soviética. Entre los cincuenta y setenta continuó con operaciones privadas y pequeños vuelos, vio nacer a Lufthansa en 1953 y British Airways y Pan Am fueron dos de las aerolíneas más provechosas hasta su mudanza al actual aeropuerto de Tegel.
Su primera clausura fue en 1975. Luego de un periodo de tráfico aéreo comercial, principalmente con Estados Unidos, y de algunos vuelos domésticos, el 30 de octubre de 2008 despegó el último avión de Tempelhof para dar paso a otro tipo de abastecimiento. Se convocó a un referéndum y los alemanes votaron por cerrar el aeropuerto. En 2009, el gobierno se preguntó qué hacer con 380 hectáreas libres en una de las zonas más céntricas y con mayor plusvalía de la ciudad. ¿Qué hacer con este vacío de brutal extensión? Más grande que el Central Park y poco menos de la mitad del terreno que ocupa el actual Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México.
La decisión fue dejar el vacío. Ese mismo año se anunció que el aeropuerto abriría como parque en 2010 con una inversión de 60 millones de euros y que se concluiría en su totalidad en 2017. El equipamiento y las terminales aéreas serían parte de un plan maestro a cargo de la oficina escocesa GROSS.MAX + Sutherland Hussey Architects –luego de un concurso en el que participaron 78 firmas– para reactivar los espacios en desuso, integrando los distritos de Friedrichshain-Kreuzberg, Neukölln y Tempelhof-Schöneberg dejando un gran espacio central, abierto y verde. La gente va, ocupa el espacio, y el espacio invita a ser ocupado. En pleno desarrollo, aunque el estado actual es espectacular. Las pistas están llenas de ciclistas, corredores, patinadores y deportistas que incluso alzan el vuelo. Seccionado por áreas para hacer comer, acampar o simplemente salirse de la ciudad, se trata de uno de los proyectos urbanos mejor logrados por su extensión y capacidad de transformación. Se bautizó como “Tempelhofer Feld”, como “un espacio abierto para la ciudad del futuro”. Los alemanes lo describen como un símbolo de libertad, una puerta al mundo y ahora, como el mejor parque urbano de la ciudad. Un buen desenlace para la restauración de un aeropuerto en etapa terminal.