Este año los arquitectos sevillanos Cruz y Ortiz finalizaron tras de 10 años de obras y con un enorme éxito de crítica y público -el museo es también resultado del diálogo con grupos ciudadanos como los ciclistas- el mítico Rijksmuseum de Ámsterdam, un edificio que ha sido galardonado además con el Premio Internacional de Arquitectura Española convocado por el CSCAE y el Abe Bonemma Award. El museo, que durante años ha sido la sede de las pinturas más destacadas de la historia holandesa, con artistas como Rembrandt o Vermeer, ha sufrido una completa remodelación que no sólo buscaba tratar y “cuidar” un edificio de más de un siglo de existencia, sino adaptar sus espacios a las nuevas necesidades que precisa un museo con sus características en el nuevo milenio. Como parte del programa arquitectónico, se planteó una mejor exposición de la colección que se adecuara a los nuevos requisitos y mejoras técnicas como la renovación de accesos; la ejecución de nuevas instalaciones como en los casos de la cafetería y tienda; la creación de amplios espacios de almacenaje; la modificación-reordenación de las circulaciones o la introducción de elementos de climatización y seguridad para una mejor y más eficiente preservación de las piezas de arte. Algo que, según el propio museo, “están completamente en línea con las necesidades actuales”.
El edificio proyectado por el arquitecto Pierre Cuypers e inaugurado 1885, requería de una importante renovación para lograr tales objetivos. Sobre esta base, los arquitectos sevillanos Antonio Cruz (1947) y Antonio Ortiz (1948) | Cruz y Ortiz arquitectos –ganadores del concurso en 2001– tuvieron el reto de “despojar a la construcción de sus adiciones posteriores y asegurarse de que vuelve a ser un todo coherente, restaurando la clara disposición de Cuypers”. Renovaron la imagen y espacios de un edificio “oscuro, laberíntico, desfigurado y confuso” a través de un proceso de vaciado y excavación bajo el nivel del mar con el fin de ganar mayor espacio y altura. Intervención que por las propias condiciones de la capital holandesa ha necesitado la participación de barcos y buzos, aumentando la dificultad para llevarlo a cabo.
Pese a la ganancia de espacio, la zona expositiva, por el contrario, presenta un menor número de piezas, ya que la solución –en palabras de Antonio Ortiz– ha sido la propuesta de “un museo mejor, no mayor”. Estos importantes trabajos se han complementado, en contraste, con el delicado trabajo de devolver lustro y vigor a los detalles, adornos y ornamentos del edificio original, en una combinación de maquinaria pesada y finos pinceles que denota que no existe solución única y exclusiva a la hora de intervenir sobre el patrimonio, sino que es el edificio, sus necesidades, el contexto y otros factores de los que dependerá la resolución y que harán que la intervención pueda dirigirse en uno u otro camino. El propio proceso de la obra lo ha demostrado. Hasta dos veces los arquitectos encontraron la necesidad de cambiar su proyecto original para contentar a las asociaciones de ciclistas de la ciudad, aspecto no menor en una ciudad como Ámsterdam. Las asociaciones demandaban el mantenimiento del pasaje –antigua puerta– que divide la construcción de norte a sur y que el primer proyecto pretendía cerrar para establecer una mejor circulación espacial dentro del edificio. Este enfrentamiento retrasó la obra por dos años y redefinió la propuesta, que crea una nueva plaza de acceso público que une –pasando por debajo del pasaje mencionado– los dos patios originales de la obra de Cuypers y que aparecían hasta ahora desaprovechados. Proyecto colectivo, inclusión social, abierto a la crítica y beneficio para todos –cuando el proyecto está en curso, y no al final–.
“Buscamos que lo moderno se sobreponga a lo antiguo sin que el contraste resulte abrumador, respetando los valores del edifico original”. Así, la intervención lo renueva apostando por un nuevo lenguaje que se integra con el edificio existente y lo adapta a necesidades no sólo expositivas sino también comerciales propias de los tiempos. Sin un protagonismo excesivo-desmedido como sucede comúnmente en intervenciones contemporáneas sobre preexistencias históricas, el nuevo Rijksmuseum es muestra de que un edificio ‘obsoleto’ sí se puede restaurar y actualizar sin (re)modernizar y desconfigurar. Un edificio que reflexiona al tiempo sobre la condición de exceso de capacidad de la arquitectura que, pese a mantener el mismo tipo de programa, debe adaptarse a las nuevas formas de organizarse y a la aparición de otras tecnologías.
*La revista Arquine No.66 | Exceso de capacidad reflexiona sobre la capacidad de uso de los edificios, más allá del reciclaje o del reuso sustentable, y tiene que canalizar los nuevos potenciales de excedentes construidos, cuestionando el derroche de los últimos años. El exceso de capacidad es una patología contemporánea, es la fase final de un crecimiento sin límites cuya lógica está basada en el crecimiento mismo. Es un estado de paroxismo sostenido. En tiempos en que desde la economía y la ecología se insiste en la importancia de “reducir, reutilizar y reciclar”, el diseño y la arquitectura deben buscar la manera de insertarse en los modos de producción con proyectos que permitan y alienten el aprovechamiento máximo de lo que pueden ofrecer.
© Pedro Pegenaute. Cortesía Rijksmuseum
© Jannes Linders. Cortesía Rijksmuseum
© Iwan Baan. Cortesía Rijksmuseum
© John Lewis Marshall. Cortesía Rijksmuseum