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Columnas

Ordenanza y buen gobierno: Ángel Rama, Vasco de Quiroga y la utopía de la ciudad

Ordenanza y buen gobierno: Ángel Rama, Vasco de Quiroga y la utopía de la ciudad

6 noviembre, 2018
por Alfonso Fierro

En el primer capítulo de su clásico La ciudad letrada (1984), el crítico uruguayo Ángel Rama postulaba que existía una relación muy estrecha, demasiado estrecha, entre la utopía como producto epistemológico de la racionalidad moderna y la empresa colonial de occidente en el continente americano. Para él, esta relación pasaba por la ciudad. Más específicamente, pasaba por el hecho de que la ciudad colonial había sido planeada y diseñada como una utopía en el terreno de los signos –en esquemas, planos, diagramas, tratados– antes de ser construida e impuesta sobre la realidad del territorio conquistado. En este proceso, el diseño de la ciudad colonial, el esquema cuadrangular del damero, representaba el modelo de un orden y una jerarquía social que buscaba materializarse sobre la realidad misma, es decir, sobre la población recién sometida o en proceso de someterse: “en vez de representar la cosa ya existente mediante signos, éstos se encargan de representar el sueño de la cosa, tan ardientemente deseada en esta época de utopías […]. El sueño de un orden servía para perpetuar el poder y para conservar la estructura socio-económica y cultural que ese poder garantizaba” (44).

Pero ¿a qué se refería Rama exactamente? Creo que su punto incluye pero también rebasa la noción de que América se le presentó a los europeos como un territorio hasta cierto punto “vacío”, es decir, como un espacio sobre el cual podían empezar de nuevo, de cero, planeando las ciudades con una racionalidad que estaba ausente en las urbes medievales que habían crecido de manera orgánica. A mi entender, el punto principal de Rama es que el discurso urbano en general y los planos o diseños utópicos para la urbe colonial en concreto fueron fundamentales en el proceso de reflexionar sobre la empresa colonial misma: en cómo mejorarla, cómo perfeccionarla, cómo corregirla, qué ajustes hacerle… Imaginar una ciudad perfectamente organizada, una ciudad utópica, era un vehículo para reflexionar y proyectar cuál sería la mejor forma de gobernar y administrar tanto el nuevo territorio como a su población. En este proceso, la forma de la ciudad tal como fue diseñada en los planos y luego construida se convirtió en el modelo utilizado para producir el espacio colonial. En otras palabras, la ciudad fue la forma idónea para extenderse en el territorio, para establecer una estructura administrativa coherente, para organizar circuitos comerciales y económicos, para ordenar a la población y para imponerles una cultura.

Aunque Rama no lo menciona, el caso de Vasco de Quiroga en México es interesante para revisitar la propuesta del crítico uruguayo. Enviado a la Nueva España como oidor de la Real Audiencia, Vasco de Quiroga quedó impactado con lo que él llamaba la “codicia” de los españoles, es decir, con el grado de explotación y violencia con el que los primeros encomendados trataban a los indígenas, obligándolos a trabajar y morir en las minas. Frente a la avalancha de la acumulación y expansión capitalista provocada por el “descubrimiento” de América, el modelo utópico de Vasco en sus hospitales en Michoacán y en lo que hoy es Santa Fe en la Ciudad de México parecería un intento de regresar a algo anterior, de dar marcha atrás a esa fuerza irreversible de la historia moderna de la estaba siendo testigo. Sus hospitales, basados en cierta medida en la Utopía de Tomás Moro, proponían un modelo de autosustento económico donde el comercio estaba prohibido, así como una disciplina y una moral que claramente provenían de la vida monacal y de la organización comunitaria del monasterio. Por poner un par ejemplos tomado de sus Ordenanzas, los habitantes tenían sólo dos ropas, ambas blancas, una para el trabajo diario y otra para los días de fiesta. Toda producción agrícola estaba destinada primero y antes que nada para el sustento de los habitantes del hospital. Si sobraba, debía guardarse por si al año siguiente había mala cosecha. Sólo en el caso de que al año siguiente se asegurara buena cosecha podía venderse el grano sobrante de la cosecha anterior. Moro creía haber detectado que el gran problema humano era el dinero, por eso en su Utopía había optado por desaparecerlo. En el modelo del hospital, Vasco parecía haber intentado desaparecer, además del ostento, todo rastro del proceso de sometimiento, extracción y mercantilización que caracterizó la primera etapa del proyecto colonial en América.

Pero creo que hay otro Vasco de Quiroga que tal vez arroje una luz diferente sobre su modelo utópico o por lo menos sobre la ambigüedad de muchos de estos personajes involucrados en las primeras etapas de la colonización. Este Vasco de Quiroga, el de Información en derecho, me parece ya muy moderno pues ahí argumenta que el gran problema no era ni la explotación de los indígenas en tanto acto inhumano ni mucho menos los fracasos de la evangelización en tanto problema de fe, sino sobre todo el hecho de que ese modelo de sometimiento colonial no estaba funcionando, que no era eficiente: los indígenas, dice, o se están muriendo en las minas, o se están escapando a las sierras o se enfrentan a los españoles y mueren en el proceso. Sin fuerza de trabajo, el modelo está condenado a fracasar. ¿Qué es lo que había que hacer entonces? Primero, “cazarlos” no por la fuerza sino vía el anzuelo de la religión: “Yo creo que aquesta gente de toda esta tierra y Nuevo Mundo […] naturalmente más convendría que se atrajesen y cazasen con cebo de buena y cristiana conversación, que no que se espantasen con temores de guerra ni espanto della, porque de no se fiar de nosotros […] les viene huir y alzarse a los montes para evitar los daños” (82-3). En segundo lugar, y en esto se aproxima mucho a lo que Foucault llamaba gubermentalidad, para gobernar bien a esta población había que concentrarla, ordenarla y vigilarla, algo que para Vasco sólo era posible a través del modelo urbano: “Porque tengo muy cierto para mí, que sin este recogimiento de ciudades grandes que estén ordenadas y cumplidas de todo lo necesario, en buena y católica policía, ninguna buena conversión general […] ni conservación ni buen tratamiento ni ejecución de las ordenanzas ni de justicia en esta tierra ni entre estos naturales se puede esperar ni haber” (103-4).

Siguiendo a Rama, vemos en estos pequeños pasajes de Vasco cómo la reflexión en torno a la posibilidad de concebir y construir una ciudad tanto arquitectónica como socialmente ordenada, supervisada por esa “buena y católica policía” (en el sentido amplio del término), se convierte en el modelo para pensar una colonización eficiente y productiva. Por eso para Rama hablar de utopía desde Latinoamérica implica antes que nada pensar en la relación entre los modelos utópicos y el poder colonial, en la forma como la utopía fue una forma de pensar, ajustar y perfeccionar el ejercicio del poder. Y, por lo mismo, Rama no se detiene ahí. Para él, este era de hecho sólo el inicio de un larguísimo “sueño de orden” urbano concebido por una clase letrada que tenía control de la palabra escrita (o gráfica), sueño que continuaba tras las independencias y desembocaba en las utopías urbanas de la modernidad. A decir verdad, su libro comienza precisamente con esta aseveración:

Desde la remodelación de Tenochtitlán, luego de su destrucción por Hernán Cortés en 1521, hasta la inauguración en 1960 del más fabuloso sueño de urbe de que han sido capaces los americanos, la Brasilia de Lucio Costa y Oscar Niemeyer, la ciudad latinoamericana ha venido siendo básicamente un parto de la inteligencia, pues quedo inscripta en un ciclo de la cultura universal en que la ciudad pasó a ser el sueño de un orden y encontró en las tierras del Nuevo Continente el único sitio para encarnar. (31)

Si bien habría que tener cuidado de no colapsar de golpe momentos y productos culturales históricamente disímiles, como por momentos Rama parece hacer en este libro, su pensamiento sigue ofreciendo una puerta de entrada provocadora para pensar en toda su complejidad distintos modelos utópicos urbanos en Latinoamérica. En particular, para pensar en aquellos modelos pensados desde una racionalidad ilustrada y moderna, modelos que iban en busca de la construcción un orden arquitectónico que fungiera como la infraestructura necesaria para el surgimiento de un determinado orden social. En el caso de México, para no ir más lejos, el discurso entero de Mario Pani en contra de lo que él llamaba “zonas de tugurios” y la respuesta ofrecida por un urbanismo utópico que, entre otras cosas, pasaba por el ordenamiento racional del espacio y la distribución organizada de los cuerpos ciertamente podrían revisarse desde aquí.

 

 

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