Historias de inclusión y exclusión: ningún espacio es autónomo. Conversación con Diane Davis
Lo que identificamos como público es un artefacto, una consecuencia de cómo pensamos a quién pertenece, a dónde y quién [...]
15 abril, 2021
por Francisco Brown | Twitter: pancho_brown | Instagram: pancho_brown
Sara Zewde estudió una maestría en arquitectura del paisaje en la Escuela de diseño de la Universidad de Harvard, y una maestría en planeación urbana en el MIT. Estudió sociología y estadística en la Universidad de Boston. En paralelo a su práctica, escribe y dicta conferencias y ha participado en exhibiciones de su trabajo. En esta conversación trata sobre la relación de la arquitectura y el paisaje con el colonialismo, especialmente tras el descubrimiento y la conquista de América, y otras formas de opresión, así como de las ideas de reparación y de pertenencnia, pensadas desde esas disciplinas.
Francisco Brown: Tu trabajo conecta narrativas históricas y físicas en lo que tú misma describes como un sentido de pertenencia. En ese sentido, ¿qué piensas que debe ser distinto en una práctica que toma toma en consideración esas ideas?
Sara Zewde: Es una pregunta interesante en este momento, pues he estado reflexionando sobre el hecho de que, en relación a los 10 o 15 mil años en los que se ha ocupado el territorio que llamamos América, sólo ha sido recientemente que llegaron los europeos y remplazaron a los pueblos originarios y trajeron africanos, dándole otra forma al paisaje de manera significativa. Y una herramienta para hacer eso fue la arquitectura. Se trató de un proyecto global desde entonces. Y, como ha planteado Fernando Luiz Lara, el nacimiento de la arquitectura como una profesión separada coincide con esa historia; de hecho, no es una coincidencia: es el resultado de ese proceso. Nuestras herramientas, nuestra educación, nuestro entrenamiento están en buena parte incrustados en esa reconfiguración de mundos. Y aquí estamos, en 2021, tratando de pensar en esto.
Junio de 2020 —con el movimiento Black Lives Matter— fue un momento importante en los Estados Unidos para la pedagogía de la arquitectura. Para muchas personas descendientes de estos pueblos oprimidos por el sistema, junio del 2020 fue sólo otro momento en el tiempo: hemos lidiado con esto desde hace mucho. Pero es un momento interesante para tener estas conversaciones de manera más amplia en la industria de la arquitectura. Antes, quienes se ocupaban de estos temas estaban solos; ahora, finalmente, parece que la disciplina entera se suma a la conversación. Yo veo cómo mis colegas tienen dificultades al tener que cuestionar aquello que ha jugado un papel central en lo que es nuestra disciplina, y la manera en la que hacemos lo que hacemos. Está el lado académico y también el lado práctico. En la práctica es difícil hablar de pertenencia cuando eres sujeto de opresión por parte de estos sistemas. Sentir que el mundo a tu rededor fue hecho para ti y para prosperar en él —desde una perspectiva de bienestar, de identidad cultural—, está implícito en la manera cómo te ves en el mundo, en cómo te mueves dentro de él. Si queremos cambiar eso para la gente tenemos que reconsiderar y expandir nuestros métodos.
FB: Me interesa eso que mencionas: el cambio en la currícula tras las protestas por el asesinato de más de dos docenas de afroamericanos en el verano, ¿crees que esa es una manera de decolonizar —para usar esta palabra— estructuras basadas en patrones claros para el statu quo de un poder sistémico que mantiene oprimida a gente racializada y proteger a otros grupos?
SZ: Creo que este cambio tiene que empezar en la academia, de hecho, pues en la práctica están muy limitados por los modelos de cómo se financia el trabajo, la manera en la que los clientes encargan el trabajo. El laboratorio para poner a prueba lo que es posible en este contexto es la academia. Hay un efecto de goteo que veremos en la manera como se visualizan los proyectos, como se escriben las convocatorias, etc. La academia debe liderar esos cambios.
Mapa del “Reino del algodón” marcando el recorrido de Frederick Law Olmsted.
FB: Hace poco lideraste un seminario sobre el viaje a los estados del sur que hizo Frederick Law Olmsted —quien diseñó, entre otros, Central Park— en 1852. Me pareció una idea fascinante investigar cómo el padre de la arquitectura de paisaje en los Estados Unidos se acercó a una situación que, obviamente, es muy distinta, pero cuyas similitudes con la actualidad pueden ser aún más decepcionantes.
SZ: Ha resultado ser muy inspirador. La mayoría de los personajes históricos pueden ser incómodos entre más investigas acerca de ellos. Con este personaje que la arquitectura del paisaje celebra tanto, al historiar su legado y la fundación de la profesión, lo que me parece más fascinante es lo que afirmo que es la historia original de la profesión. Para la mayor parte de los historiadores, Olmsted era un periodista que después se interesó en el paisaje. El punto de mi investigación es que lo segundo fue impulsado por lo que vio como periodista en el sur. Empecé a interesarme por este tema desde que era estudiante y alguien mencionó ese viaje al sur de Olmsted. Busqué y no encontré demasiada información. Durante cuatro meses seguí sus pasos por el sur, visité todos los lugares sobre los que escribió. Mucho de lo que describió ya no está ahí físicamente, pero las condiciones sociales y económicas que describió hace 165 años parece que no han cambiado. Las herramientas usadas para rehacer las condiciones físicas son la arquitectura y la arquitectura del paisaje. Así que la misma profesión en la que tanto creyó se convirtió, de hecho, en el arma para no contar las historias que él contó.
En el seminario había 20 estudiantes y elegí 10 de los sitios a los que fue Olmsted. El corazón del curso fue entender los escritos de Olmsted sobre el sur como una propuesta metodológica de diseño. ¿Cómo esto tendría lugar en esos sitios? La mayor conclusión fue que lo que hace en sus escritos es alternar entre las condiciones sociales, económicas y ecológicas amplias, y el sitio, hablando de topografía, la tierra, el drenaje. Ser capaz de leer múltiples escalas del sitio y luego proyectar en el mismo está al centro de su escritura para analizar esos lugares, y nos ofrece una propuesta sobre los métodos para trabajar en la intersección de grandes problemas y sitios específicos.
FB: En tu práctica hay una insistencia en combinar nuevas maneras de investigar y nuevos métodos de representación, ¿qué tan importante es esto en relación a lo que estamos hablando?
SZ: Pienso casi que cada proyecto tiene su propio método y que hay ciertas maneras de hacer cosas. Nuestro trabajo es desplegar esas maneras, ese conjunto de herramientas. El método para hacer un proyecto es buena parte del diseño del proyecto. Cada proyecto debe tener su propio método. Pensando en las tipologías y los precedentes, éstos son parte del tipo de historias de las que hemos hablado. Muchas veces hay una hegemonía callada en esas formas de pensar por defecto sobre las cosas.
Estoy trabajando en un proyecto en Río de Janeiro, en un sitio donde encontraron las ruinas del más infame puerto para el comercio de personas esclavizadas en América: el muelle de Valongo. El 22% de todas las personas traídas de África a América pasaron por Río, muchas de ellas por el muelle de Valongo. Encontraron el muelle perfectamente preservado mientras hacían trabajos antes de los Juegos Olímpicos. El gobierno de la ciudad no tenía ningún plan para el hallazgo, y grupos de activistas trabajaron para que no se volviera a cubrir el sitio. El alcalde pensaba en hacer algo que “represente la experiencia negra en Brasil”. Pero, ¿qué quiere decir eso? Un memorial por sí se deriva de las nociones clásicas de monumentalidad, y sobre una demostración de poder y culpa, y se impone a las experiencias cotidianas en la ciudad. Se construye a partir de la idea de un acontecimiento, de un héroe o de una tragedia. Así que un memorial sobre la esclavitud con formas arquitectónicas no tiene sentido, porque la esclavitud no fue un acontecimiento, sino que operó en el mundo durante cientos de años y sus efectos llegan hasta hoy. En la cosmología afrobrasileña el tiempo es circular, y hablar del pasado no es mostrar una representación de una condición pasada. Se trata también del presente y del futuro. El diseño trabajó espacios públicos que afectan de hecho a los descendientes de esta historia, usando las plantas que trajeron de África en los mismos barcos que transportaban a las personas esclavizadas y otras referencias arquitectónicas. Por ejemplo, los afrobrasileños pensaban que en las raíces de los ficus, árboles que se encuentran en ambos continentes —cuyas costas se tocaban hace millones de años—, se reunían los ancestros, y marcaban ese sitio con tela o muros blancos. Trabajamos a partir de esa idea en vez de proponer un pedestal o un muro con nombres, y esto nos permite pensar en otras formas de espacios para la memoria.
Volvemos al cambio radical que ocurrió hace 500 años, con el descubrimiento y la colonización de América. Creo en la capacidad de los diseñadores para tratar temas relacionados al colonialismo y la opresión del racismo, de manera que nos permita operar en distintos contextos culturales. Operamos en un sistema global. Podemos utilizar ciertas herramientas para identificar las complejidades y las sutilezas mediante las cuales ese sistema llega a tocar el suelo. Lo emocionante es poder utilizar esas herramientas para elevar otras narrativas y a otros pueblos.
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