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Columnas

Otto y Graves

Otto y Graves

14 marzo, 2015
por Alejandro Hernández Gálvez | Twitter: otrootroblog | Instagram: otrootroblog

ottograves

Otto y Graves podría ser el nombre de una pareja de magos. Una pareja dispareja, seguramente, como Penn y Teller, tal vez.

Frei Otto nació en Alemania en 1925 y estudió arquitectura en Berlín. Fue piloto de combate durante la Segunda Guerra. Michael Graves nació nueve años después en Indianapolis. Su posgrado en arquitectura lo obtuvo en Harvard en 1959. Los dos murieron con tres días de diferencia. Otto el lunes 9 de marzo —el día que nació Luis Barragán— y Graves el 12. A Otto, el jurado del Pritzker —el reconocimiento de arquitectura más prestigioso en nuestra época— lo había elegido para el premio de este año. El anuncio oficial se adelantó y se hizo público al día siguiente de su muerte.

A Graves nunca le dieron el Pritzker. Su arquitectura a muchos les habrá parecido demasiado poco seria para dicho premio. Pero el Pritzker fue a parar a manos de Hollein, Rossi, Stirling o Venturi, quienes también tuvieron su momento posmo, aunque ninguno de ellos llegó a rematar un edificio usando a los enanos de Blanca Nieves a guisa de atlantes.

Graves y su arquitectura no tenían el respaldo teórico de Rossi, con su visión de la ciudad y su entendimiento de la memoria, o de Venturi con su ironía, ni del primer y psicodélico Hollein. Como Stirling, empezó interesándose por las ideas de Le Corbusier. Sus primeras casas —como las de los otros cuatro de los New York Five: Eisenmann, Gwathmey, Meier y Hejduk— despliegan variaciones formales a los cinco principios de la arquitectura propuestos por el suizo. Pero su gran golpe arquitectónico inicial seguramente fue el edificio de las oficinas municipales de Portland, construido en 1982 y calificado como “el primer edificio posmoderno de los Estados Unidos” —lo que implica ignorar la obra de arquitectos como Edward Durrell Stone o incluso, de creerle a Charles Jenks o Vincent Scully, al mismísimo Louis Kahn. El año pasado el ayuntamiento de Portland se debatía entre si remodelar el edificio o tirarlo y construir uno nuevo.

En Alemán Frei —aclara la nota biográfica del premio Pritzker— quiere decir libre. Grave, en cambio, es en inglés tumba y también grave, pesado. Y aunque, tras el edificio en Portland, la arquitectura de Graves quería ser juguetona y agradar al gusto popular, realmente era pesada: bloques densos que ni con sus superficies coloridas se aligeran. La arquitectura de Otto, en cambio, no se construye desde el suelo: se teje en el aire. Si de la gravitas latina la arquitectura de Graves se queda sólo con la pesadez olvidando la severidad y la mesura, la arquitectura de Otto no sólo desafía la gravedad, en el sentido físico, sino que parece ignorarla. A la pregunta de Buckminster Fuller —¿cuánto pesa su edificio?— Otto pudo haber respondido casi nada, venciendo sin duda a Lord Foster —quien dijo que Otto nos enseñó que la arquitectura no debe ser aplastada por el peso de su propia tradición.

La arquitectura de Frei Otto reivindica y confirma las ideas que en el siglo XIX teorizó el alemán Gottfried Semper aunque, al mismo tiempo, las contradice. Bruno Queysanne explica que, para Smeper, “la arquitectura no comienza con la construcción de una estructura que habrá, en un segundo tiempo, que rellenar, cubrir los vacíos entre los elemento que componen el sistema de vigas y de postes portantes.”  Para Semper el origen de la arquitectura es textil y no constructivo: “el primer gesto arquitectural —continúa Queysanne— es aquel que consiste en delimitar el espacio alrededor de un hogar desplegando un tendido que lo cierra, protegiéndolo y dándole forma al espacio donde reunirse. El problema técnico de sostener en pie tal tendido es secundario.” Siguiendo en esto a Semper, Adolf Loos decía que, teniendo un arquitecto la misión de hacer un espacio cálido y habitable, podía conformarlo con textiles, con alfombras. “Pero con alfombras no puede construirse una casa: tanto la alfombra como el tapiz requieren un armazón constructivo que los mantenga siempre en la posición adecuada. Concebir este armazón es la segunda misión del arquitecto.” Se teje, se envuelve el espacio, pues, y luego se estructura. De ahí vendrá también la división entre la piel y los huesos del tercero en esta genealogía: Mies van der Rohe.

Pero Otto no envolvía y luego estructuraba, sino que buscó la manera de hacer que la estructura fuera la tela y viceversa. Si la arquitectura de Graves, grave, fue toda de muros vueltos imagen, anuncio o ícono, la de Otto, libre, fue toda envoltura vuelta estructura: tiendas y tendidos y, en buena parte, temporal, efímera.

En el comunicado de prensa del Pritzker se lee que, “en contraste con la pesada arquitectura de columnas, piedra y mampostería preferida por los Nazis de la Alemania en la que creció, la obra ligera, abierta a la naturaleza y a la luz de Otto es no-jerárquica, democrática, eficiente energéticamente y de bajo costo.” Pero el contraste no se da sólo con aquella arquitectura sino también con otra, más actual: el expresionismo geométrico y espectacular del capitalismo tardío. Tomemos por ejemplo a Gehry —quien dijo que Otto encontró lógica en la complejidad y cambió nuestra manera de entender la relación entre edificio y estructura. Donde la arquitectura de éste se retuerce queriendo parecer interesante, la de Otto se despliega sin esfuerzo.

Graves y Otto: dos arquitectos notables, cada uno por distintas razones y motivos, muertos esta semana y que nos hacen pensar, de nuevo, la gravedad y la ligereza de la arquitectura.

 

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