Se trata de una obra situada en medio un bosque costero ubicado a un kilómetro del Mar Atlántico. El conjunto busca instalar un modelo de turismo alternativo desde la periferia inmediata de una de las ciudades de veraneo más exclusivas de Sudamérica: José Ignacio, Uruguay. Un grupo de viviendas que comparten una piscina y un pabellón de usos múltiples se distribuyen con separaciones regulares dentro de una parcela de 60 metros de lado, intentado reproducir el modo de instalarse de los árboles que las rodean.
Una serie de variables materiales, espaciales y organizativas acaban por delinear una nueva especie que busca convivir con todas aquellas que cohabitaban en el bosque antes de su llegada. Cada una de las construcciones se posiciona en el terreno sin modificar las cualidades del suelo no utilizado. A tales efectos se disponen dos modos de ingresar a las unidades. En la zona alta del terreno cada vivienda está antecedida por un patio privado mientras que en la parte más baja se ingresa mediante un patio elevado del suelo. La alternancia formal que proponen ambos tipos de patio permite ensayar un diálogo con los árboles existentes caracterizando al mismo tiempo las circulaciones transversales.
En sentido inverso, tres claros paralelos a la cañada interceptan diagonalmente el conjunto ofreciendo una escala intermedia entre el bosque y las viviendas. El uso de concreto armado colado in situ se extiende a todas las construcciones mediante un pautado horizontal dimensionado a partir de las posibilidades de trabajo de un grupo de cinco obreros. La textura resultante disciplina las perforaciones específicas a cada una de las viviendas, siempre iguales y siempre distintas.