Ana Elvira Vélez: reparar desde la vivienda colectiva
La arquitecta colombiana Ana Elvira Vélez lo tiene claro: si es posible empezar a mitigar las crisis de vivienda y [...]
22 marzo, 2024
por Olmo Balam
Esto sucedió un domingo de camino a la Torre del Reloj, que está en el costado poniente del Parque Lincoln (Polanco, Ciudad de México): primero, la salida del metro Auditorio convertida en estacionamiento de bicicletas | avenida Reforma cerrada para que más ciclistas y gente sobre ruedas pueda circular por esa vialidad | la voz de una candidata presidencial ocupando el Auditorio Nacional por medio de las bocinas de sus simpatizantes y organizadores de campaña | un pepenador que carga con una enorme bolsa negra frente a una casa porfiriana | un estanque convertido en pista de carreras para barcos en miniatura | un guitarrista sentado en una jardinera que canta canciones de José José y de cuyo instrumento, en el mástil, cuelgan unos títeres de cuerda | durante todo el camino, gente que trae paraguas para afrontar el sol de febrero, como si fuera esto una primavera adelantada |
Esta colección de fragmentos, ninguno cronológico (aunque la palabra escrita dé esa sensación), algunos de ellos atravesados por la memoria de un buen día de fin de semana (que quizá coloca sobre ellos un filtro demasiado luminoso), se inspiró en [otras] maneras de ocupar el espacio público, proyecto que Ximena Ocampo ha desarrollado, tanto de manera individual como con el apoyo del equipo de dérive lab (Francisco Paillie, Jesús Ocampo, Jesús Méndez, Sofía Ávila, Woroud Ahdali, Angelica García y Sophie Zurhaar; así como Wendy Sánchez y Karla Velarde), despacho arquitectónico queretano con una práctica, sobre todo, investigativa y teórica sobre el urbanismo.
[otras] maneras ha cosechado varias exhibiciones en recintos como el Museo de San Ildefonso (Ciudad de México), la XII Bienal Iberoamericana de Arquitectura y Urbanismo (Ciudad de México) y Pabellón, en la Universidad de los Andes (Bogotá). En su paso por la galería de la Torre del Reloj, entre febrero y marzo de 2024, esta muestra itinerante y adaptable era, a primera vista, un conjunto pequeño de fotos, renders, fichas y escritos teóricos. Quepa mencionar que la propia torre, haciendo causa con el espíritu de este ejercicio, fue en su momento un palomar y ahora es un centro cultural en ciernes que busca la participación de los visitantes y, quizá, quienes habitan esta zona de Polanco.
No es, sin embargo, una exposición de artes plásticas, sino el resultado de un estudio de alcance nacional que recogió datos e imágenes de cientos de personas en el proceso de adaptar y adaptarse al espacio público: ya fuera habitándolo de maneras peculiares, utilizando equipamientos de maneras innovadoras o transgrediendo las ideas y fronteras entre el espacio público y el privado (la tensión fundamental de la ciudad contemporánea). Entre las ciudades que sirven de escenario y entorno para estas prácticas se encuentran Mérida (Yucatán); Monterrey (Nuevo León); Ciudad de México; Tulum y Playa del Carmen(Quintana Roo); Villahermosa (Tabasco); Ciudad Valles (San Luis Potosí); Cosamaloapan, Minatitlán y Orizaba (Veracruz); o Ciudad Juárez (Chihuahua). Una segunda parte, todavía por embarnecer, era la que correspondía al viaje de Ocampo por Hong Kong, viaje que reveló, mediante el método del proyecto, menos una clase de exotismo que la adaptabilidad y resiliencia humanas incluso en una urbe tecnocapitalista. Recorridas en 2020, la muestra fotográfica es también un testimonio dela pandemia: multitudes con cubrebocas y nuevos vínculos con un espacio abierto convertido, como nunca, en zona de hostilidades.
Ocampo generó unas categorías maestras —tipo de ocupación, atributos físicos (de los habitantes), espacio, temporalidad, objetos, actividad, ubicación geográfica, permanencia, agente— para dar cuenta de la diversidad de prácticas en la vida pública, el entorno construido y el uso de objetos cotidianos. Además de casi mil fotos, hay adaptaciones de algunas de esas postales en dibujos (hechos en AutoCAD) que muestran personas que —como dice el título de la muestra— ocupan el espacio de distintas maneras: un hombre que carga una torre de madera en la que están los pájaros que vende | otra torre, de algodón de azúcar, de un vendedor ambulante | gente que baila zumba bajo un edificio declarado indeseable (el museo elevado de Villahermosa) | cimbras en las que han tomado lugar los bártulos de pintores | bancas de parque convertidas en tableros para juegos de mesa | un señor que lee entre las columnas de un enorme monumento en Tulum |
Como se decía más arriba, [otras] maneras de ocupar el espacio público no es de manera estricta una muestra fotográfica (centrada en cualidades estéticas o en busca de crear o subvertir un lenguaje), sino un ejercicio perceptivo que busca descentrar la mirada. La pieza central, tanto literal como proyectualmente, es un fichero que organiza cada uno de estos encuentros y que, para fortuna de quienes quedamos prendidos de este procedimiento documental, puede encontrarse en su versión íntegra en el sitio web de la exposición como un archivo digital. El repositorio es colaborativo, por lo que es posible contribuir a su crecimiento por medio de la misma página, que además tiene su propio feed de instagram.
En conservación con la expositora, y su compañero de despacho, Francisco Paillié, pude enterarme de que la reacción del público ha sido variada. Entre académicos y profesionales del urbanismo y la arquitectura, ha habido quienes consideran que este tipo de ocupaciones inesperadas (que incluyen desde gente que duerme hasta que vende cosas aprovechando las características de equipamientos que van de aceras, escaleras, bardas, gradas) puede llegar a ser irrespetuosa.
En ese sentido, la premisa perceptual es de gran importancia: el acercamiento a los edificios nunca es celebratorio, estos aparecen siempre en escorzos o por partes; lo que está en el centro son quienes los habitan (que incluyen seres humanos y no humanos, como un perro que sólo está observando a la gente por la calle), algunos recurrentes, otros incidentales, muchos de ellos incluso subversivos en su manera de interpretar el espacio.
Los dibujos que aíslan cada una de esas acciones revelan, por una lado, la condición extravagante de toda actividad pública: no hay humanitos derechitos, uniformes o de un solo fenotipo como los quisieran los renders, sino una gran diversidad humana que incluye posiciones extrañas, vestimentas que no se esperaban para tal lugar, herramientas y, por supuesto, añadidos que terminan por convertir el espacio público en un lugar aleatorio, pero con un orden inescrutable para la domesticación del ser urbano, y sus permanentes negociaciones formales e informales entre lo público y lo privado.
Enumeradas así, como lo hacía al principio, pensar en la infinitud de acciones y personas parece acercarse a la simultaneidad, y a la posibilidad de quitarse el impulso de domesticar la experiencia urbana. Domesticar entendido aquí como volver a meter en la casa, al encierro, lo que todo el tiempo está mutando. Sin embargo, la ilusión de que es posible captar todo en todas partes al mismo tiempo pronto se desvanece: la mirada tiende a acostumbrarse de nuevo a la rigidez y a la predictibilidad, esa otra gran ilusión. Pero, mediante un simple ejercicio queda el sentir de que uno vio, en lo cotidiano, lo extraordinario.
La más reciente iteración de [otras] maneras de ocupar el espacio público se exhibió en las plantas baja y alta de la Galería Torre del Reloj (entre el 8 de febrero y 3 de marzo), en cooperación con la alcaldía de Miguel Hidalgo.
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